Gracias en gran medida a los persistentes activistas del Sur global y a sus seguidores internacionales, un plan que condona el 100 por ciento de la deuda multilateral a 18 países pobres ha sido aprobado por los líderes del Grupo de los Ocho países industrializados como adelanto a su reunión de julio en Escocia.
Cuando George W. Bush se paró recientemente junto a Tony Blair en la Casa Blanca y argumentó que “los países altamente endeudados que están en el camino de la reforma no deben ser aplastados por montañas de deudas”, puede que haya sido el primer presidente norteamericano en apoyar la cancelación total de la deuda de algunos de los países africanos más pobres. Pero él simplemente se hizo eco de lo que los activistas en pro de la cancelación de la deuda en el movimiento de globalización han estado diciendo durante una década.
Los observadores a menudo han comentado en años recientes que los manifestantes de la globalización han ganado una discusión moral acerca del comercio y el desarrollo, pero que no han podido convertir sus posiciones en políticas. Sin embargo, la victoria en el caso de la deuda demuestra una clara instancia en que activistas aliados de áfrica, Europa, Estados Unidos y otros lugares han afectado la toma de decisiones de los gobiernos y han abierto posibilidades reales al desarrollo humano.
Durante años los manifestantes que promovían la cancelación de la deuda eran descartados o ridiculizados. A principios de la década del 90, los ciudadanos del mundo condenaron una situación emergente en la que algunos países empobrecidos, especialmente del áfrica Sub-Sahariana, pagaban más por el servicio de la deuda a las naciones ricas que lo que recibían de ellas en asistencia. Sin embargo, al tema se le prestaba poca atención en los países opulentos. “No había casi conciencia” del problema de la deuda en EEUU por aquella época, dice Neil Watkins, Coordinador Nacional de Jubilee USA, la principal coalición de defensores de la cancelación de la deuda.
Los esfuerzos del movimiento social cambiaron esa situación. En 1998 y 1999, activistas globales que se habían unido en la campaña internacional Jubilee, movilizaron protestas de más de 50 000 manifestantes en las cumbres respectivas del G-8 en Birmingham, Inglaterra, y Colonia, Alemania. También obtuvieron el apoyo de líderes religiosos como el difunto Papa Juan Pablo II, quien sostuvo que la condonación de la deuda era “una condición previa para que los países más pobres progresaran en su lucha en contra de la pobreza”.
Para esta época los decisores de política y los expertos ya no podían ignorar el llamado a la cancelación de la deuda. Algunos pasaron al ataque. Después de las manifestaciones en Birmingham, Andreas Whittam Smith, un columnista del diario de Londres The Independent, se hizo eco de gran parte de la opinión de elite al calificar de “encomiables” los objetivos de la campaña Jubilee, pero criticando su estrategia política como “mal concebida”. Sostuvo que la acción política de la coalición sería “ineficaz… si no contraproducente”.
Es realidad los esfuerzos de base por subrayar el tema crecieron, los países ricos respondieron en cada etapa expandiendo a regañadientes sus propuestas limitadas de cancelación de la deuda. Aunque nunca fue satisfactorio, el plan previamente apoyado por el G-8—la iniciativa de Países Pobres con Gran Deuda (HIPC)—comenzó a establecer un programa de lo que podría lograr la cancelación.
Los críticos conservadores han argumentado regularmente que el dinero de la cancelación de la deuda no sería bien manejado y no se usaría para reducir la pobreza. HIPC demostró que la cancelación en realidad podría ser una forma más eficaz de ayuda al exterior, permitiendo a los países en desarrollo retener y utilizar sus propios recursos. Para 2004, HIPC había adelantado alguna medida de cancelación a 27 países, incluyendo a Tanzania, Uganda y Mozambique. Un informe ese año del Banco Mundial mostró que esos países conjuntamente casi habían doblado su gasto en la reducción de la pobreza—incluyendo educación, cuidados de salud y agua limpia—en el período de 1999 a 2004.
Un punto de viraje definitorio en el debate llegó a continuación de la invasión a Irak, cuando la administración Bush apeló a naciones acreedoras para que perdonaran decenas de millones de dólares de la deuda externa de Irak. Al oír inesperadamente los defensores de la cancelación de la deuda al líder de la mayor potencia económica del mundo decir que la deuda injusta ponía en peligro la posibilidad a largo plazo de salud política y prosperidad económica” de una nación pobre, el debate moral quedó definitivamente cerrado. Todo lo que faltaba era que la política se pusiera al día.
Aunque el acuerdo del G-8, que implica más de $40 mil millones de deuda, fija un precedente histórico, a los activistas de Jubilee les queda mucho trabajo por hacer para garantizar que la cancelación del 100 por ciento se conceda a otros países pobres necesitados, así como a naciones que tienen “odiosas” deudas acumuladas por dictaduras anteriores, y que la cancelación se realice sin condiciones. Sin embargo, los retos que quedan no deben oscurecer un hito importante—diez años de lucha y docenas de protestas realizadas.