Aunque durante mucho tiempo fue una cruzada bipartidista en Washington, el “libre comercio” está punto ahora de enfrentarse a alguna oposición. Y no hay mejor momento para comenzar la pelea que durante los últimos meses del mandato del Congreso.
El ímpetu de la nueva lucha por el comercio, por supuesto, proviene de la victoria aplastante de los demócratas en las elecciones parciales. Muchos aspectos de la política de la globalización han cambiado desde que los demócratas estuvieron en el poder y Bill Clinton era el presidente. Las negociaciones en la Organización Mundial del Comercio (OMS), que provocaron grandes protestas en Seattle en 1999, han colapsado. Las crisis financieras en Asia Oriental y en Argentina desacreditaron algunos de los principios básicos de la globalización corporativa neoliberal. Y la visión de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en todo el hemisferio ha sido bloqueada por una nueva y batalladora generación de líderes latinoamericanos que cada vez está más dispuesta a enfrentarse al abuso de Washington.
Pero uno de los cambios más interesantes puede haber tenido lugar en el seno del propio Partido Demócrata. Durante la década de 1990, la Casa Blanca trató de crear un amplio consenso alrededor del tema del “libre comercio” y reconfigurar a los líderes demócratas como promotores de la globalización corporativa. Después de todo, el Presidente Clinton era la persona que enrumbó la aprobación del Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (ALCAN), ayudó a supervisar la creación de la OMC y adelantó las negociaciones del ALCA -mientras tanto, alienaba a los electores tradicionalmente progresistas en los movimientos sindicales y medioambientales. Indiferentes, el presidente y el Consejo de Liderazgo Demócrata proclamaron la creación del Nuevo Demócrata, centrista y favorable a las corporaciones.
El problema es que el “libre comercio” siempre ha significado un costo. En este país, el costo en empleos que emigran y las normas laborales socavadas es soportado por los trabajadores -esos que no tienen muchas conexiones en el área dentro de la Circunvalación y no pueden pagar a un personal de cabilderos corporativos. Igualmente, en el Sur global los pequeños agricultores y las familias empobrecidas tienen más posibilidades de sufrir por las tierras contaminadas y los talleres donde se explota a trabajadores producidos por el desarrollo no regulados que las élites de la “jet set” que van de vacaciones en Miami. El neoliberalismo no ha posibilitado el desarrollo que ha prometido regularmente y los beneficios que ha creado han ido a parar desproporcionadamente a manos de los pocos ricos.
Actualmente los demócratas que han retomado el control del Congreso tienen una oportunidad de trazar un nuevo rumbo para la economía global. Indudablemente ellos rechazarán el belicoso unilateralismo de la administración Bush en la política exterior. Pero el apoyo a una globalización democrática implica dar un paso más allá: exige que ellos rechacen el regreso al “impulsismo” al “libre comercio” de la era de Clinton y forjen un nuevo consenso a favor de políticas justas de comercio que valoren a los pequeños productores, derechos de los trabajadores y el medio ambiente.
Señales de un nuevo consenso
Señales tempranas de tal consenso han comenzado a aparecer en las últimas semanas. Aún antes de comenzar a ser golpeada por la pérdida electoral, los aliados de la administración Bush habían intentado deslizar varios acuerdos comerciales en el Congreso durante los últimos tiempos de vida de esta legislatura. Esto no ha sido tan fácil como pensaban. Cuando el Presidente Bush visitó Viet Nam la semana anterior al Día de Acción de Gracias, él esperaba traer consigo noticias acerca de la aprobación por parte del Congreso de Relaciones Normales Comerciales Permanente con ese país –una medida que hubiera servido de escalón hacia un acuerdo de libre comercio y un apoyo a la entrada de Viet Nam a la OMC. No sucedió así. El proyecto de ley no obtuvo la mayoría de dos tercios que necesitaba para ser aprobado, con muchos demócratas unidos para derrotarlo. The New York Times declaró que la votación, que se suponía iba a ser una fácil victoria, en su lugar significó “un profundo desengaño y embarazo para la Casa Blanca”.
El paso siguiente en la agenda de la administración Bush es el acuerdo comercial que negoció con Perú. En los últimos años, mientras fracasaban las negociaciones en eventos multilaterales como la OMC, EEUU se dedicó cada vez más a promover sus planes de globalización por medio de acuerdos comerciales bilaterales con otros países. Actualmente la Casa Blanca tiene por lo menos media docena de estos acuerdos en camino. Soñaba con obtener una rápida aprobación de ellos por parte del Congreso este mes –sobre todo el acuerdo con Perú.
El contenido del acuerdo EEUU-Perú debe ser conocido por todos los que han tenido el disgusto de examinar el ALCAN y el ALCA. Estos incluyen débil protección al mundo natural (el Club Sierra los califica de “disposiciones medioambientales débiles e imposibles de poner en práctica”), así como disposiciones que permiten a las empresas realizar reclamaciones judiciales si las disposiciones locales de aire limpio o de salud pública interfieren con su posibilidad de hacer dinero. Las salvaguardias de las patentes de las transnacionales de los medicamentos (que son medidas proteccionistas desde cualquier punto de vista) están contempladas en el acuerdo –aunque grupos como Médicos Sin Fronteras han alertado de que esto privará a los enfermos pobres de Perú de las medicinas genéricas que pueden salvar su vida. No obstante, los defensores del “libre comercio”, conscientemente ajenos a la contradicción, denuncian cualquier indicio de protección a los derechos de los trabajadores como lamentablemente anticuado y económicamente pernicioso.
Afortunadamente, al igual que la legislación del de Viet Nam, el acuerdo con Perú está enfrentando algunos obstáculos recientemente erigidos. La pasada semana, 16 congresistas demócratas escribieron al representante comercial norteamericano exigiéndole que el acuerdo fuera renegociado para incluirle normas laborales más fuertes. Entre los legisladores se destacó el Representante Charles Rangel (NY), quien será el próximo presidente del Comité de Vías y Medios de la Cámara de Representantes –el órgano responsable de aprobar los acuerdos comerciales.
Para empeorar las desgracias de la Casa Blanca, los legisladores también pidieron mejores salvaguardias en un acuerdo de libre comercio pendiente con Colombia. Bajo negociación durante mucho tiempo, este acuerdo fue firmado por la administración Bush inmediatamente después de Acción de Gracias. Funcionarios comerciales esperan que se ratifique a principios del nuevo año. Pero la oposición en el Congreso al acuerdo ha sido apoyada por grupos como AFL-CIO, que señalan que Colombia es el lugar más peligroso del mundo para ser organizador de sindicatos. (Más de 2 000 sindicalistas han sido asesinados desde 1991.) Por su parte, representantes del mayor sindicato de Colombia han denunciado el acuerdo comercial como una “anexión económica” y se han unido a aliados norteamericanos para exigir una renegociación del tratado que garantice mejores condiciones para los trabajadores.
Realineamiento político
La dudosa fortuna de los acuerdos con Viet Nam, Perú y Colombia señalan un importante cambio. El centro de gravedad alrededor de los temas de comercio ha estado girando lentamente en el Partido Demócrata durante los años de Bush. Un creciente número de legisladores ha pasado a posiciones económicas populistas que muestran mayor preocupación por el bienestar de los trabajadores y menos por el aumento de salarios para los Directores Generales. Como resultado, los debates acerca del comercio se han vuelto cada vez más contenciosos. En una confrontación clave en el verano de 2005, la administración Bush logró en el Congreso la aprobación del Acuerdo de Libre Comercio de Centroamérica (ALCC) por el menor margen posible –217 votos contra 215– y solo lo obtuvo después de dedicar semanas haciendo generosas promesas de fondos a fin de comprar a legisladores renuentes. Finalmente apenas 15 demócratas apoyaron el tratado.
Cuando se inaugure el nuevo Congreso, los votos a favor de la globalización corporativa serán aún más difíciles de obtener. En un excelente análisis post-elecciones, los vigilantes de Global Trade Watch (Vigilantes del Comercio Global) a favor del interés público documentaron un importante realineamiento político. Su informe siguió siete contiendas senatoriales y 28 de la Cámara de Representantes en las cuales defensores del comercio justo vencieron a titulares a favor del “libre comercio” o ganaron asientos vacantes que anteriormente ocupaban los que abogaban por el “libre comercio”. En contraste, ningún titular defensor del comercio justo fue derrotado. Ganadores progresistas prominentes incluyen al senador por Vermont Bernie Sanders, un crítico de la globalización corporativa que no tiene pelos en la lengua, y el Senador por Ohio Sherrod Brown, quien se unió a una delegación sindical en las calles de Seattle durante las protestas contra la OMC en 1999 y que posteriormente escribió un libro desacreditando los “Mitos del Libre Comercio”.
El informe de Vigilancia del Comercio Global argumenta que “No hay que mirar más que las exitosas campañas acerca del comercio justo en estados presidenciales claves –la Florida (Tim Mahoney), Iowa (Bruce Braley, Dave Loebsack), New Hampshire (Paul Hodes, Carol Porter Shea), y Ohio (Sherrod Brown, Ted Strickland)– para comprender que el impacto electoral y político del comercio es enorme… y tendrá grandes implicaciones tanto para la campaña presidencial del 2008 como para el rumbo futuro de la política comercial de EEUU.”
Un titular de The Miami Herald lo resumió de manera aún más sucinta: “Demócratas ganan en grande al oponerse a acuerdos de libre comercio”.
Dependerá de figures como Rangel, la próxima presidenta de la Cámara Nancy Pelosi y Max Baucus, el demócrata de Montana quien debe presidir el Comité Senatorial de Finanzas, que la ola de repulsa a la globalización corporativa impulse un cambio duradero en las políticas de los demócratas. Estos líderes partidistas puede que no sean defensores del “libre comercio” como Bill Clinton, pero tampoco son grandes activistas del comercio justo como Brown y Sanders. Todos tienen un historial mixto en temas de comercio; tanto Pelosi como Rangel votaron a favor de la legislación de comercio con Viet Nam, que puede que resurja en los próximos meses. Es más, cada uno de estos importantes demócratas ha realizado gestos retóricos hacia el bipartidismos después de las elecciones.
Funcionarios más conservadores del Consejo Demócrata de Liderazgo esperan que insinuaciones de acercamiento se conviertan en actitudes moderadas. Pero este no es el tipo de “moderación” que los demás debemos considerar como una virtud. Más excitante y más encomiable sería si los demócratas llegaran agresivamente, eliminando los acuerdos comerciales que perjudican a las familias trabajadoras y desbrozando el camino para una globalización desde abajo.