Era el otoño, las campañas electorales estaban en su apogeo y la intervención de EEUU en el extranjero representaba un crucial tema que separaba a los candidatos políticos. En plena excitación, una de las principales figuras literarias norteamericanas regresó al país y recibió una bienvenida que fue tan notoria como llena de carga política.
El escritor era Mark Twain y la fecha 1900. El país estaba enfrascado en un intenso debate acerca de su acción militar en Filipinas, un país que acababa de comprar por $20 millones de dólares al término de la Guerra Hispano-Americana. Twain, que había estado viviendo en el exterior durante casi diez años, trajo un análisis profético de la situación.
Inicialmente él había apoyado la guerra: Me dije, he aquí un pueblo que ha sufrido, explicó Twain, haciéndose eco de los argumentos de la Casa Blanca para la acción. Podemos hacerlos tan libres como nosotros, darles un gobierno y un país propios, poner a flote una constitución norteamericana en miniatura… iniciar una nueva república para que ocupe su lugar entre las naciones libres del mundo.
Pero desde aquel momento he pensado algo más, dijo. Al leer el Tratado de París de 1898 y cuestionar los motivos oficiales para la guerra, Twain llegó a otra conclusión: Hemos ido allí a conquistar, no a redimir.
Y como soy un antiimperialista, me opongo a que el águila clave sus garras en cualquier otra tierra.
Desde el siglo anterior Mark Twain, cuyo verdadero nombre era Samuel Clemens, ya había ocupado un lugar entre los escritores más reverenciados de Estados Unidos. Nunca había dudado en opinar acerca de la política. (Supongamos que usted fuera un idiota o un miembro del Congreso, dijo una vez, como es sabido. Pero eso es una redundancia.) Como ha demostrado el investigador acerca de la obra de Twain, Jim Zwich, el antiimperialismo se convirtió en una causa con la que el escritor hizo uno de los más serios compromisos políticos de su vida.
El escepticismo de Twain acerca de la participación de EEUU en el Pacífico creció durante toda la primera década del nuevo siglo. El Presidente Teodoro Roosevelt declaró el fin oficial de la guerra en Filipinas el 4 de julio de 1902, pero EEUU siguió manteniendo una presencia militar durante décadas y enfrentó frecuentes escaramuzas. Como había advertido Twain, nos hemos metido en un problema, en un pantano, y cada nuevo paso aumenta enormemente la dificultad para salir de la situación.
El escritor se sentía ofendido de que una lucha ostensible por la independencia terminara con una estrecha vigilancia de los norteamericanos sobre las riquezas filipinas, y acusó de que el Tío Sam pagó esos $20 millones como entrada a una sociedad, la Sociedad de Ladrones Imperiales.
Y cuando los apologistas de la Casa Blanca, como el General Frederick Funston, argumentaron que los críticos antiimperialistas debían ser colgados por traición, Twain replicó que estaba muy dispuesto a ser considerado traidor, muy dispuesto a usar ese honroso distintivo, e indispuesto a ser insultado con el título de Patriota y clasificado junto con los Funston, cuando juro por Dios que no he hecho nada para merecerlo.
No hace falta decir que a Mark Twain, si viviera hoy, no le sorprendería ver que George W. Bush profesa admiración por Su Majestad Teodoro, ni que el presidente haya señalado a Filipinas como modelo para la liberación iraquí.
Aunque Bush declarara Misión Cumplida con bravura de pistolero hace unos seis meses, nuestros militares se han visto cada vez más empantanados en la ocupación de Irak. La cifra oficial en tiempos de paz de soldados norteamericanos muertos llegó a 100 a mediados de octubre. Y como la administración se resiste a las exigencias europeas de elecciones tempranas, no parece haber salida por el momento.
Pocos han sido más entusiastas acerca de la ocupación norteamericana que las firmas estrechamente vinculadas a la Casa Blanca, como Halliburton y Bechtel, que han recibido miles de millones en contratos sin licitación y bien publicitados.
Lo que es extraordinario es que nos recuerde otra época: la administración ha creado una cultura de con nosotros o contra nosotros que califica a los disidentes de antipatrióticos o peor. En un incidente de hace poco, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld sugirió que la crítica a la guerra en Irak ayuda a los terroristas.
Al enfrentarse al militarismo de EEUU, Twain no estuvo solo. Fue apoyado por la Liga Antiimperialista, una organización que dijo que el tipo de expansionismo de Roosevelt violaba las creencias básicas de la nación en la libertad. Hoy más que nunca hacemos bien en honrar la tradición de los norteamericanos que se opone a la creación de imperios nuestros o de otros.
En cuanto a Irak, debemos recordar los sentimientos de Mark Twain acerca del pueblo de Filipinas. Yo pensaba que era algo bueno dar(les) mucha libertad, dijo, pero ahora creo que es mejor que se la den ellos mismos.
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Research assistance for this article provided by Jason Rowe. Photo credit: A.F. Bradley / Wikimedia Commons.