En 1994, cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial estaban celebrando el cincuenta aniversario de su creación, muy pocas personas en este país podían decir algo de estos dos pilares de la globalización corporativa. La “globalización” en sí estaba comenzando su vida como palabra comodín, usada casi siempre para celebrar una indiscutida marcha de progreso hacia el siglo 21.
Diez años, varias crisis financieras regionales severas y cientos de protestas mundiales más tarde, el alegre anonimato que cubría a estas instituciones de la crítica ha desaparecido hace tiempo. El 24 de abril, los manifestantes se reunieron frente a la sede de la reunión de primavera del FMI y el Banco Mundial para desearles a los organismos financieros un infeliz sesenta cumpleaños. Ellos subrayaron la dramática manera en que el debate acerca del desarrollo ha cambiado en solo unos pocos años. Y denunciaron las nefastas políticas del FMI y del Banco Mundial que siguen siendo elementos importantes de la autoritaria política exterior de la administración Bush.
Gran parte del crédito por el deterioro de la imagen del FMI/Banco Mundial de años anteriores se debe a las organizaciones de la Red 50 Años son Suficientes. Hace diez años una coalición diversa de grupos medioambientales, basados en la fe y de política de desarrollo formaron la red, que se ha extendido hasta incluir a más de 200 organizaciones norteamericanas y a 185 asociados internacionales en más de 65 países.
Su objetivo era publicitar críticas de base acerca del daño infligido al mundo en desarrollo por el FMI y el Banco Mundial y proponer una serie de reformas totales. En el otoño de 1995 más de cien personas se manifestaron frente al lugar donde se reunieron las organizaciones. En abril del 2000, luego de las protestas de Seattle, esa cifra creció hasta 25 000. Las movilizaciones en EEUU se han repetido en estridentes manifestaciones en el exterior, muchas en los países afectados por la política del FMI/Banco Mundial.
Las demandas de la protesta del fin de semana reflejan la plataforma original promovida por la red hace diez años: reformas democráticas para forzar una mayor apertura y rendición de cuentas a organismos acostumbrados a dirigir las economías extranjeras basándose en sesiones a puertas cerradas en Washington, D.C. El fin de los mandatos de ajustes estructurales que aumentan la pobreza y la desigualdad en el mundo en desarrollo. Eliminación de muchos proyectos del FMI/Banco Mundial que no cumplieron ni siquiera las normas rudimentarias ambientales. Y cancelación de la deuda para países pobres cuya deuda externa les impide hacer las inversiones básicas en salud y educación.
Actualmente la legitimidad de esas demandas, o al menos versiones moderadas de ellas, es reconocida por todos los observadores justos de la política de desarrollo, incluyendo un número creciente que ha abandonado al propio Banco Mundial. Joseph Stiglitz, laureado con el Nóbel y ex Economista Principal del Banco, declara que “aún los que pertenecen al establishment de Washington (están de acuerdo) ahora en que una rápida liberalización del mercado de capitales sin regulaciones que la acompañen” — elemento clave de la globalización neoliberal que contribuyó fuertemente al colapso financiero del Este de Asia — “es peligroso”. Stiglitiz también argumenta que exigencias tales “como la necesidad de mejores formas de reestructurar la deuda pudieran haber parecido polémicas hace poco tiempo. Hoy son parte de las ideas básicas o están siendo aceptadas gradualmente”.
En 1997 el Presidente del Banco, James Wolfensohn, se vio obligado a admitir a los críticos que “el ajuste ha siso un proceso más lento, más difícil y más doloroso de lo que el Banco creyó en su inicio”. Unos pocos años después, el “ajuste estructural” se había convertido en una frase prohibida e eliminada por complete de la retórica del FMI/Banco Mundial.
Otros cambios han ido más allá de la retórica. En el 2000 el Congreso aprobó una medida que exigía la oposición de EEUU a cualquier préstamo del FMI/Banco Mundial que demandara a personas pobres cuotas o pagos por servicios por la educación primaria o el cuidado básico de salud”. Desde entonces las instituciones han abandonado tales pagos. En los últimos meses Argentina, un alumno estrella del FMI que vio cómo su economía hacía implosión a fines del 2001, ha rechazado las exigencias del Fondo de limitar el gasto público para beneficiar a los acreedores privados. Tanto funcionarios del Banco como activistas reconocen que este exitoso acto de desafío podría convertir a Argentina en un modelo a imitar por parte de otros países que buscan la forma de evadirse del dominio absoluto neoliberal sobre su economía.
La presión del movimiento social, junto con su propio fracaso para cumplir las promesas de crecimiento económico, significan un lento pero firme declinar del paradigma neoliberal que reinó sobre el pensamiento principal del desarrollo por más de dos décadas. No obstante, muchos funcionarios norteamericanos están tratando testarudamente de aferrarse al “Consenso de Washington”. El nacionalismo de “Estados Unidos Primero” de la Administración Bush ha creado fricciones entre EEUU y mucho aliados de larga data y (al promover el estancamiento en reuniones como las conversaciones de la OMC en Cancún) incluso ha hecho fracasar gran parte de la agenda de “libre comercio” que los proponentes de la globalización corporativa quisieran ver adoptada. Sin embargo, a pesar del giro unilateral, EEUU aún utiliza las acciones del FMI/Banco Mundial como mecanismos clave para regular las economías extranjeras — probablemente porque la Casa Blanca puede dictar política a esas instituciones.
Las recientes reformas del FMI/Banco Mundial tienen limitaciones reales, hábilmente ilustradas por causa de la cancelación de la deuda. Ministros de naciones ricas casi han aceptado universalmente que la deuda es una crisis, pero la ayuda ha llegado lentamente. El sistema de ayuda a la deuda con base en el acreedor, concedido por el FMI /Banco Mundial, entrega ayuda que se basa más en la capacidad de los países pobres para realizar pagos futuros que en lo que necesitan en realidad para alcanzar metas humanitarias, como los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Como escribió el economista Jeffrey Sachs, “Es perfectamente posible y en realidad es lo que sucede, que un país o región tenga una deuda ‘sostenible'” según las definiciones del FMI/Banco Mundial, “mientras millones de sus habitantes mueren de hambre o enfermedades”.
Por todo el mundo en desarrollo las enormes deudas persisten a pesar del hecho de que muchos países han pagado varias veces los préstamos originales. Como informa el Comité de Servicio de Amigos Norteamericanos, Nigeria ha pagado más de $16 mil millones de dólares por un préstamo original de $5 mil millones, pero todavía debe $32 mil millones de esa misma deuda.
Un segundo problema es que el FMI y el Banco Mundial aún hacen depender la ayuda de contingencia de condiciones como la liberalización del mercado y la privatización de los servicios públicos — muchas de las mismas exigencias que fueron la base de políticas ya desacreditadas.
El FMI y el Banco Mundial prefieren ahora describir su ajuste estructural como “Programas de Reducción de Pobreza y Facilitación del Crecimiento”. Sin embargo, activistas en el mundo en desarrollo informan que procesos ostensiblemente “participatorios” dejan mucho que desear. Aunque las instituciones financieras pueden ofrecer ahora a las ONG y a gobiernos un lugar en la mesa de discusión al diseñar sus programas económicos nacionales, no permiten que los participantes locales tengan la oportunidad de discutir el fundamentalismo de mercado o los fallidos presupuestos macroeconómicos que continúan guiando las decisiones del FMI/Banco Mundial.
¿Qué tiene que ver todo esto con la política exterior más amplia de la Casa Blanca? Una visión pro-corporativa de “libre empresa” siempre ha ocupado un lugar central en la búsqueda militarista del Presidente Bush para extender la “libertad” por todo el mundo. En su corto tiempo en Irak la autoridad ocupante ya ha logrado realizar una reestructura económica radical, privatizando el grueso de la economía y trabajando para encadenar al país a un paquete de préstamos multimillonario proveniente de — adivinen — el FMI.
Al preguntárseles si trataban de cambiar el nombre de su red, los principales críticos de la política del FMI/Banco Mundial dicen que no. Cincuenta años fueron suficientes. Y diez años después, el fin de la política económica neoliberal ya hace rato que debió haber llegado.