Debido al fracaso de la ronda Doha de negociaciones a fines de Julio, algunos defensores optimistas de la globalización corporativa nos dirán que la Organización Mundial del Comercio (OMC) se está tomando un “tiempo de descanso”. Sin embargo, la mayoría de los observadores están considerando a la suspensión de las conversaciones como un “colapso”. Kamal Nath, Ministro de Comercio de la India, ha dicho que las negociaciones comerciales se encuentran en un punto “entre la unidad de cuidados intensivos y el crematorio” y que el futuro de la organización en sí está en duda.
La pregunta para los progresistas es: ¿Qué significa esto para el futuro de la agenda del “libre comercio”?
Para los pobres del mundo, el deslizamiento de la OMC hacia el estado vegetativo es motivo de alegría. La suspensión indefinida de las conversaciones comerciales representa una clara victoria para el movimiento de justicia global, que visiblemente se manifestó en contra de las reuniones ministeriales de la OMC durante los últimos ocho años en Seattle, Cancún y Hong Kong. Los activistas hace rato que aseguran que al tratar a las leyes protectoras del medio ambiente, la protección al trabajador y las salvaguardias para el pequeño productor como barreras que obstaculizan el comercio, la OMC promovió un sistema comercial que benefició a las corporaciones transnacionales a expensas tanto de los trabajadores de las naciones ricas como los del Sur global.
Grupos como Public Citizen, un vigilante del interés público, consideraron acertadamente al colapso de la ronda de Doha como un hecho esperanzador. Lori Wallach, directora de Vigilancia Mundial del Comercio, perteneciente al grupo, emitió un comunicado que argumenta que “Los gobiernos y la sociedad civil en todo el mundo tienen ahora una extraordinaria oportunidad de crear un sistema multilateral de comercio que realmente podría brindar beneficios a la mayoría”.
Esta oportunidad es genuina. Sin embargo, el impasse en la OMC también presenta nuevos retos.
Irónicamente, aunque hace mucho que la institución ha sido ridiculizada por la izquierda como una herramienta imperialista, también le desagrada a segmentos de la derecha. Funcionarios de la administración Bush que se incomodan por tener que someterse a una “prueba de fuego global” consideraron con sospecha el principio en la OMC de “un país, un voto”, ya que lo ven como una limitación potencial multilateral a las prerrogativas de EEUU.
Al enfocar las conversaciones comerciales con una visión unilateral, la Casa Blanca no ha estado dispuesta a realizar los necesarios compromisos para mantener a la OMC a flote. Las negociaciones de Doha fracasaron porque EEUU, junto con Europa, se negó a hacer concesiones significativas para terminar con el proteccionismo a la agricultura. Aunque exigen a las naciones pobres que abran sus mercados, los gobiernos de elite canalizaron decenas de miles de millones de dólares anuales en subsidios a sus propios agricultores, contradiciendo la retórica de “libre comercio”. Cuando se iniciaron las conversaciones de la Ronda Doha en la Reunión Ministerial de la OMC en 2001 en Qatar, se les calificó de “Ronda del Desarrollo”. Los promotores del “libre comercio” proclamaron que traería crecimiento y prosperidad al mundo. Los países en desarrollo no se dejaron engañar. Apoyados por las manifestaciones masivas de los últimos años, sus negociadores exigieron que, antes de aceptar abrir aún más sus mercados, EEUU y Europa debían reducir sus subsidios a la agricultura. Las reducciones no se llevaron a cabo y los sermones provenientes de los gobiernos ricos sonaron tanto cínicos como hipócritas. El resultado fue el colapso de las conversaciones.
¿Y ahora qué sucederá?
La visión de Wallach de un mejor sistema comercial puede que se logre en última instancia. Pero no llegará fácilmente. El ministro brasileño de Relaciones Exteriores, Celso Amorím, ha declarado que, a medida que la OMC se deshaga, el comercio internacional operará según “la ley de la selva” –donde el fuerte subyuga al débil. Eso le viene muy bien a los unilaterales de la Casa Blanca, pero ha puesto a temblar a algunos progresistas. Antes de una reunión previa de la OMC, el escritor británico George Monbiot llegó a proclamar públicamente que él se había equivocado al pedir la abolición de la institución: “Lo único peor que un mundo con las reglas equivocadas para el comercio internacional es un mundo sin ningún tipo de reglas”, escribió.
Al margen de la OMC, la administración Bush en los últimos años se ha dedicado a promover Acuerdos de Libre Comercio (ALC) bilaterales con otros países. En tales negociaciones, las naciones más pobres no pueden buscar la fuerza en la unión, no pueden unirse a un bloque negociador como el G20+, que se enfrentó a EEUU y a Europa en la ministerial de Cancún. El enfoque bilateral ha permitido a la Casa Blanca promover acuerdos favorables a las corporaciones con países tales como Australia, Chile, Marruecos y Singapur –y la administración Bush está negociando muchos otros. Un ACL con Omán acaba de aprobarse en la Cámara de Representantes en Julio y se encuentran en discusión acuerdos con países que incluyen a Perú y Colombia.
Como escribe Monbiot, el Presidente Bush “está buscando negociar individualmente con países más débiles para poder imponerles términos más duros de comercio. Él quiere reemplazar un sistema multilateral de comercio con uno imperial. Y esto coloca al movimiento de justicia global en una posición difícil”.
La preocupación de Monbiot es válida, aunque sus conclusiones sean cuestionables. Sin duda la confrontación con los ALC bilaterales presentará nuevas dificultades a los activistas. Pero eso no significa que la salvación de la OMC sea una tarea que vale la pena para los progresistas. Después de todo, las negociaciones bilaterales estaban avanzando con o sin el organismo multilateral. Y los críticos de la administración Bush no tienen por qué aceptar que el enemigo de nuestro enemigo es nuestro amigo.
Hasta ahora, los esfuerzos por reformar la OMC no han tenido un éxito notable. La idea de transformar esa institución en una defensora del “libre comercio” sigue siendo un sueño distante. A corto plazo, era mucho más probable que la organización hubiera armado un mal acuerdo comercial que hubiera castigado adicionalmente a los pobres. Por suerte, eso ha sido evitado.
Además, antes de preparar panegíricos de la OMC, debiéramos asegurarnos de tomarle el pulso. Las conversaciones comerciales han fracasado anteriormente. La Ronda Uruguay de negociaciones anteriores a la OMC se empantanó a principios de la década del 90, pero más tarde revivió y se completó. Igualmente, al final los negociadores regresaron a la mesa después de que las ministeriales de Seattle y Cancún terminaron en animosidad. El hecho de que la autoridad presidencial para negociar por el “carril rápido” expira a mediados de 2007, probablemente descarte cualquier regreso de EEUU a la OMC en los próximos dos años. Sin embargo, la organización aún pudiera ser resucitada por una futura administración que tenga una visión más multilateral que la del conciliábulo de Bush, pero no menos decidida en su búsqueda de una globalización corporativa.
Para evitar esto, el movimiento de justicia global necesitará no solo enfrentarse a los ALC bilaterales patrocinados por los republicanos. También tendrá que reprender a los demócratas que favorecen el “libre comercio” y construir un partido de oposición que presente una alternativa real a la globalización corporativa.
En resumen, se avecina mucho trabajo. Los que quieren construir sistemas más justos de comercio y de globalización necesitarán perseverancia y creatividad continua. No obstante, pueden buscar inspiración en ver al otrora indetenible Goliat de la OMC de espaldas en el suelo, a consecuencia de las conversaciones de Doha.