Mientras tendemos la mano a las naciones que luchan por recuperarse de un desastre natural, lo último que nuestro país debe hacer es forzarlos a dedicar sus recursos a realizar pagos aplastantes de su deuda externa.
Esta es una noción de sentido común que uno pudiera esperar que la administración Bush apoye de todo corazón, después de ser atacada con acusaciones de tacaña y lenta en responder con ayuda a las víctimas del maremoto. Piensen otra vez.
A pesar de reconocer las dificultades económicas que causan las grandes deudas, el Presidente Bush ha mostrado poco entusiasmo por terminar con los pagos de los países pobres.
Poco después de la invasión a Irak, la actual administración sufrió una sorprendente conversión en el tema de la reducción de la deuda. George Bush –al igual que sus predecesores en la Casa Blanca– había sido reacio previamente a discutir de manera decisiva la crisis de la deuda en el mundo en desarrollo. Pero a fines de 2003 presentó una serie de declaraciones sorprendentes.
El Presidente reconoció que el tipo de enormes obligaciones de la deuda que son tan comunes entre los países pobres pueden “recargar injustamente a una nación que se esfuerza” y hace peligrar sus “perspectivas a largo plazo de salud política y prosperidad económica”. Argumentó que el perdón de la deuda era vital. Claro está, él sólo tenía a un país en mente: Irak.
El problema no es que Irak no se merezca que se le perdone la deuda. Ciertamente los miles de millones de dólares de deuda acumulada por Saddam Hussein debiera ser considerada odiosa e ilegítima. El problema es que la administración no llegó lo suficientemente lejos. Muchas otras naciones pobres en todo el mundo continúan esforzándose bajo cargas injustas.
Entre ellas están los países devastados por el maremoto del pasado mes.
La estadística del Banco Mundial indica que el total de la deuda externa de los doce países arrasados por el maremoto exceden los $300 mil millones de dólares. La Campaña de Jubileo de la Deuda reporta que India, Sri Lanka, Tailandia, las Maldivas e Indonesia todos los años conjuntamente hacen pagos por $23 mil millones a bancos multilaterales y a gobiernos ricos. Según Oxfam, Indonesia, “el mayor deudor de la región”, gasta en el servicio de la deuda diez veces más que lo que dedica al cuidado de salud de su pueblo.
Después de un desastre natural, la reducción de la deuda debiera ser un elemento esencial de la ayuda humanitaria y de reconstrucción a esos países.
Reconociendo que el dinero gastado en pagos de la deuda podría ser mejor utilizado para asistir a las víctimas del desastre, para promover la recuperación económica y para aliviar la pobreza, gobiernos europeos ya han propuesta una reducción de la deuda para las naciones impactadas por el maremoto. En su próxima reunión del 12 de enero, funcionarios del Club de París –un grupo de naciones acreedoras– están preparados para anunciar una moratoria temporal a los pagos de la deuda provenientes de los países afectados.
Hay un claro precedente para tal acción. Los pagos de las naciones deudoras fueron reprogramados después del Huracán Mitch en 1999 y después de las inundaciones que golpearon a Mozambique en 2000. Canadá ya se adelantó e instituyó su propia moratoria.
Lamentablemente, la primera reacción a estas propuestas por parte de la administración Bush fue detener el impulso a favor de la ayuda para la deuda. La justificación burocrática del vocero de la Tesorería Tony Fratto para esa actitud –dijo que se necesitaba “acopiar los hechos” –no pareció convincente y parece que desde entonces Estados Unidos ha propuesto un acuerdo de compromiso que será anunciado en la reunión del miércoles. Pero la necesidad real es la de ir más allá de una simple prórroga de los pagos y promover la cancelación de la deuda de los países pobres.
Analistas económicos argumentan que una moratoria, a largo plazo, podría hacer más daño que bien si tiene como consecuencia pagos acumulados y mayores en el futuro. Y los que hacen campaña en contra de la deuda, como Mark Curtis, director del Movimiento de Desarrollo Mundial, señalan que una moratoria no daría a los países afectados mucho espacio para respirar “si es que los pagos masivos de la deuda pudieran recomenzar en cualquier momento que decidan los países ricos”.
Indonesia ha manifestado esta preocupación al expresar reservas acerca de una moratoria. Además, su Ministro de Finanzas, Jusuf Anwar, señala que los programas existentes de ayuda a la deuda por parte de acreedores ricos a menudo llegan con demasiadas condiciones anexadas. Algunas formas de condicionalidad pueden ser razonables –como la garantía de que el dinero se dedique a la reconstrucción, necesidades sociales y desarrollo sostenible. Después del Huracán Match, los principales países donantes acordaron una serie de normas conocidas como los principios de Estocolmo. Estos estaban diseñados para que la ayuda de emergencia formara parte de un esfuerzo a más largo plazo para enfrentar las causas de la pobreza y la vulnerabilidad, y permitían que los grupos de la sociedad civil presionaran a favor de normas de buen gobierno en el uso de la ayuda extranjera.
Sin embargo, el tipo de condicionalidad que es típico de la ayuda para la deuda tiene una orientación menos humanitaria. Los países acreedores exigen que los países abran sus mercados a las compañías extranjeras o reestructuren sus economías en base a los dictados del Fondo Monetario Internacional antes de suspender las obligaciones de la deuda.
Este tipo de condiciones ignoran la injusticia mayor de la deuda del mundo en desarrollo. Incluso antes del maremoto, un gran número de ciudadanos en los países afectados se enfrentaba a la pobreza desesperada. Los que vivimos en naciones ricas creemos que nuestros gobiernos donan generosamente para ayudar a esos pueblos. Pero muchos países pagan más por el servicio de la deuda que lo que reciben en ayuda y los más pobres, según Oxfam, devuelven cada día un total de $100 millones a los países ricos.
En el caso de Irak, el Presidente Bush argumentó que el futuro de un pueblo “no debe ser hipotecado por la enorme carga de la deuda incurrida” por un líder no democrático como Saddam Hussein. Pero Indonesia, que debe mucho de su deuda al gasto militar que tuvo lugar durante los largos años de la dictadura de Suharto, es una ilustración no menos relevante de por qué muchas deudas debieran ser eliminadas por odiosas.
Los gobiernos acreedores debieran considerar individualmente a cada uno de los países golpeados por el maremoto y calcular la cancelación de la deuda basándose en las verdaderas necesidades de sus pueblos –reconociendo las cargas impagables de las naciones en todo el mundo en desarrollo y extendiendo la generosidad de todos aquellos que hayan respondido a este desastre natural a un programa justo de desarrollo humano.