Un año después de haber comenzado la guerra en Irak, el movimiento por la paz en Estados Unidos se enfrenta a una situación inusual. Los críticos de la invasión vieron cómo se justificaban sus argumentos principales durante el año pasado, ya que la defensa por Bush de la guerra se desplomaba. Igualmente, los activistas pueden anotarse gran parte del crédito por haber arreciado las críticas de los demócratas a la administración Bush y por mantener en el candelero los escándalos relacionados con la guerra. Sin embargo, aunque sentimos que se está abriendo un espacio mayor para el activismo progresista en el país, ha sido difícil mantener un sentido de unidad y propósito en el propio seno del movimiento por la paz.
El 20 de marzo, en el primer aniversario de la invasión a Irak liderada por EEUU, los opositores a la guerra y a la actual ocupación realizaron protestas y recordatorios en países de todo el mundo. Las acciones recordaron las masivas demostraciones que tuvieron lugar antes de la guerra. Sin embargo, fueron más pequeñas que las protestas de principios de 2003.
Este conjunto de circunstancias plantea dos preguntas claves: ¿Qué ha logrado el movimiento por la paz? Y ¿hacia dónde vamos?
Es vital reflexionar acerca de estas dos preguntas, no porque dará mágicamente al movimiento una nueva y atrevida dirección o aclarará todas las confusiones entre sus seguidores acerca de la posición actual del activismo de paz. Por el contrario, sólo dando un paso atrás podemos cristalizar las corrientes de pensamiento que circulan entre los diferentes activistas y hacer brotar más discusiones acerca de las estrategias para avanzar. Por lo tanto, este documento considerará cada una de las preguntas, con el objetivo de brindar un panorama de lo que ha sucedido hasta ahora y de evaluar las ideas actuales acerca de la estrategia del movimiento.
I. ¿Qué ha logrado el movimiento por la paz?
El año pasado el empuje en pro de la guerra con Irak por parte de la Administración Bush se enfrentó a una enorme ola de oposición internacional. Esta protesta culminó en las manifestaciones coordinadas en todo el mundo el 15 de febrero de 2003. La movilización fue especialmente digna de atención porque atrajo grandes multitudes incluso antes de que comenzara la invasión a Irak. En EEUU las mayores protestas tuvieron lugar en Nueva York y San Francisco, pero surgieron acciones significativas en muchas comunidades de todo el país donde raras veces se ven grandes manifestaciones. Igualmente, como parte de la campaña “Ciudades por la Paz”, unas 140 comunidades norteamericanas aprobaron resoluciones en contra de la guerra, entre ellas grandes ciudades como Chicago, Detroit y Los Ángeles, así como otras más pequeñas como Telluride (Colorado), Salisbury (Connecticut) y Des Moines (Iowa).
El ritmo de organización se mantuvo con fuerza durante la semana inicial de la Guerra y produjo en algunos casos acciones militantes directas inmediatamente después de que comenzaran los bombardeos. Las acciones en San Francisco merecen particular atención, no solo porque generaron 2 300 arrestos en los primeros días de la guerra, sino también porque muestran la dificultad de mantener el empuje después de un tremendo primer impulso.
Temprano en la mañana del 20 de marzo, al día siguiente de haber comenzado la guerra en Irak, los activistas invadieron en masa el distrito financiero de San Francisco. Los manifestantes bloquearon las principales avenidas y las entradas de los principales edificios de oficinas, actuando como “arena en los engranajes”, según un titular de The San Francisco Chronicle. Falsos trabajadores de la construcción cerraron la rampa de una autopista con conos naranjas, luces parpadeantes y señales de “Hombres Trabajando”. Después del primer día Alex Fagan, 2do. Jefe de Policía de San Francisco, reconoció las proporciones históricas de las acciones. “Es el mayor número de arrestos que hemos hecho en un solo día y la mayor manifestación en términos de interrupciones que yo haya visto jamás”, dijo. Las protestas continuaron con fuerza durantes tres días más.
Dado el hecho de que la ciudad de San Francisco en general simpatizaba con la causa en contra de la guerra, los principales críticos de las acciones argumentaron que las protestas habían escogido pobres objetivos cuando interrumpieron la vida comercial habitual. En respuesta Andrea Buffa, vocera de Unidos por la Paz y la Justicia, indicó: “La gente ha avanzado desde interrumpir las intersecciones y evitar que los ciudadanos ordinarios vayan a trabajar”. Por el contrario, los organizadores se dedicaron con más intensidad a las corporaciones dispuestas a obtener ganancias con la guerra. Realizaron manifestaciones contra el Grupo Carlyle y protestas en los muelles de Oakland contra el transportista de carga militar Naviera APL y el contratista de posguerra Servicios de Estiba de Estados Unidos.
Sin embargo, estas acciones no se tradujeron en una estrategia para la escalada y el empuje del movimiento fue más lento después de los primeros arrestos masivos. El viraje fue mayor debido al dramático cambio en el sentimiento nacional a medida que la invasión a Irak rápidamente llegó a su fin y se proclamó el éxito del cambio de régimen.
Después del cambio de régimen
Mientras Bush proclamaba “Misión Cumplida”, surgió la percepción de que el movimiento era un fracaso porque había sido incapaz de impedir la invasión. Los organizadores en San Francisco, después de haber realizado una formidable serie de acciones, tendrán que evaluar por sí mismos si esas tácticas fueron eficaces para promover una estrategia local, dados el tiempo y recursos que dedicaron. Pero no hay duda de que, en términos más generales, las visibles, abiertas y a veces disociadoras protestas globales conformaron significativamente la comprensión pública de la guerra.
Como consecuencia de las protestas del 15 de febrero de 2003, The New York Times hizo famosa su descripción de la “opinión pública mundial” como la segunda de las “dos superpotencias del planeta”. En varios países, principalmente España (donde la izquierda contra la guerra tuvo éxito en expulsar a un gobierno favorable a la guerra) las fuerzas opuestas a la invasión y la ocupación de Irak han alterado significativamente el balance de poder en el seno de sus gobiernos. Es posible que la indignación internacional haya impedido que la administración satisficiera los deseos neoconservadores de atacar a Siria e Irán después de la invasión de Irak.
Nacionalmente, los manifestantes también pueden señalar efectos específicos de sus acciones. Debido a fuertes expresiones de oposición, la guerra en Irak fue enmarcada como un asunto fieramente disputado. El tinte de controversia limitó el apoyo que cualquier presidente de EE.UU. puede esperar recibir cuando envía las tropas al exterior, y dejó preparado el escenario para los escándalos posteriores que amenazarían a la administración Bush. El incesante escrutinio y críticas por parte del movimiento por la paz de las falsas excusas para la invasión finalmente obtendrían la atención de todos y dejó al presidente tratando infructuosamente de defender sus mentiras y engaños de tiempo de guerra.
Los activistas del movimiento por la paz también ayudaron a fortalecer una crítica demócrata a la guerra de Bush. Al Gore seleccionó a un vehículo del movimiento, Move.org, como plataforma para lanzar sus severas criticas a la Casa Blanca. La misma organización estuvo estrechamente asociada a la maquinaria de base de Howard Dean para recaudar fondos. Los activistas pronto descubrieron que muchos de sus argumentos estaban presentes en las primarias presidenciales. Esto se hizo más evidente en la campaña de Dean, que a su vez trató de llevar a todo el campo demócrata en una dirección en contra de la guerra. Hasta críticos renuentes como John Kerry comprendieron que una posición al estilo de Lieberman en defensa de la guerra no iba a atraer a una base demócrata energizada.
Este invierno, después de que equipos de búsqueda en Irak no pudieron encontrar armas de destrucción masiva, la justificación principal para la guerra se desplomó y se debilitó el apoyo del público a la invasión. En este contexto, los críticos de la guerra han encontrado que muchos de sus argumentos son más aceptados que nunca.
II. ¿Hacia dónde vamos ahora?
Todos estos logros merecen reconocimiento. Sin embargo, ninguno de ellos significa una estrategia de movimiento. Desde que terminaron las operaciones de combate, los activistas por la paz han luchado por presentar un mensaje unificado, objetivos estructurados de campaña o un plan para escalar la disensión. El llamado a “Traer de Vuelta a las Tropas Ahora” no es universalmente aceptado incluso entre los que se oponen a la ocupación y a menuda revuelve las aguas al enfocar la discusión técnica en si la comunidad internacional debe tener un mayor papel en devolver la soberanía a Irak y en cómo hacerlo. El lema de las protestas del 20 de marzo, “El Mundo Aún Dice No a la Guerra” no está diseñado para brindar una nueva alternativa o para dar un sentido de nuevas exigencias.
Algunos escritores prominentes han propuesto campañas que pudieran inaugurar una nueva fase del movimiento por la paz. Tariq Alí ha propuesto un movimiento internacional para cerrar algunas de las 702 bases militares que EEUU tiene en el extranjero. Arundhati Roy sugirió una campaña enfocada a dos corporaciones que obtienen beneficios de Irak, y la organización Acción Directa para Detener la guerra ha continuado su enfoque en corporaciones que han especulado con la guerra. Naomi Klein ha argumentado que se debe insistir en detener la privatización de la economía iraquí.
Cada una de estas propuestas merece consideración, especialmente a nivel internacional. Pero en EEUU deben ponerse en el contexto de una estrategia dominante con la que las organizaciones y los activistas ya se han comprometido: el empuje para obtener “el cambio de régimen en el país”.
“Derrotar a Bush” y más allá
En términos de masa crítica, mensaje unificado y objetivos claros, el empuje por “Derrotar a Bush” probablemente sea lo único que califica como una verdadera estrategia en el mapa del movimiento por la paz en EEUU. Esto no deja de ser polémico entre los activistas y muchas organizaciones importantes del movimiento por la paz no han apoyado explícitamente un esfuerzo electoral en contra de Bush. Pero en contraste con cuatro años atrás, cuando muchos progresistas apoyaron la campaña de Nader y consideraron que había llegado el momento para el surgimiento de un tercer partido, una amplia gama de ciudadanos de centro izquierda se encuentran ahora uniendo fuerzas para expulsar a la actual administración.
Casi no hay que argumentar que hay buenas razones para hacerlo. Una que merece la pena mencionarse es que como tantos opositores al militarismo de EEUU también deploran males como la distribución de la riqueza mediante reducciones de impuestos, la destrucción del medio ambiente, la negativa de las libertades civiles, la destrucción de los sindicatos y el rechazo a las libertades reproductivas, apoyar al candidato demócrata como presidente es en sí misma una opción “radical”, ya que enlaza varios males y nos permite matar a varios pájaros de un tiro. O si no se matan a esos pájaros, al menos se les cortan las alas.
Sin embargo, una estrategia de “Derrotar a Bush” también tiene sus límites. El primero, y más evidente, es que la posición “anti-guerra” de John Kerry es apenas aceptable –algo que él adoptó tardíamente después de haber votado de inicio para autorizar una invasión. De una manera u otra, el candidato mantiene las apariencias “presidenciales” distanciándose explícitamente de los argumentos de que un “imperio” norteamericano existe. En su lugar prefiere hablar acerca de los “errores” y “errores de juicio” de la administración Bush. El movimiento por la paz puede que tenga buenas razones para apoyar a Kerry, pero sería tonto esperar que adoptara nuestras opiniones acerca de la política exterior de EEUU. Es más, críticos del impulso “Cualquiera Menos Bush” señalan correctamente que un enfoque excesivo en la elección pudiera provocar una frustración considerable al movimiento –no sólo en el caso de que Bush gane y que el esfuerzo se considere inútil, sino incluso si gana Kerry y su manejo de la ocupación no sea nada que alabar.
Segundo, sólo porque los activistas de la paz se unan a una coalición demócrata amplia no significa que reclutaremos a más personas para nuestra causa ni que necesariamente se extienda un análisis más radical de los retos globales. Por supuesto, estos objetivos organizacionales no son fines en sí mismos. Pero sí impactan los esfuerzos para impulsar campañas progresistas más amplias. Aunque grupos como Unidos por la Paz y la Justicia fueron capaces de movilizar a grandes multitudes para las manifestaciones antes de la guerra, han sido menos exitosas en atraer a participantes para protestas por temas relacionados, como reducciones presupuestarias en el país. El trabajo acerca de los temas de la globalización, que muchos activistas consideran acertadamente como enlazado integralmente a la campaña contra la guerra, ha disminuido a medida que la atención se ha dedicado a la intervención militar. La articulación de la conexión entre estas causas es una tarea que debe continuar independientemente de las elecciones presidenciales.
Tercero, tener un objetivo firme para noviembre aún no sustituye el pensamiento a largo plazo. Aunque el movimiento progresista norteamericano ha evitado del todo la política electoral, en el mejor de los casos ha situado el apoyo a candidatos en el contexto de una visión más amplia –ha usado el trabajo electoral como medio para fines mayores.
Una manera en que los activistas por la paz pueden pensar acerca de una estrategia a más largo plazo es sencillamente reconceptualizar las exigencias específicas como campañas en curso. Un esfuerzo por “Traer de Vuelta a las Tropas Ahora” puede ser un asunto multietapas que incluya la derrota de Bush como primer paso, y luego presionar a Kerry en sus posiciones de política exterior y nombramientos como un importante segundo paso. De esta forma, comenzamos a hablar de lo que sucederá después de las elecciones de noviembre. Las campañas para cerrar bases militares o atacar a los especuladores de la guerra pueden desempeñar un papel similar tanto durante como después de las elecciones.
Un papel singular
En relación con el futuro inmediato, las principales instituciones del movimiento norteamericano por la paz (hasta donde hayan aceptado la estrategia de “Derrotar a Bush”) han sido muy conscientes de la necesidad de aproximarse a un esfuerzo de coalición con una agenda propia. Muchas han trabajado para articular lo que tal compromiso pudiera parecer. El periódico War Times, mientras celebraba el pobre resultado de Bush en las encuestas, argumenta acerca de la necesidad de “continuar impulsando nosotros mismos nuestras demandas de paz –y forzar a los demócratas a seguirnos”. Muchos activistas tomarían de esto un plan de “apoyo crítico” a John Kerry. Por supuesto, cuando se trata de los principales candidatos presidenciales, la izquierda norteamericana ha demostrado ser mejor en la parte “crítica” que en el “apoyo”. Con enfoque similar, un documento de Unidos por la Paz y la Justicia acerca de una estrategia de 12 meses habla de “conformar el debate”. Este es un objetivo admirable, pero probablemente demasiado ambicioso y difuso como para hacer un plan eficaz.
Al observar las fuerzas singulares que el movimiento por la paz aporta a una coalición más amplia para “Derrotar a Bush”, emerge una tarea más específica para los activistas contra la guerra: a saber, la tarea de quitar al Presidente Bush la guerra como tema de campaña. Cuando la Casa Blanca trata de presentar su conquista de Irak como una victoria a favor de la libertad y la justicia, los activistas por la paz tienen una clara obligación de atacar esa historia color de rosa, denunciar las mentiras y enfatizar los verdaderos costos del neoconservadurismo. Ya hemos dado pasos considerables en esa dirección al forzar a la administración a lo que The New York Times llama una “lenta retirada… un retroceso día a día, hecho a hecho, de las aseveraciones que hicieron con tanta confianza hace nueve meses”.
Klein, entre otros, está argumentando ahora con fuerza que la privatización de la economía de Irak será un frente vital en este esfuerzo. A medida que las principales justificaciones de la guerra se desmoronan –primero las armas de destrucción masiva, luego las relaciones con al Qaeda–, Bush se ha visto forzado cada vez más a depender de razones humanitarias. Sus apologistas ahora enmarcan la guerra como un esfuerzo por promover la democracia. Será responsabilidad de los activistas por la paz hacer un análisis más amplio de las injusticias globales, plantear preguntas acerca de cuál versión de “libertad” está ofreciendo realmente la Casa Blanca.
Después de todo, ¿qué tipo de democracia promueve la administración Bush si las autoridades de ocupación ya han vendido la economía iraquí –donde prácticamente todo ha sido recién privatizado, donde no hay limitaciones a los intereses controladores de las corporaciones extranjeras, donde las ganancias son expatriadas, y donde los programas preestablecidos de Ajuste Estructural maniatan a los deciden la política nacional? La libertad para un cuerpo bien conectado de especuladores multinacionales de guerra y la verdadera autodeterminación para el pueblo iraquí son dos cosas muy distintas. La tarea del movimiento por la paz es dar a conocer la diferencia de manera que pueda resonar en gran parte del electorado norteamericano.
Un comienzo modesto de nuestros renovados esfuerzos por hacer de los costos de guerra un tema de las elecciones fue la participación en las protestas del 20 de marzo. Fotos de las familias, de los manifestantes y de los dolientes son imágenes de disidencia que el presidente preferiría no ver antes de las elecciones de noviembre. Pero para un movimiento que renueva su empuje, son el comienzo.