Ante la creciente presión por parte del público y el congreso, el Presidente Bush ha dado marcha atrás a su oposición a una investigación independiente de falla de inteligencia acerca de las armas de destrucción masiva (ADM) de Saddam Hussein. ¿Recibirán finalmente los norteamericanos el examen crítico que merecen acerca de las aseveraciones fraudulentas utilizadas por la administración para justificar su “guerra preventiva”?
No estén seguros. Indicios anteriores sugieren que la comisión está siendo configurada por la Casa Blanca con el fin de evitar la culpa por sus engaños acerca de la amenaza que significaba Irak.
El sábado The Washington Post reportó que “el cambio de posición de Bush representa un esfuerzo para enfrentar un tema potencialmente peligroso que amenaza con enturbiar su intento reeleccionista”. A medida que llega más información a la prensa de los planes del Presidente, aspectos políticamente fortuitos de la comisión bipartidista se hacen evidentes. La investigación se iniciará lentamente y no entregará su informe hasta después de las elecciones de noviembre.
Además, parece que el mandato de la comisión estará estructurado para ayudar a la administración Bush a evitar la responsabilidad por sus distorsiones. Al llevar más allá la controvertida declaración de David Kay, inspector jefe de armamentos, de que los alegatos defectuosos acerca del arsenal de Saddam no tuvieron nada que ver con las presiones políticas de una invasión inminente, la comisión irá más allá de Irak e investigará inteligencia a cerca de Irán, Libia, India y Pakistán.
Esta maniobra para desviar el enfoque de Irak y presentar a la CIA como ineficaz le sirve de mucho al Presidente. Ya algunos funcionarios de la Casa Blanca están sugiriendo que, en la preparación de la guerra, ellos sencillamente estaban haciendo estimados prudentes acerca del arsenal de Saddam basándose en la mejor inteligencia disponible la cual, dicen ellos, analizándola a posterior parece pobre.
Con una investigación verdadera no saldrían tan bien. Una comisión independiente debiera tener la autoridad para hurgar más allá del proceso de acopio de inteligencia técnica y examinar cuestiones acerca de cómo la administración usó las conclusiones de inteligencia en su promoción de la guerra.
Mientras que la Casa Blanca trata de que la culpa recaiga en organismos como la CIA, es importante recordar que sus estimados de Juicio Final acerca de las armas químicas iraquíes eran parte de una serie mayor de engaños. Los funcionarios de Bush inculcaron la idea de que Saddam Hussein tenía vínculos con Al Qaeda y con un amenazante programa de armas nucleares, mucho después de que tales aseveraciones habían sido desmentidas por la comunidad de inteligencia. El Presidente pretende que la infructuosa búsqueda de las ADM en realidad ha sido un éxito, y utiliza descripciones amorfas pero atemorizantes de “actividades de programas relacionados con armas de destrucción masiva”. Otros importantes voceros han seguido atacando de manera similar. U n artículo publicado en The New York Times el viernes pasado informa que Dick Cheney “estaba de nuevo en el aire, hablando las unidades móviles de armas biológicas del Sr. Hussein, que ahora parecen, dice el Dr. Kay, no tener ese propósito”.
El periódico agregó un aparte de uno de los subordinados del Vicepresidente, quien dijo: “Tendremos que hacer llegar a Cheney el nuevo memo… En cuanto lo escribamos”.
David Kay y el Senador Pat Roberts, el republicano presidente del Comité Senatorial para la Inteligencia, niegan que la administración Bush haya presionado a analistas de inteligencia para que produjeran informes exagerados acerca de las armas iraquíes. Sin embargo, un artículo de The Times del domingo demuestra que esto todavía se debate. Aunque cita las negativas, cita también a funcionarios de inteligencia, algunos de ellos aún en la administración, que dejan en claro que la administración Bush estaba buscando inteligencia que apoyara su promoción de una invasión a Irak, en vez de tomar una decisión firme de ir a la guerra después de revisar sobriamente los hechos.
“Tomaron todas las piezas de información que demostraban lo que ellos querían e hicieron una lista”, dijo un anónimo funcionario de la inteligencia en el artículo, refiriéndose específicamente a la presentación de Colin Powell hace un año en Naciones Unidas”. Desecharon o se burlaron de cualquier evidencia en contrario. Olvidaron que estaban haciendo meras conjeturas, y hasta las conjeturas hay que hacerlas cautelosamente. No se cubrieron ni advirtieron. En su lugar dijeron: “tenemos razón, ustedes no y esto es asunto de seguridad nacional”.
Más preocupante aún es el artículo de Seymour Hersh en The New Yorker del 27 de octubre. Describe en extraordinario detalle de qué manera los halcones neoconservadores que se subordinan a Dick Cheney y a Donald Rumsfeld exigieron que informes acusatorios acerca de las armas de Saddam, pero no verificados, fueran enviados directamente a altos funcionarios de la administración Bush. Un selecto equipo de oficialistas podría decidir entonces por sí mismos lo que se presentaría al público.
Hersh escribió que “Kenneth Pollack, quien fue experto en Irak del Consejo de Seguridad Nacional, y cuyo libro La tormenta amenazante apoya en sentido general el uso de la fuerza para derribar a Saddam Hussein, me dijo que lo que hizo la gente de Bush fue ‘desmantelar el proceso existente de filtración que durante cincuenta años ha impedido que los que toman las decisiones políticas reciban mala información. Crearon conductos para que llegara a la alta dirigencia la información que ellos querían. Su posición es que la burocracia profesional retiene deliberada y maliciosamente información’”.
“Siempre tuvieron información que apoyara sus aseveraciones publicas, pero a menudo era mala información”, continuó Pollack. “Estaban forzando a la comunidad de inteligencia a defender tan agresivamente su buena información y sus buenos análisis, que los analistas de inteligencia no tenían el tiempo ni la energía para escudriñar la mala información”.
“Llega el momento en que uno dice, ‘Al carajo’”, dijo a Hersh un alto funcionario de la administración Bush, quien escribe que los más altos analistas de la CIA “comenzaron entonces a entregar la información que sería aceptada”.
Puede que sea cierto, como argumentan David Kay y otros, que los funcionarios de inteligencia desde la era de Clinton miraban a Saddam Hussein con más animadversión de la necesaria y que los más amplios métodos de la nación para acopiar y evaluar información merecen el escrutinio. El gobierno debiera enfrentarse a estas preocupaciones. Pero el hecho de que las preocupantes acusaciones por el uso politizado de la inteligencia acerca de Irak por parte de la administración Bush continúan saliendo regularmente a la luz, señala la necesidad de algo más. Una investigación independiente debe situar los fracasos de inteligencia en el contexto de un esfuerzo de guerra cuyas principales justificaciones han demostrado ser infundadas.
No es probable que la comisión del Presidente Bush, conformada como un control político de daños, pueda cumplir su tarea. Es decir, a no ser que siga creciendo la presión a favor de una verdadera investigación.