Cuando uno se enfrenta a la realidad de que gran parte de nuestro atuendo se produce bajo horribles condiciones de trabajo, la primera pregunta que muchos consumidores se hacen es: ¿Cómo puedo comprar ropa que no se haga en fábricas donde se explota a los trabajadores?
La pregunta es mucho más difícil de lo que parece a simple vista. Aunque indudablemente refleja un admirable deseo por parte de los compradores de ser parte de la solución a un irritante problema, llega con problemas propios –y está en la raíz de una gran división entre los activistas. Muchos empresarios del “comercio justo” quieren responder a los consumidores brindando una lista de productos alternativos producidos éticamente. Sin embargo, veteranos promotores de campañas en contra de las fábricas donde se explota a los trabajadores no solo son escépticos acerca de si existen realmente ropas lo suficientemente limpias como para merecer la etiqueta de “sin problemas”, sino que también se preguntan si la búsqueda para comprar la marca correcta puede ser suficiente para crear el cambio.
”Yo digo a la gente que esa no es la pregunta adecuada”, dice Martin Hearson, coordinador de campaña de la organización británica Trabajadores Detrás de la Etiqueta. “Debido a que los problemas son estructurales y se aplican de manera general, necesitamos involucrar a la industria en su conjunto. La pregunta adecuada es: ‘¿Cómo puedo persuadir a las compañías a que hagan más por mejorar las condiciones de los trabajadores?’ No se trata de la marca en particular de los pantalones que uno compra”.
“Si creemos que solamente votar con nuestros dólares es la solución, es una respuesta muy fácil para la gente –una respuesta que puede en realidad provocar más pasividad”, agrega Bob Jeffcott, de la Red de Solidaridad Maquila con sede en Toronto, “Si yo compro ropa que tiene algún tipo de etiqueta que dice que se ha fabricado en condiciones decentes, puedo sentirme satisfecho conmigo mismo y no tengo que hacer nada más. Bueno, esperamos que la gente haga algo más que salir de compras”.
Los gigantes corporativos en la mira
Durante la última década el movimiento en contra de las fábricas donde explotan a los trabajadores ha tenido éxito en provocar conciencia acerca de las condiciones explotadoras de trabajo en la industria del vestir. Al hacerlo, ha descubierto algunas verdades incómodas acerca de nuestra economía global. Anteriormente, en la década de 1990, el movimiento cautivó a los consumidores con campañas muy visibles en las que presentaban a trabajadores explotados, generalmente en el Sur global, que producían artículos para corporaciones como Nike, Levi’s y Gap. En realidad no se seleccionaron las marcas importantes porque su práctica fuera dramáticamente peor que sus competidores de marcas desconocidas (que a menudo utilizaban a los mismos suministradores). La razón era que los activistas realizaban campañas contra los gigantes corporativos porque las compañías cuidaban celosamente su imagen de marca y por lo tanto eran susceptibles a denuncias en los medios.
En gran medida la estrategia funcionó: los principales actores en la industria de confecciones, los cuales durante años negaron las condiciones de explotación, desde entonces se han visto obligados a aceptar que existen problemas y a unirse a iniciativas destinadas a mejorar los salarios y las condiciones de trabajo. Sin embargo, a medida que evolucionan las campañas de activistas para mejorar el monitoreo de fábricas y para apoyar la organización de los trabajadores, algunas ideas equivocadas permanecen en el público.
Una idea equivocada es que el problema de la explotación puede ser evitado con no comprar unas pocas marcas importantes. Como señala Hearson: “Ya no se trata de los grandes abusadores. Ahora el caso es de movilizar a toda la industria. Las dificultades son estructurales”. En vez de tratar de lograr un nivel de pureza en sus compras personales, él argumenta que los consumidores tienen que presionar a las compañías y a los grandes compradores, como las universidades, para que hagan más esfuerzos concertados para elevar las normas –por ejemplo, participando en iniciativas como la Iniciativa Ética de Comercio, en el Reino Unido, y el Consorcio de Derechos de los Trabajadores, en EE.UU. Como un importante aspecto de esto, las corporaciones deben comprometerse a ayudar a sus empleados a mejorar fábricas deficientes, en vez de abandonarlas cuando se reportan los abusos. “Tenemos que reconocer que una compañía que está desempeñándose bien en este asunto necesariamente no está libre de explotación”, dice Hearson. “Se trata de la que reconoce el problema y se une a grupos de trabajadores y otros interesados. Si queremos mejoras en toda la industria, no va a suceder de la noche a la mañana”.
Tradicionalmente el movimiento en contra de fábricas explotadoras y el movimiento por un comercio justo tienden a operar en distintos campos. Los activistas de las fábricas trabajaron para movilizar la acción colectiva en sus batallas contra las marcas, Mientras tanto, los del comercio justo se dedicaron a forjar lazos directos entre consumidores –más notablemente en Europa—y productores de café y bananas en el Sur global. Su objetivo fue dar a los consumidores la capacidad de “votar” a favor de un precio justo para los pequeños agricultores.
En años reciente los dos movimientos se han acercado a medida que un número creciente de iniciativas han intentado suministrar opciones de confecciones “libres de explotación”. Desafortunadamente, las complejidades de la industria de las confecciones han garantizado que los resultados no hayan sido uniformemente dignos de encomio.
Detrás de la etiqueta “libre de explotación”
Pocos dudarían de que marcas “libres de explotación” como la británica Ethical Threads o la holandesa Kuyichi tengan buenas intenciones al promover la ropa ética. Pero dado que el monitoreo independiente y creíble de fábricas ha demostrado ser notoriamente difícil para las compañías principales, los observadores contrarios a la explotación aseguran que las etiquetas alternativas no pueden probar que las condiciones en sus fábricas cumplen los parámetros. “En la mayoría de los casos”, asegura un informe de la Red de Solidaridad Maquila, “estas iniciativas carecen de normas laborales claras y creíbles, criterios de certificación o programas de monitoreo o verificación” que los activistas han exigido a las marcas mayores.
En Estados Unidos, el fabricante “libre de explotación” American Apparel ha sido blanco de los ataques de una amplia gama de críticos –que van desde los activistas que denuncian como “sexismo gratuito” sus anuncios que presentan a vendedores de tiendas en poses provocativas hasta sindicatos que argumentan que la aseveración de la compañía de que es “pionera de las normas de responsabilidad social en la industria” está basada más en un truco publicitario que en el respeto por los trabajadores. La compañía fabrica sus productos en una planta de Los Angeles, paga salarios muy por encima del mínimo y ofrece beneficios a sus empleados. Pero los trabajadores dicen que sus esfuerzos por formar un sindicato en el 2003 se enfrentó a una dura resistencia. Stephen Wishart, representante del sindicato nacional de los trabajadores de confecciones, escribió que “por medio de la intimidación, interrogatorios y amenazas de cerrar la instalación, American Apparel creó una atmósfera de temor que rápidamente enfrió los intentos de los trabajadores por organizarse”.
Cuando más detallistas importantes comienzan a ofrecer líneas de productos “libres de explotación” junto con otras confecciones, otros problemas pueden surgir. En Gran Bretaña, la Fundación Fairtrade (Comerciojusto) ofreció recientemente a las compañías una oportunidad para vender confecciones de algodón cerificado como “Fairtrade”. Detallistas como Marks & Spencer y Topshop respondieron con entusiasmo y aprovecharon la oportunidad para beneficiarse de la publicidad positiva por su participación en la iniciativa.
El problema, según señalan grupos anti-explotación, es que la marca Fairtrade promete solo que el algodón en las confecciones es producido de una forma justa. Aunque la Fundación Fairtrade monitoree eficazmente las condiciones de los cosecheros de algodón –por sí misma una tarea difícil–, no hay garantía de que los trabajadores no sean explotados en otras etapas del proceso de producción. Los consumidores que piensan que están seleccionando un producto éticamente limpio pudieran estar comprando en realidad ropas cosidas con trabajo infantil o terminadas en una fábrica peligrosamente sobrecalentada. Es más, al mismo tiempo que Topshop anunciaba su decisión de vender productos hechos con algodón Fairtrade, Trabajo Detrás de la Etiqueta estaba investigando acusaciones de supresión del sindicato en una planta de Camboya que fabrica ropa para el minorista.
No hay respuestas fáciles
“Seamos claros: la gente que trata de comprar productos éticos está haciendo algo bueno”, explica Hearson. “El problema es que yo pienso que los promotores de comercio justo reconocen que existe un mercado –que hay un vacío—y que ellos pueden estar muy dedicados a llenar ese vacío. Pero puede que no estemos listos aún para llenar ese vacío. Los sistemas de fuentes y producción éticas no existen aun. Llevará mucho tiempo desarrollarlos”.
“Creo que la opción de comercio justo ciertamente debe ser explorada”, dice Jeffcott. “La clave es que las organizaciones laborales y los grupos anti-explotación deben estar implicados si va a existir un proceso para determinar lo que constituye el comercio justo –especialmente en un sector complicado como el de confecciones.
“El comercio justo puede crear algunos importantes nichos en el Mercado, y esos con el tiempo pueden convertirse en modelos para las grandes marcas y los grandes detallistas. Pero hasta entonces el movimiento anti-explotación tendrá que mantener la presión para cambiar las prácticas en la industria en su conjunto. Eso significa alentar a la gente para que enfrente la dura realidad, no para que se conforme con respuestas fáciles”.