En la Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) celebrada en diciembre pasado en Hong Kong se habló mucho de “libre comercio”. Pero en realidad las negociaciones trataron de un tema: la disposición de EEUU, Japón y la Unión Europea a cumplir su propia retórica y recortar sustancialmente los subsidios a la agricultura. Al proveer casi mil millones de dólares al día en subsidios para sus agricultores, los países más ricos del mundo, que regularmente predican a las naciones pobres acerca de las virtudes de los mercados abiertos, se hacen culpables de la peor hipocresía.
El compromiso acordado al final de la reunión de la OMC producirá solo una pequeña reducción en subsidios y los agricultores de los países ricos continuarán recibiendo un enorme apoyo. De esa manera, queda una pregunta clave a los críticos de la globalización corporativa basada en el primer mundo y en el Sur global: ¿Es realmente el acceso al mercado la respuesta a la pobreza?
Los gobiernos de las naciones en desarrollo, que venían de obtener una victoria al resistir un trato comercial desigual en Cancún en 2003, presionaron mucho en Hong Kong para que países como EEUU redujeran su apoyo a la agricultura. Instituciones tales como el Banco Mundial y la junta editorial de The New York Times también dieron su apoyo a los países pobres al argumentar que el acceso al mercado del primer mundo es una piedra angular del desarrollo y la reducción de la pobreza.
Esto dejó en una incómoda posición a un número creciente de escépticos del “libre mercado” en todo el mundo. Ciertamente los subsidios agrícolas tienen dos caras. ¿Pero es la eliminación de esos subsidios el mejor camino hacia la justicia económica para los países en desarrollo? ¿Y tienen razón los críticos en desconfiar de hacer causa común con Paul Wolfowitz, el jefe del Banco Mundial?
En el pasado, la cuestión del acceso al mercado ha dividido a los progresistas. En 2002, Oxfam, una prominente organización en contra de la pobreza, dio a la publicidad un artículo titulado “Las Reglas Amañadas y la Doble Moral” y lanzo una campaña llamada “Comercio Justo”. El informe presentaba una gama de recomendaciones para mejorar los términos del comercio internacional y del desarrollo, pero el acceso al mercado se convirtió en el enfoque primordial a medida que el documento era promovido por los medios. Oxfam se hacía eco de la retórica del Banco Mundial al argumentar que “para que el motor (del comercio) funcione, los países pobres necesitan el acceso a los mercados de los países ricos. La expansión del acceso al mercado puede ayudar a los países pobres a acelerar el crecimiento económico, al mismo tiempo que expande las oportunidades para los pobres”.
Oxfam atrajo críticas especiales al presentar a otros defensores como “globófobos”. Representantes de movimientos sociales de los países en desarrollo, que a menudo han criticado las posiciones comerciales de las élites de sus propios gobiernos, fueron los primeros en responder. Walden Bello, director ejecutivo de Enfoque en el Sur Global, acusó a Oxfam de “caricaturizar (a los críticos del libre comercio) en el peor estilo de The Economist”. Afortunadamente Oxfam se ha distanciado de tales críticas gratuitas a sus aliados en el movimiento de globalización. Y últimamente la organización ha suavizado sus exigencias de acceso al mercado, haciendo mayor énfasis en la resistencia a la intrusión forzosa de la globalización corporativa en los países más pobres.
Hay buenas razones para no sumarse acríticamente al carro que promueve el “libre comercio” y el fin de los subsidios. En primer lugar, no está del todo claro que el desarrollo económico basado en las exportaciones agrícolas permita a los países “salir de la pobreza por medio del comercio”, como argumentan sus proponentes. Históricamente, muchas naciones que han dependido del desarrollo dirigido por la exportación han fracasado debido a la disminución de los precios de productos agrícolas en el mercado mundial, un problema provocado por el exceso de oferta. Como señala un informe de Oxfam en 1992 titulado “La Trampa del Comercio”, “Los países que dependen de la exportación de productos primarios como café, azúcar o algodón están atrapados en una trampa: mientras más producen, más caen los precios”.
El fin de los generosos subsidios podría ayudar en algo a esta situación al reducir el dumping en el mercado internacional de bienes de primer mundo con precios artificialmente bajos. Sin embargo, no ayudará mucho, incluso aunque EEUU, Europa y Japón eliminaran totalmente los subsidios–algo que políticamente es impensable. Nancy Birdsall, la típica defensora del comercio, conjuntamente con los economistas Dani Rodrik y Arvind Subramanian, escriben en un reciente artículo en Foreign Affairs que el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica que “Los precios mundiales aumentarían solo entre 2 y 8 por ciento para el arroz, azúcar y trigo; 4 por ciento para el algodón; y 7 por ciento para la carne de res. La típica variación anual de los precios mundiales para estos artículos está al menos en el orden de una magnitud mayor.”
En otras palabras, la famosa inestabilidad de los mercados de exportación agrícola sería la perdición de los agricultores pobres que luchan por sobrevivir. De igual forma, los más optimistas pronósticos del Banco Mundial sugieren que, como resultado de la liberalización del comercio, un país con un ingreso per cápita de $100 aumentaría esa cifra en solo 60 centavos durante los próximos diez años. Eso no es precisamente una panacea para el desarrollo.
Los pequeños agricultores están en la peor posición de obtener tales beneficios, los cuales lo más probable es que caigan en manos de los intermediarios. Puestos a competir contra las gigantescas corporaciones agropecuarias que dominan los mercados y disfrutan de influencia política (para no hablar de acceso a fuertes líneas de crédito e instalaciones donde almacenar sus productos alimenticios cuando los precios bajan), esos pequeños productores se encontrarán participando en un juego amañado.
Además, como señalan los economistas, desde el liberal Dean Baker hasta Stephen Roach (de la firma Morgan Stanley), debido a los insostenibles déficits de EEUU en la balanza comercial y en cuentas corrientes, el dólar sobrevaluado es casi seguro que caiga en los próximos años. Esto significa que los mercados norteamericanos de importación se contraerán. Los países que hayan basado su estrategia de desarrollo en obtener un pedazo de ese pastel se encontrarán luchando entre sí por pedazos cada vez más pequeños.
Políticamente, seguir al Banco Mundial y a The New York Times en su énfasis en el acceso al mercado desvía la atención de las políticas alternativas que apoyarían a los pequeños productores en soluciones mucho más directas promovidas por los movimientos sociales en el Sur global. Esto incluye usar la ley anti-trust para disminuir el poder de la gran industria agropecuaria, presionar en pro de la reforma agraria, promover el comercio regional y pedir disposiciones internacionales de “tratamiento especial y diferenciado” que permita garantizar a los países pobres con poblaciones vulnerables la seguridad alimentaria de su propia pueblo.
Incluso cuando los gobiernos de países en desarrollo obtienen concesiones en cuanto a los subsidios agrícolas, el acceso se consigue a un precio. A cambio, los países ricos exigen que sus socios comerciales se abran de otras maneras–haciendo que las naciones pobres privaticen servicios como el agua y la distribución de electricidad y limitando su capacidad de proteger sus incipientes industrias. Los países en desarrollo también terminan por eliminar la red de protección que ha ayudado a defenderse a los agricultores pobres de las inevitables fluctuaciones de los mercados internacionales. El apoyo a la globalización corporativo no debiera ser un precio que los países en desarrollo sean obligados a pagar para terminar con la hipocresía norteamericana y europea.
El acuerdo final negociado en Hong Kong en última instancia provocará una pequeña reducción en los subsidios de exportación que los países ricos suministran a sus agricultores, pero dejará intacto el sistema general. Y mientras el sistema dominante de la economía de “libre mercado” avanza, los pobres continuarán perdiendo.