Tengo una propuesta. Dupliquemos los fondos que el gobierno de EE.UU. dedica a promover la energía renovable. Incrementemos las asignaciones para evitar las ejecuciones de hipotecas y así ayudar a un millón de norteamericanos a no perder su vivienda. Iniciemos un programa de infraestructura de $10 mil millones para reparar las carreteras destruidas y los puentes. Doblemos el número de nuevos maestros de matemáticas y ciencias que el presidente Obama quiere formar, para llevar al total a 200 000. Y repongamos en su puesto a todos los agentes de policía que despidieron en Camden, Nueva Jersey –entre los lugares más peligrosos del país incluso antes de que las limitaciones del presupuesto obligaran a despedir a la mitad de sus fuerzas policíacas en diciembre.
Ya que estamos en eso, reduzcamos el déficit en unos $40 mil millones.
Esta proposición no es economía vudú. Es economía tabú. Todo esto se puede lograr reduciendo el gasto militar de EE.UU. en solo 10 por ciento. Algunas de estas sugerencias (formación de maestros, policías de Camden) son asuntos sin importancia según las normas presupuestarias del Pentágono, junto con el hecho de que cuestan menos que un solo avión de combate Lockheed Martin F-35.
El año pasado, el sitio web de The New York Times ofreció un artículo interactivo por medio del cual los lectores podían intentar balancear el presupuesto, seleccionado entre una variedad de medidas de ahorro. El ejercicio mostró que los gastos exorbitantes por el servicio de salud deben ser controlados para que el gobierno de EE.UU. siga siendo solvente a largo plazo. Sin embargo, a pesar de la problemática acerca de nuestro sistema privado de servicios de salud, cubrir el déficit proyectado para 2015 es fácil, siempre que se hicieran dos cosas: se permitiera que caducaran las reducciones de impuestos de la era de Bush (incluyendo las reducciones al impuesto de sucesión a los ricos) y se optara por una selección de modestas reducciones a los militares.
Se puede aprender mucho de la actitud de los norteamericanos hacia el presupuesto, la cual está descaminada en varias áreas notables. Cuando responden a una encuesta, los electores norteamericanos generalmente sobreestiman la cantidad que se gasta en ayuda al exterior. La mayoría cree que actualmente es como la cuarte parte del presupuesto federal. En una demostración ahorrativa muy firme (aunque aislacionista), el participante promedio de una encuesta propone que se rebaje a solo 10 por ciento del gasto gubernamental.
Ignoran que, en realidad, la ayuda al exterior suma menos de uno por ciento del presupuesto de EE.UU.
A diferencia de esto, los norteamericanos subestiman grandemente el gasto del Pentágono. Solo 25 por ciento de los participantes en una encuesta de Rasmussen en todo el país consideró que el país debía gastar en la defensa al menos tres veces más que cualquier otra nación. (Cuarenta por ciento pensó que debiéramos gastar menos, y el 35 por ciento estaba dudoso.) Sin embargo, los gastos anuales de los militares de Estados Unidos –aproximadamente $700 mil millones—significa más de seis veces la cantidad gastada por China, nuestro más cercano rival, tan entusiasta por las armas.
Los fabricantes de armamentos en EE.UU. son genios para evitar los recortes. Distribuyen la producción de los armamentos caros en varios distritos congresionales, de manera que los legisladores se vean afectados personalmente por las asignaciones militares y las consideran como fuente de empleo para sus electores. Por tanto, mientras los derechistas no ahorran vitriolo para atacar a Obama por su gasto de estímulo –argumentando que “Si Washington quiere ayudar a la economía, lo mejor que puede hacer es quitarse de en medio”—sus convicciones de “libre mercado” desaparecen cuando se trata de detener el flujo de la esplendidez del Pentágono.
Este año, varios recién electos congresistas del Tea Party se separaron de los conservadores tradicionales y exigieron que se pusiera “en la mesa” el tema del recorte de los gastos de la defensa. Sin embargo, a pesar de toda la palabrería acerca de un nuevo régimen, tanto las propuestas presupuestarias de los demócratas como la de los republicanos en realidad incrementan el gasto militar. La solicitud de fondos del Pentágono para 2012 es la mayor desde la 2da. Guerra Mundial. Incluso ajustándolo a la inflación, sobrepasa cualquier cosa que Ronald Reagan o George W. Bush hayan tenido la audacia de solicitar.
¿No seríamos un país más humano y responsable si gastáramos menos en armas? Incluso en esta era de austeridad, responder de forma afirmativa en Washington sigue siendo seriamente un tabú.