El 9 de diciembre, ante las banderas de sus respectivos países, los presidentes de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay y Venezuela, junto con un representante de Uruguay, se reunieron en Buenos Aires y firmaron la carta fundacional del Banco del Sur.
El Banco del Sur permitirá a los gobiernos participantes usar un porcentaje de sus reservas colectivas de divisas para fortalecer la economía latinoamericana y promover el desarrollo cooperado. Tiene en plan comenzar a prestar dinero en 2008, con un capital de alrededor de $7 mil millones de dólares.
Por sí mismo el banco representa un serio reto para las instituciones dominadas por EE.UU., como son el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Como parte de una tendencia mayor, significa un importante alejamiento de las políticas del neoliberalismo de “libre comercio” que dominaron la región durante las décadas de 1980 y 1990.
Los creadores del Banco del Sur son muy conscientes del significado de esta ruptura. Según palabras del presidente venezolano Hugo Chávez, el banco “apunta a liberarnos de las cadenas de la dependencia y el subdesarrollo”. El presidente ecuatoriano Rafael Correa estuvo de acuerdo cuando argumentó que con el banco “las naciones sudamericanas podrán poner fin a su dependencia política y financiera que han tenido con el modelo neoliberal”.
Oficialmente, las instituciones financieras internacionales han mantenido un tono optimista. El 11 de diciembre, la Directora General del FMI Dominique Strauss-Kahn dijo a la agencia France-Presse que el nuevo banco “no es un problema; quizás sea una oportunidad”. De manera similar Augusto de la Torre, economista principal para Latinoamérica en el Banco Mundial, dijo que “En lo que concierne al Banco Mundial, no percibimos a esta nueva iniciativa como un competidor”.
Pero en marzo de 2007, mientras los líderes latinoamericanos discutían por primera vez la creación de un nuevo organismo, un anónimo informante del neoliberal FMI, con acceso a información confidencial, dijo a The Financial Times que el Banco del Sur significaba la mayor amenaza a su institución en décadas. “Con el dinero de Venezuela y la voluntad política de Argentina y Brasil, este es un banco que pudiera tener mucho dinero y un enfoque político diferente”, explicó. “Nadie dirá esto públicamente, pero no nos agrada”,
Zafándose del Amarre de Washington
Los que están comprometidos con el Consenso de Washington tienen buenas razones para que les desagrade el Banco del Sur. En décadas recientes, el FMI, el Banco Mundial y los bancos regionales multilaterales han controlado en gran medida el acceso al crédito y al financiamiento para el desarrollo de los países más pobres. Esas instituciones permitieron a los países en desarrollo evitar la suspensión de sus pagos, suministraron fondos en algunas oportunidades difíciles y dieron su aprobación a acreedores privados. Pero el precio que pagaron los países fue alto.
A fin de mantener las buenas relaciones, las naciones en desarrollo han tenido que privatizar industrias, abrir sus mercados a los negocios extranjeros, liberalizar el flujo de capitales, mantener una rígida política monetaria e implementar la austeridad fiscal (es decir, recortar servicios sociales que necesitan sus pueblos). En definitiva, tales políticas demostraron ser desastrosas para Latinoamérica.
El PIB per cápita, que había estado creciendo a una tasa constante durante las décadas de 1960 y 1970, apenas creció en las dos décadas subsiguientes de neoliberalismo. Durante el último de estos períodos, la región también desarrolló uno de los más altos niveles de desigualdad del mundo.
El Banco del Sur trabajaría para remediar esta situación. A diferencias de las instituciones financieras preexistentes, el nuevo banco sería dirigido por los propios países latinoamericanos, no estará dominado por una sola nación y tendrá libertad para apoyar enfoques de desarrollo que son mucho más sensibles a las necesidad es de los pobres.
Una declaración en mayo de 2007 por parte de los ministros sudamericanos de finanzas afirmó que el nuevo banco y otros mecanismos de integración regional “deberán basarse en esquemas democráticos, transparentes y participativos que tendrán que rendir cuenta ante sus electores.”
Con excepción del Presidente Nicanor Duarte Fruto, de Paraguay, todos los líderes latinoamericanos involucrados en el Banco del Sur fueron elegidos en años recientes con el mandato de separarse de Washington. Bien conscientes del fracaso del neoliberalismo económico en la región, y bajo presión de una ciudadanía animada, los miembros del banco han indignado a la prensa internacional de los negocios debido a que han hecho precisamente eso.
Varios gobiernos han tomado medidas para liberarse de la supervisión directa del FMI al devolver sus préstamos antes de fecha. En diciembre de 2005, Argentina y Brasil anunciaron que pagarían $9,8 mil millones y $15,5 mil millones, respectivamente. El FMI, que se beneficia de los pagos de los intereses sobre préstamos a largo plazo, quedó desconcertado.
Argentina, que fue una vitrina del FMI durante la década de 1990 y sufrió un grave colapso económico en 2001, declaró su alegría. El entonces presidente Néstor Kirchner proclamó triunfantemente que sacudirse las cadenas de la deuda del FMI constituía un paso hacia la “soberanía política y la independencia económica”.
Desde entonces, los gobiernos latinoamericanos han estado superándose unos a otros en sus actos de desafío.
Al tomar posesión de su cargo en 2006 en Bolivia, el Presidente Evo Morales anunció que dejaría expirar el acuerdo de préstamos del país con el FMI. En mayo de 2007 declaró que Bolivia se retiraría del centro de arbitraje del Banco Mundial, el cual maneja las disputas de inversiones, generalmente a favor de los intereses corporativos. Nicaragua ha rechazado de manera similar la autoridad del centro.
Correa los superó a todos cuando en abril de 2007 expulsó de Ecuador a los representantes del Banco Mundial.
Ese mismo mes, Chávez anunció que Venezuela se retiraba totalmente del FMI y del Banco Mundial. Aunque el país todavía está trabajando en los detalles de esta medida, la perspectiva no tiene precedente en la era de la globalización corporativa.
La posibilidad de que una Venezuela rica en petróleo brinde a sus vecinos el financiamiento que previamente podrían tener que mendigar a Washington es un factor significativo en su disposición para romper con el FMI y el Banco Mundial. Venezuela ha ofrecido miles de millones de dólares a países—incluyendo a Argentina, Bolivia y Ecuador—y esos fondos de apoyo hacen a esos países menos vulnerables a las amenazas de fuga de capitales que en el pasado. Junto con las inversiones procedentes de China e India, reduce dramáticamente la capacidad de Washington de negar a los líderes disidentes los recursos financieros cuando los gobiernos, en su opinión, se tornan desobedientes. El Banco del Sur ayudará a formalizar una fuente alternativa de finanzas y la situará bajo control regional.
Rudo Despertar
La creación del Banco del Sur llega en un momento particularmente malo para el FMI. Los problemas de la institución salieron a flote en sus reuniones anuales de otoño, a mediados de octubre, después de las cuales The Washington Post sostuvo que “el Fondo Monetario Internacional necesita reestructurarse y quizás ser rescatado.”
Los préstamos del FMI han descendido en años recientes, a medida que sus supuestos beneficiarios se han rebelado. Cortar los lazos con el FMI no es solo un fenómeno latinoamericano. Rusia, Tailandia, Indonesia y Filipinas también han adoptado estrategias de pronto pago de la deuda. Muchos países asiáticos que sufrieron cuando la crisis financiera neoliberal en 1997 están acumulando grandes reservas de efectivo para evitar un regreso al FMI en tiempos de mala situación económica, y recientemente han trabajado en la creación de un centro regional de compensación de monedas que los alejaría aún más de Washington.
Estos hechos están socavando tanto la influencia del FMI como su flujo de caja. Su portafolio de préstamos ha disminuido de casi $100 mil millones en 2004 a unos $20 mil millones actualmente. Hoy día un solo país, Turquía, da cuenta del grueso de los préstamos. El FMI ha perdido casi toda su influencia en Latinoamérica, donde los préstamos han caído hasta unos míseros $50 millones, menos del 1 por ciento de su portafolio global de préstamos. Apenas en 2005 la región copaba el 80 por ciento de sus préstamos.
Privado de sus lucrativos pagos por intereses provenientes de los países más pobres, el FMI ahora trata desesperadamente de financiar su presupuesto administrativo de mil millones de dólares sin acudir a sus reservas de oro. A diferencia de sus triunfalistas pronunciamientos en pasadas reuniones de otoño, en 2007 la recién instalada presidenta del FMI Dominique Strauss-Kahn confesó que para la institución “los recortes están sobre la mesa”.
Ignorando el contexto, los expertos defensores del libre comercio generalmente han respondido al Banco del Sur minimizando su significado y pronosticando un fracaso. The Wall Street Journal caracterizó al banco como uno de los muchos planes locos de Hugo Chávez, e insistió en que es “improbable (que pueda) mantener su grandiosa visión”. Mientras tanto, The Economist aseguró: “El FMI puede dormir en paz”. Señaló que el acuerdo fundacional del Banco del Sur carece de muchos detalles acerca de sus políticas de gobierno y de préstamo, y que los desacuerdos persisten entre los principales actores de la región.
Es cierto que Latinoamérica tiene una historia de disputas internas que hicieron fracasar los sueños de unidad regional — y que aún persisten diferencias hoy día. Mientras que Venezuela y Ecuador han insistido en que el banco tenga un mandato de largo alcance, Brasil prefiere una institución más modesta. Para chasco de muchos de sus partidarios progresistas, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva ha seguido políticas económicas conservadoras para mantener a Brasil en buenas relaciones con los acreedores extranjeros. El país también dirige un gran banco interno de desarrollo que hizo préstamos por $38 mil millones para financiar proyectos nacionales. Por tanto, Brasil tiene menos que ganar directamente del hecho de que el Banco del Sur sea un robusto prestamista regional.
Los activistas, aunque positivos en general, han expresado algunas preocupaciones. Los medioambientalistas se preocupan de que el Banco del Sur, aunque dirigido más democráticamente que sus contrapartes en Washington, pueda desarrollar un historial similarmente destructivo de financiar proyectos de construcción a gran escala ecológicamente dañinos.
Otros progresistas, que van desde los miembros de la coalición Jubileo Sur hasta el comentarista cubano Eduardo Dimas, han argumentado que la institución debe ir más allá de los tradicionales préstamos para el desarrollo y apoyar medidas tales como la reforma agraria, una moneda regional común y proyectos explícitamente diseñados para promover la solidaridad política en la región. Estos enlazarían más directamente al banco con la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), una iniciativa por medio de la cual el gobierno venezolano ha pagado por los médicos cubanos que brindan servicios en la región y ha promovido otras formas de ayuda mutua.
Sin embargo, las reservas acerca del mandato del Banco del Sur no deben opacar la rapidez y severidad del asalto de Latinoamérica a las instituciones financieras internacionales.
Chávez mencionó por primera vez la idea del banco en 2006, y la rapidez con que ha nacido ha sido sorprendente. El amplio apoyo en Latinoamérica a favor de organismos independientes como el nuevo banco sugiere que los días en que Estados Unidos podía actuar como un supervisor económico que dictaba política a los países en todo el mundo están llegando a su fin. Al inaugurarse el Banco del Sur, hasta Lula lanzó un mensaje de desafío al Norte. “Las naciones en desarrollo deben crear sus propios mecanismos de financiamiento”, dijo, “en vez de sufrir bajo los del FMI y del Banco Mundial, que son instituciones de las naciones ricas”. Y agregó rotundamente: “Es hora de despertar.”