Aunque la Casa Blanca aún aspira a evitar la derrota, cada vez está más claro que su fracaso en hacer aprobar el Acuerdo de Libre Comercio de América Central (TLCCA) significa el más reciente de una serie de reveses para su cancaneante agenda comercial. Para los trabajadores de toda la América es motivo de celebración.
En el año que ha transcurrido desde la presentación del TLCCA al Congreso para su ratificación, la Casa Blanca repetidamente ha prometido que haría aprobar el tratado. Sin embargo, una vez tras otra las fechas topes han llegado sin que suceda.
A diferencia de la privatización de la Seguridad, el presidente no ha montado innumerables reuniones al estilo de asambleas municipales en apoyo al acuerdo comercial, el cual disminuiría tarifas arancelarias y crearía reglas como las del TLCAN para el intercambio económico entre EE.UU., El Salvador, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Costa Rica y República Dominicana. Por tanto, muchos norteamericanos no han oído hablar mucho del acuerdo.
Pero no se equivoquen: la aprobación del TLCCA ha sido una significativa prioridad legislativa para la administración este año y su fracaso en hacerla aprobar brinda un buen indicio de que las dudosas afirmaciones de los defensores del “libre comercio” han demostrado ser nada convincentes.
Los líderes republicanos aún no han llevado a debate la legislación al pleno de la Cámara de Representantes por una sencilla razón: los promotores del TLCCA no tienen los votos para aprobarlo. Eso ha sido porque una coalición de organizadores sindicales, ambientalistas, defensores del “comercio justo” y grupos de salud han persuadido a demócratas simpatizantes a que se opongan firmemente. A esos legisladores se han unido conservadores cuyos distritos albergan industrias afectadas por el comercio, como la azucarera y textilera, e incluso por la Nueva Coalición Demócrata de la Cámara que favorece el comercio, y han formado un bloque que si le dieran la oportunidad hundiría el acuerdo.
¿Por qué se han aliado fuerzas tan disímiles en contra del TLCCA? Porque es una mala idea para el pueblo de este país y para Centroamérica.
Los defensores del TLCCA argumentan que ayudaría a reducir la pobreza de nuestros vecinos al Sur. Sin embargo, el historial del TLCAN no es prueba de ese optimismo. Aunque el anterior acuerdo comercial sí llevó trabajos productivos con altos salarios de EE.UU. a México, el salario real en el sector manufacturero mexicano en realidad decreció en 13,5 por ciento entre 1994 y 2000, según el Fondo Monetario Internacional.
Una de las razones para este decrecimiento fue el fracaso del TLCAN en proteger los derechos de los trabajadores a organizarse en sindicatos. En la práctica, el panel establecido por el “acuerdo paralelo” laboral del acuerdo no ha podido imponer verdaderas penalidades a los países o corporaciones, incluso en los casos más evidentes de abuso. Por su parte, el TLCCA debilita las normas laborales recogidas en la Ley de Asociación comercial para la Cuenca del Caribe de 2000, la cual incluye a las naciones del TLCCA. El nuevo acuerdo obliga a los países a cumplir solamente sus propias leyes laborales, que a menudo son menos abarcadoras que las normas reconocidas internacionalmente.
La presentación del TLCCA por parte del representante comercial de EE.UU. como una herramienta para la exportación de la democracia es altamente sospechosa. El TLCCA extiende eficazmente el notorio Capítulo 11 del TLCAN, que permite a las compañías cuestionar cualquier ley que infrinja su capacidad para procurar futuras ganancias. Esta disposición ha sido utilizada para eliminar leyes acerca del medio ambiente y salud pública al calificarlas de “barreras comerciales” injustas. De esta manera, las decisiones tomadas democráticamente—incluyendo leyes norteamericanas—han estado sujetas a revisión por los tribunales comerciales.
Si el TLCCA no es muy democrático, tampoco es muy “libre”. Algunos de los principales beneficiarios en EE.UU. probablemente sean las grandes compañías farmacéuticas. Las disposiciones de propiedad intelectual del TLCCA impedirían que los países más pobres de la región produjeran medicamentos genéricos más baratos. El Dr. Karim Laouabdia, de la organización Médicos Sin Fronteras, ganadora del Premio Nóbel—que ha estado suministrando medicamentos antirretrovirales a pacientes guatemaltecos con SIDA—argumenta que las nuevas protecciones a patentes “harían incosteables los nuevos medicamentos”. Para este grupo, esto “significa tratar a menos personas y, en efecto, sentenciar el resto a la muerte”.
Según cualquier norma económica, tales controles significarían un paso hacia el proteccionismo, no hacia la “liberalización”. Pero como ellos permiten a los exportadores de medicamentos—cuyos cabilderos son famosos por su influencia en años recientes—obtener enormes ganancias por sus productos de monopolio, la oficina comercial no ha prestado mucha atención a esa contradicción.
Aparte de algunos intereses especiales, la importancia del TLCCA para la Administración Bush es principalmente un escalón hacia objetivos más importantes. A la Casa Blanca le gustaría utilizar el acuerdo como una señal de que aún puede ser una realidad un área de Libre Comercial de las Américas en todo el hemisferio. Este trato ha sido puesto en peligro por una nueva generación de líderes latinoamericanos que reconocen que el neoliberalismo de “libre mercado”, durante sus dos décadas de implementación gradual, ha exacerbado la desigualdad mientras ha fracasado en cumplir las promesas de incremento del crecimiento económico.
En las semanas próximas el Presidente Bush seguirá presionando con la esperanza de obtener de alguna manera una mayoría en el Congreso. Sin embargo, lo más probable es que los norteamericanos nunca lleguen a presenciar un voto definitorio acerca del TLCCA—y que el acuerdo alcance la muerte tranquila que merece.