Leer los titulares en los periódicos de la mañana durante estos años de Bush a menudo es un ejercicio de desesperación, ya que las nuevas atrocidades de cada día parecen superar las anteriores. Pero oculta calladamente en las páginas interiores, y circulando por las Fuentes alternativas de noticias, hay también una historia más esperanzadora: a pesar de los retos presentados por la actual administración, el movimiento de justicia global ha dado pasos impresionantes en años recientes. Los argumentos a favor de las políticas comerciales y de desarrollo que realmente tratan de la pobreza y sirven a los trabajadores han pasado de las márgenes de la izquierda a la corriente dominante del debate internacional. El paradigma de “neoliberalismo” que dominó el desarrollo del mundo durante dos décadas ha perdido coheretemente su legitimidad. Y tras él, han aparecido algunos espacios importantes para construir alternativas.
Ya sea en la barrida demócrata de las elecciones parciales, en la erupción de las protestas internas en apoyo a los derechos de los inmigrantes, en el realineamiento a la izquierda de la política latinoamericana, en el colapso de la ronda Doha de conversaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC) o en las victorias extendidas en asuntos tales como condonación de la deuda, estas tendencias continúan por caminos emocionantes en 2006.
Dado que los demócratas de Bill Clinton fueron el partido de ALCAN (Área de Libre Comercio de América del Norte), y que los demócratas continúan dependiendo del gran dinero de las corporaciones norteamericanas, muchos activistas de la justicia global no creen en un gran empuje a favor del cambio real que pueda ser promovido desde el Capitolio. Aunque esta opinión tiene valor, la avalancha demócrata representa un duro golpe para la reaccionaria administración Bush, y uno tendría que estar inusualmente hastiado para no ver los punto9s luminosos en la barrida electoral. Es más, en términos de los temas de comercio y desarrollo, las elecciones parciales ayudaron a promover un gran realineamiento en el seno del Partido Demócrata que se aleja de los planes de globalización corporativa.
Como han demostrado los controladores de Ciudadano Público, siete plazas en el Senado y 28 en la Cámara de Representantes han pasado de defensores del “libre comercio” a defensores del “comercio justo”, los cuales apoyan el uso de los acuerdos internacionales para promover protecciones más fuertes a los trabajadores y al medio ambiente. Algunas victorias importantes son la de Bernie Sanders, senador por Vermont, un firme crítico del neoliberalismo, y del senador por Ohio Sherrod Brown, activista desde hace mucho y autor de Mitos del Libre Comercio: Por Qué Ha Fracasado la Política Comercial Norteamericana. El 7 de noviembre también produjo numerosas victorias a nivel de los estados y las comunidades, al ser llevados a cargos públicos a líderes de base que ven su trabajo local en un contexto internacionalista. Por ejemplo, el veterano campeón de la justicia global Mark Ritchie, fundador y ex director ejecutivo del Instituto para la Agricultura y la Política Comercial, fue elegido como Secretario de Estado en Minnesota y encabezará el esfuerzo por hacer del estado un modelo para la realización de elecciones limpias y justas.
Otro tipo de democracia –más colorida y directa– se exhibió en las calles este año. Lo más notable fue que 2006 presenció una ola de manifestaciones masivas en favor de los derechos de los inmigrantes. En marzo, una movilización de 750 000 personas en Los Angeles fue reivindicada como un hecho histórico, pero el 1 de mayo fue superada por una marcha de más de un millón de personas en esa propia ciudad. Tales manifestaciones se repitieron en todo el país, y se celebraron acciones coordinadas en más de 100 ciudades de la nación en el curso de unas semanas. Las manifestaciones dieron voz a algunos de los miembros más marginalizados de nuestra sociedad: inmigrantes que ayudan a preparar nuestra comida, limpiar nuestros hoteles y hogares y cuidar a nuestros hijos. Aunque no es posible aún discernir toda la significación política del movimiento pro derechos de inmigrantes, las acciones inspiradoras nos retaron a ver los vínculos entre las penurias en el extranjero y la lucha por la justicia aquí. Y ello sugirió que un gigante no tan dormido espera por los políticos que promueven la exclusión y la xenofobia.
Fue también año de elecciones en Latinoamérica, y los ciudadanos en muchas partes de la región continuaron rechazando modelos pro-corporativos de “progreso” económico. Los chilenos eligieron por primera vez a una mujer como presidenta, Michelle Bachelet, una médica de inclinaciones izquierdistas cuya familia fue encarcelada por la dictadura de Pinochet en la década de 1970. Los electores en Brasil reeligieron al ex líder sindical Lula da Silva. Y Hugo Chávez también obtuvo una decisiva reelección en Venezuela al obtener amplio apoyo para sus programas sociales al estilo del Nuevo Trato. En Ecuador, los electores seleccionaron al economista Rafael Correa, un firme oponente del Consenso de Washington, frente a un magnate del banano que también es el hombre más rico del país.
Quizás el más impresionante de los líderes haya sido Evo Morales, el primer presidente indígena de Bolivia. Morales, quien tomo posesión del cargo en enero, ha escandalizado a la prensa internacional de los negocios al cumplir sus promesas de campaña. Apuntalado por movimientos sociales bien organizados, el gobierno de Morales inició el 1 de mayo la nacionalización del petróleo y el gas de Bolivia. El proceso culminó a principios de diciembre, cuando el gobierno firmó acuerdos con compañías energéticas extranjeras que le daban un control mayoritario del petróleo y el gas y desviaba más de la mitad de las ganancias hacia el bien social. Dado que la mayoría de la población del país vive en la pobreza y se ha beneficiado poco del hecho de vivir en una nación rica en recursos, estos esfuerzos que debían haberse adoptado hace mucho son bienvenidos. A fines de noviembre el partido de Morales fue más allá al aprobar una ambiciosa reforma agraria que trata de reparar una injusticia histórica al dividir algunas de las enormes propiedades que quedaban de los tiempos coloniales y de redistribuir hasta 20 millones de hectáreas a campesinos que trabajan la tierra.
El realineamiento político en Latinoamérica, junto con años de presión popular en otras partes del mundo en desarrollo, ha cambiado dramáticamente el tono de las discusiones de comercio internacional. Durante las negociaciones de julio en Ginebra, la ronda de conversaciones de Doha en la Organización Mundial del Comercio colapsó cuando los países en desarrollo se enfrentaron a la doble moral de EEUU y Europa en el tema de los subsidios agrícolas. Mientras la administración Bush canta loas al “comercio libre” sin restricciones, en realidad apoya generosos subsidios para la agricultura interna –nada menos que por $23 mil millones de dólares al año, la mayor parte de los cuales va a parar a las más grandes mega-granjas del país. Delegados de las naciones más pobres exigieron recortes significativos a estos subsidios antes de aceptar liberalizar aún más sus economías. No hace falta decir que los países ricos se resistieron y en medio de esta manifestación hipócrita las conversaciones fracasaron.
Aunque el impasse en la OMC no garantiza un sistema más justo en el comercio global, el fracaso de Doha impidió que avanzara un mal acuerdo en la OMC, al menos por el momento. Si los líderes mundiales aceptan la insinuación, la discusión debiera dirigirse a la creación de un sistema de comercio que valore la autodeterminación de base y distribuya de manera más justa los beneficios del comercio internacional.
Otros avances sugieren que una agenda de ese tipo pudiera no ser tan inalcanzable. En el tema de la cancelación de la deuda, el movimiento de globalización ya ha tenido éxito en reformar la política. Los defensores fueron eficaces en dar a conocer la injusticia de obligara naciones con una población enferma y desnutrida a enviar gran parte de su presupuesto nacional a los países ricos en forma de pagos de una deuda externa insostenible, gran parte de la cual fue acumulada por dictadores anteriores. En 2005, después de una década de presión por parte de grupos de base, los líderes mundiales acordaron cancelar la deuda que 18 naciones empobrecidas tenían con el FMI y el Banco Mundial. La cancelación de la deuda a menudo ha demostrado ser la forma más eficaz de ayuda al permitir a los países utilizar sus propios recursos para solucionar necesidades sociales. Pero el acuerdo de 2005 no tuvo suficiente alcance: dejó fuera a los principales bancos regionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el principal prestamista en Latinoamérica.
Miembros de la coalición Jubileo contra la deuda continuaron presionando a favor de cancelar deudas con el BID, y el pasado noviembre lograron otro hito. El BID aceptó un acuerdo que canceló la deuda de cinco de los países más pobres de las Américas. Si se implementa de manera apropiada, el acuerdo eliminará hasta $768 millones para Bolivia, $365 millones para Guyana, $1,1 mil millones para Honduras, $808 millones para Nicaragua y $468 millones para Haití. Sin duda queda por hacer para garantizar que la cancelación se realice totalmente, sin atrasos y sin condiciones. Pero los esfuerzos en pro de mayores progresos debieran ser impulsados por las recientes victorias.
Miles de campañas similares se enfrentaron a injusticias locales, retaron al poder corporativo y brindaron la energía que finalmente derrocó a presidentes. Como se nos recuerda diariamente acerca de las duras realidades que persisten en una era de exceso ejecutivo y militarismo de superpotencia, sus victorias pueden parecer dispares y pocas. Pero han demostrado que pueden crecer y construir, eliminando gradualmente la brecha que nos separa de posibilidades que fueron distantes: la muerte del neoliberalismo, la recreación política de las Américas, el fin de la extrema pobreza, una globalización democrática. Las tranquilas victorias de 2006 nos recuerdan en conjunto que el cambio es más posible de lo que a veces creemos –y que no es totalmente ingenuo invertir esperanza en la promesa de un nuevo año.