Los norteamericanos preocupados por el hambre, las enfermedades y las privaciones en todo el mundo durante mucho tiempo han argumentado que nuestro país debiera tomar el liderazgo en el suministro de asistencia para el desarrollo a las poblaciones pobres del extranjero. Después del 11/9 un número aún mayor de ciudadanos señaló la ayuda al exterior como una manera de crear vínculos internacionales fuertes, promover instituciones democráticas y construir un mundo más seguro. Parecía una exigencia razonable y oportuna que EEUU se equiparara a los países europeos, los cuales brindan mucha más ayuda al exterior en proporción a la magnitud de sus economías.
En realidad, debiéramos tener cuidado con lo que pedimos.
Actualmente la administración Bush está remodelando las estructuras por medios de las cuales EEUU brinda tal asistencia; ya hay razones para temer que los cambios no serán para mejorar. Bajo la bandera de la “diplomacia transformativa”, la Secretaria de Estado Condoleezza Rice está prometiendo un programa de ayuda que está más abiertamente politizado que nunca Ðrelacionado menos con los imperativos éticos de aliviar la pobreza y más con los objetivos políticos y militares a corto plazo de la Casa Blanca.
Este mes, el Senado ha trabajado para confirmar a Randall Tobias como el nuevo administrador de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). Una vez promovido, Tobias, que actualmente es el jefe de la Oficina del SIDA Global en la Casa Blanca, será también el primer Director de Ayuda al Extranjero Esta posición tiene nivel de subsecretario en el Departamento de Estado y estará subordinado directamente a la Secretaria Rice.
Junto con el nombramiento de Tobias, la administración está moviendo a la USAID dentro del Departamento de Estado. Los distintos programas que reparten cada año unos $19 mil millones de dólares en asistencia al extranjero serán consolidados bajo la supervisión del nuevo director. Disminuir la burocracia puede ser una buena cosa, claro está. Pero hay varios problemas que vendrán con los cambios.
El primero es que el historial de Tobias demuestra que es el hombre equivocado para el cargo en la USAID. Antes de unirse a la administración Bush, Tobias era un importante contribuyente a las campañas republicanas y fue Director General del gigante farmacéutico Eli Lilly & Co. Allí se enfrentó a las exigencias del mundo en desarrollo por un mayor acceso a los medicamentes genéricos contra el SIDA al cabildear a favor de los derechos de propiedad intelectual de las corporaciones.
Como director de la Oficina del SIDA Global, Tobias recibió críticas de grupos que iban desde Paternidad y Maternidad Planificadas hasta Alerta de Derechos Humanos debido a su imposición de una respuesta a la prevención del SIDA en áfrica, motivada políticamente, basada en la abstinencia. Según orientaciones emitidas por la oficina de Tobias, dos tercios del dinero para prevención canalizados este año a través del Plan Presidencial de Emergencia de Ayuda al SIDA debe ser dirigido a programas de abstinencia y fidelidad. Las orientaciones, reportadas por primera vez en diciembre por The Baltimore Sun, han sido difundidas por el Centro para la Salud y la Igualdad de Géneros, que hizo campaña en contra del nombramiento de Tobias.
En una audiencia ante el Congreso en marzo de 2004, Tobias llegó a cuestionar la demostrada eficacia de los condones en la reducción de la transmisión del VIH. Repitió sus aseveraciones al mes siguiente al decir: “La estadística demuestra que los condones no han sido realmente muy eficaces”. Tales acciones provocaron que he New York Times publicara un editorial acerca de la promoción de Tobias, argumentando que el embajador “demostró ser incapaz de resistir la presión para que abandonara las estrategias demostradas para la prevención del SIDA en favor de programas de abstinencia apoyados por la derecha religiosa”.
La propensión de Tobias a inyectar un plan ideológico en programas supuestamente apolíticos es una mala noticia para la USAID. Aunque debe ligar muy bien con los objetivos mayores de la administración Bush de reestructurar los programas del país para ayuda al extranjero.
Desde que fue creada durante la administración Kennedy, la USAID ha operado independientemente del control de la Secretaría de Estado. Esto le permitió realizar programas de desarrollo a largo plazo que no estaban vinculados necesariamente a las cambiantes prioridades políticas de cualquier presidente. En la práctica, por supuesto, la ayuda norteamericana al exterior siempre ha estado politizada. Durante la Guerra Fría, la asistencia era desplegada expresamente como parte de la lucha contra el comunismo soviético. Pero la independencia formal de la USAID ayudó a la institución a valorar lo que sus miembros conocían del desarrollo por sobre su fervor ideológico.
Al consolidar a la USAID bajo el Departamento de Estado, la administración Bush está vinculando de manera mucho más abierta el dinero para la asistencia a los intereses estratégicos de EEUU Esto es parte de una tendencia mayor. Como argumenta Oxfam America, “Desde los ataques del 11 de septiembre ha habido un drástico viraje en la asistencia norteamericana al extranjero que ha borrado las líneas que tradicionalmente han separado la ayuda humanitaria y al desarrollo de la acción política y militar”.
El paradigma de la “diplomacia transformativa”, develada por la Secretaria Rice en enero, es la últimas manifestación de este viraje. Incluirá el traslado de diplomáticos estadounidenses en Washington y Europa a países en Asia y el Medio Oriente. Un empuje principal de la diplomacia transformativa es una vinculación más estrecha de la ayuda al extranjero con los intereses políticos. A los defensores del desarrollo les preocupa que esto signifique que los dólares para los programas de reducción de la pobreza se conviertan en ayuda condicional utilizada como pago a cambio de la fidelidad de los gobiernos más pobres Ðesos países lo suficientemente ansiosos por unirse a una “coalición de los dispuestos” o a firmar un pacto de “libre comercio”.
No son sólo los críticos de fuera los que se preocupan. En una reunión de la Secretaria de Estado con personal de USAID en enero, los empleados bombardearon a Rice con preguntas acerca de la naturaleza política de los cambios. Al informar de la reunión, The Boston Globe citó a un anónimo funcionario de USAID que al defender los planes estratégicos de Rice confirmaba los peores temores de sus colegas: “él dijo que los días en que los trabajadores de la asistencia podían determinar sus propios planes habían terminado. ‘Ese es un lujo de tiempos de paz’, dijo. ‘Somos un país en guerra’.”
La mayoría de los norteamericanos se sorprenderían de saber que, incluso en las mejores épocas, muy poco del dinero que dedicamos a la “asistencia al extranjero” se dedica realmente a programas de salud y educación para los pobres. El grueso se hace bajo el manto de la ayuda militar y la asistencia económica a estados de importancia estratégica, como Egipto, Jordania, Irak, Rusia, Afganistán, Pakistán y Colombia. En años recientes una creciente cantidad de dinero se ha retirado del desarrollo y se ha dedicado a programas dirigidos a “fortalecer la democracia”, “alentar la buena gobernabilidad” o “promover la reforma económica”.
Este tipo de retórica generalmente suena bien, pero los objetivos son vagos y fácilmente politizables. Pueden permitir que la ayuda se dedique a fines nefastos. En el caso de la Cuenta del Reto del Milenio, uno de los nuevos programas creados por la administración Bush, la “apertura al comercio internacional” se presenta como uno de los criterios usados para seleccionar a los países receptores de la ayuda. La apertura se mide utilizando un índice que suministra la archiconservadora Fundación Heritage. En Centroamérica los líderes rápidamente aprendieron la lección; casi todos los observadores en la región creían que recibir ayuda de la cuenta dependía del apoyo al controvertido Acuerdo de Libre Comercio de Centroamérica (ALCC).
Igualmente, la Casa Blanca a menudo ha presentado sus reformas como esfuerzo por promover la efectividad en la asistencia al extranjero Ðindudablemente un objetivo digno. Pero el caso del financiamiento de SIDA, en el que la administración Bush ignoró la información científica acerca de la prevención eficaz, ha hecho dudar de su sinceridad. En un nivel más general, la ex Vicesecretaria Adjunta de Estado para áfrica, Carol Lancaster, recientemente hizo la observación a periodistas que los receptores de ayuda como Egipto, que reciben dinero con propósitos políticos, saben que EEUU no les quitará el dinero aunque se utilice ineficazmente. Por lo tanto, no se sienten incentivados a impedir la corrupción.
El trabajo a favor de las preocupaciones de seguridad de EEUU no es un objetivo ilegítimo de la asistencia al extranjero. Sin embargo, la invasión de Irak brinda una trágica ilustración de que cuando la administración Bush busca objetivos políticos hace tiempo reprimidos bajo el disfraz de la lucha contra el terror esto puede tener desastrosas consecuencias Ðy de hecho hacer del mundo un lugar más peligroso. Nos da la razón para desconfiar de programas de ayuda para comprar o presionar a aliados, y para ver con escepticismo los acuerdos en los cuales los profesionales de la salud y la educación deban responder a los operativos de la Casa Blanca o a los planificadores del Pentágono.
Las actuales maniobras burocráticas de la administración Bush no significan que los norteamericanos deben renunciar totalmente a la idea de la ayuda al exterior. La verdadera ayuda Ðla asistencia a largo plazo ofrecida debido a la creencia de que las sociedades con menos pobreza, enfermedades y desigualdad tienen más posibilidades de ser democracias sanasÐ puede contribuir a la creación de un mundo que sea al mismo tiempo más seguro y más justo. Eso es lo que queremos cuando exigimos más fondos para los países pobres. Eso es lo que a menudo faltó cuando en el pasado se politizaron los programas de ayuda. Y eso es lo que es menos probable que se obtenga bajo Randall Tobias.