En los últimos 15 años el ascenso de las noticias por cable ha hecho surgir una clase de expertos que no son de izquierda, pero que juegan a serlo en TV. Como han demostrado los vigilantes de Justicia y Precisión en el Periodismo, los programas de comentarios políticos ofrecen un “balance” presentando a representantes de la extrema derecha, como Pat Buchanan, con demócratas centristas y editores de New Republic. Los progresistas son testigos asombrados de cómo el terreno de la verdadera disensión se derrumba como una colina erosionada en la costa izquierda de la posibilidad política.
Esta deprimente tendencia ha hecho más refrescante observar el bien ganado ascenso a la prominencia de Barbara Ehrenreich. Personalidad relevante desde hace mucho de los círculos del movimiento social, Ehrenreich se politizó durante la guerra de Viet Nam cuando era estudiante de postgrado en busca de un doctorado en Biología. En los 70 participó en el Nuevo Movimiento Norteamericano pos-SDS y, con Deidre English, escribió algunos de los textos feministas de importancia acerca de la salud de la mujer. Por entonces Ehrenreich era conocida de los lectores de Radical America, Monthly Review e In These Times como una analista informada que planteó controversialmente en un ensayo de 1976 que una “Clase Profesional Gerencial”, situada incómodamente entre los trabajadores y el capital, podría desempeñar un papel vital en promover políticas socialistas.
Los esfuerzos periodísticos de Ehrenreich se expandieron y en 1980 compartió el Premio Nacional de Revistas por un artículo en Mother Jones acerca de las fechorías de las compañías farmacéuticas en el mundo en desarrollo. Eso, y la publicación en 1983 de El corazón de los hombres: sueños norteamericanos y la huida del compromiso, la ayudaron a obtener pedidos regulares de The New York Times Magazine. También le desbrozó el camino para una columna en la revista Time de 1991 a 1997.
Ehrenreich se adentró en ese mundo con sus principios políticos intactos, sin promover nunca la mitología de Reencuentro abandonando su feminismo o su conciencia de clase. Polemista brillante con una oscura veta cómica, una vez escribió en un ensayo acerca de las labores de casa en la revista Time: “En la época de nuestras madres, las normas eran crueles, pero claras… Los pisos debían estar tan inmaculados como para servir de plato en caso de que los invitados prefirieran comer como perritos. La meseta de la cocina debiera estar lo suficientemente limpia para ser usada para cirugía de emergencia, en caso de que fuera necesario”.
Observación, humor y análisis político también se combinaban perfectamente en el libro que completó el ascenso de Ehrenreich a la popularidad. Nickel and Dimed (De a Cinco y de a Diez), su viaje clandestino por el mundo de los trabajadores pobres, ha vendido más de un millón de ejemplares y sigue estando entre los libros de bolsillo en la lista de más vendidos de The New York Times. Ha hecho a Ehrenreich tan popular como puede serlo un escritor serio norteamericano.
Aunque esto es causa suficiente para celebrar, y aunque Nickel and Dimed ha hecho mucho por desacreditar el consenso bipartidista de que a los trabajadores pobres les ha ido muy bien en la era posterior al estado de bienestar, los lectores como yo aún tenemos algunas reservas acerca de ese éxito sin precedentes. Hay que reconocer que la conciencia de sí misma de Ehrenreich desmiente algunos de los aspectos más pintorescos de su visita cruzando la barrera de clases. (Ella ha descrito su técnica como un “último y desesperado intento” por llamar la atención a la pobreza y señala en su libro: “He tenido suficientes encuentros no deseados con la pobreza en mi vida como para saber que no es un lugar que uno quiere visitar con propósitos turísticos”.) Sin embargo, hay algo inherentemente condescendiente en la idea de que uno tiene que pasar por pobre para escribir acerca de la pobreza.
La propia Ehrenreich ha comparado el “descubrimiento” de la pobreza en los 60 con el “descubrimiento” de América por Colón, señalando que en cada caso ya había mucha gente que conocía bien el panorama.
Como si fuera una C. Wright Mills de la actualidad, Ehrenreich asciende en la escala social en su nuevo libro, Bait and Switch (Carnada y Cambio) que trata del estrato económico de cuello blanco de la propia autora. El escenario es la recesión posterior a la burbuja de Internet y la recuperación sin empleos en nuestro país. A principios de 2003, The New York Times Magazine anunció la llegada de un nuevo escaló de los desempleados. Publicó un memorable artículo central que presentaba a un envejecido ex capitán de industria de la Internet y señalaba: “Este hombre ganaba $300 000 dólares al año. Ahora vende ropa de caqui”.
Para Ehrenreich, esos profesionales en decadencia tienen un significado especial para nuestra sociedad, y señalan “groseramente con el dedo al rostro del sueño norteamericano”. Estos “son los que ‘hicieron todo bien'”, explica ella–obteniendo títulos en administración de negocios y finanzas y convirtiéndose en soldados de infantería de las corporaciones–sólo para encontrarse que eran “reestructurados” sin trabajo por parte de negocios que hace años abandonaron el concepto de lealtad a los empleados.
Como en su libro anterior, Ehrenreich va a buscar los datos de primera mano. Ella inventó unos antecedentes laborales bajo su nombre de soltera, Barbara Alexander, y se presentó a los empleadores de compañías de Internet y en eventos profesionales de cadenas como una asesora de relaciones públicas en busca de la estabilidad de un trabajo corporativo en su especialidad.
Después de casi un año de esfuerzos, no pudo encontrarlo. Esto no es una sorpresa, ya que ella decidió no pedir ayuda a nadie de su propio y verdadero mundo social. Como señala en su conclusión, “alguien normal que a mi edad busca trabajo hubiera adquirido un archivo de contactos a quienes acudir para cuando llegara el desempleo”. Sin ellos, su fachada no impresiona y sus perspectivas de trabajo son pocas.
Pero aunque Barbara Alexander no sea un estudio de caso real, los otros profesionales sin empleo que ella conoció no son impostores. Está John Piering, “un profesional desempleado de IT de cincuenta y dos años con dos hijos pequeños”, que trata de ahorrar haciendo que su familia use menos aire acondicionado y que acepta trabajos temporales como empleado de una agencia de mudanzas. Y está Leah, una ex ejecutiva de marketing que sólo ha encontrado “trabajos de supervivencia”, como limpiar apartamentos, desde que perdió su empleo en el 2001. “Tengo una deuda de $73 000 dólares y me quedan $16 000 hasta que me suspendan las tarjetas de crédito”, explica Leah. “Así que bromeo con la gente y les digo que no me importaría que me robaran la identidad”.
La verdadera dificultad a la que se enfrenta en Bait and Switch para ganar lectores es que Ehrenreich raras veces obtiene mucha simpatía para sus colegas en la búsqueda de trabajo. A menudo parece estar más distanciada que comprometida. En la mayor parte de las veces, Ehrenreich presenta a sus colegas de cuello blanco como poco imaginativos y patéticos. Están amargados por haber sido usados y abandonados por sus jefes del mundo de los negocios, pero son demasiado individualistas como para organizarse en pro de su beneficio colectivo. Ehrenreich incluso llega a rechazar a su alter ego, Barbara Alexander, quien se desespera por autoencumbrarse y no tiene mucha dignidad. Al completarse su lastimoso descenso, los lectores no tienen con quien simpatizar.
Dicho esto, hay varias cosas que el libro hace muy bien. Ehrenreich fustiga a la “industria de transición”–formada por asesores alardosos, consultantes de antecedentes laborales y grupos de red manipulativos- que hacen presa de los desempleados vulnerables. De manera aún más incisiva (extendiendo su brillante libro de 1989, Fear of Falling [Temor a Caer], que describía las ansiedades singulares que mantenían a la clase media profesional en un tímido autoaislamiento) ella determina la peculiar psicología de negocios que culpa a los profesionales desempleados de su propia desgracia. Ella describe un mundo donde líderes de grupos de apoyo, gurúes gerenciales y libros de autoayuda aconsejan que el optimismo individual y la “personalidad” pueden triunfar por sobre una economía disfuncional.
“Desde el punto de vista de los ‘ganadores’ económicos”, escribe ella, “la opinión de que el destino de cada cual depende enteramente de sí mismo debe ser extraordinariamente conveniente”. Más allá de la auto-congratulación, esta opinión sirve para mantener a raya a los aspirantes, ya que “si uno puede lograr cualquier cosa por sus propios esfuerzos mentales, no hay necesidad de confrontar las fuerzas sociales y económicas que conforman su vida”.
Aunque Bait and Switch termina por ser el retrato más oscuro que Ehrenreich hace de la Clase Profesional-Gerencial, no parece que ella haya abandonado toda esperanza. El mismo proyecto de diseccionar la insidiosa ideología de los negocios constituye una forma de apología. Es una exploración de lo que un viejo marxista pudiera llamar “falsa conciencia”–algo más regularmente discutido con relación a las familias trabajadoras de los estados rojos que los gerentes de nivel medio entrenados para identificarse apasionadamente con sus empleados. Pero después de 30 años de indiferencia corporativa hacia su bienestar, quizás al fin sea hora de que esos gerentes disminuidos aprendan a repensar dónde debe estar su lealtad.