El 8 de Julio el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD) publicó su Informe de Desarrollo Humano anual, el cual reveló lo que The Guardian británico llamó una “Década Perdida”. Durante los prósperos años 90 los representantes comerciales de EE.UU. y los economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) prometieron que una creciente marea de expansión corporativa global levantaría todos los botes. En realidad 54 países finalizaron la década más pobres que cuando ésta comenzó.
En lugares donde la mayoría de las personas vive con menos de un dólar al día, en donde la expectativa de vida es menos de la mitad de la de EE.UU., estas disminuciones tienen graves consecuencias. La gente en Estados Unidos a menudo cree que aunque la pobreza global es trágica, la culpa es de los propios países pobres. Ciertamente el mundo en desarrollo no está libre de las plagas de corrupción, mala administración y oportunismo político. Pero documentos como el informe del PNUD muestran que las políticas de desarrollo promovidas por los países ricos han hecho mucho más daño que bien.
En lo que se conoce ahora como el “Consenso de Washington”, el FMI y el Banco Mundial han diseñado camisas de fuerza de “ajuste estructural” para cada país. Los países ricos a menudo anexan condiciones ventajosas para sí al dinero que envían a las naciones necesitadas de efectivo. El FMI exige la “liberalización” de los mercados que hace que las naciones pobres abran sus mercados a las compañías europeas y norteamericanas. Frecuentemente la ayuda económica se condiciona a la adopción de la austeridad fiscal, lo que fuerza a los países en desarrollo a recortes en gastos de salud, educación e infraestructura
Las naciones pobres también deben gastar porciones excesivas de su presupuesto nacional en los pagos de la deuda al Norte global. Como han declarado grupos como la Coalición Jubilee para condonar la deuda, muchas de estas obligaciones son “odiosas” – el resultado de préstamos a dictadores que usaron el dinero en beneficio propio. En muchos casos, los fondos fueron gastados en armas vendidas por países ricos que casualmente son los principales mercaderes de armamentos del mundo. Una tendencia perturbadora reportada a mediados de los años 1990 mostró que 84% de las armas norteamericanas transferidas al mundo en desarrollo en los primeros años de esa década fueron a parar a regímenes no democráticos.
Después que los ciudadanos derrocaron a los déspotas fueron recompensados con las enormes deudas de los gobiernos anteriores. Esto debilita su capacidad para construir nuevas sociedades. La injusticia de tal carga es precisamente la razón por la cual la Administración Bush defiende la condonación de la deuda de Irak. Desgraciadamente su compasión no se extiende a países cuya reconstrucción no brinda beneficios tangibles de relaciones públicas a la Casa Blanca. El economista Mark Weisbrot ha señalado que hasta en el Africa Sub-Sahariana, una región que sufre pobreza devastadora, los gobiernos están enviando más dinero al Norte industrializado que el que nosotros enviamos a ellos. Principalmente debido al servicio de la deuda, la balanza de pagos muestra una pérdida de $12 mil millones para la región.
Por último, el “libre comercio” no es realmente libre para las naciones en desarrollo. Cualquiera que se moleste en revisar los subsidios agrícolas y las tarifas al acero recientemente aumentados por la Administración Bush, ya sabe que la economía de la globalización corporativa está cuidadosamente regulada para beneficiar a algunos países en detrimento de otros.
En muchos de los países que más sufrieron en los años 1990, la crisis del SIDA desempeñó un gran papel. Pero en muchos otros que se enfrentaron al estancamiento y la decadencia, el “ajuste estructural” significó el camino hacia la ruina. Como observa Weisbrot, los “ganadores” de los 90, los que fueron testigos del desarrollo real, fueron los gobiernos que desafiaron los dictados del FMI: China y la India – las mismas naciones que el Informe de Desarrollo Humano acredita con haber reducido sustancialmente los niveles de pobreza en la década – son de las más protegidas economías del planeta.
En su reciente Estrategia de Seguridad Nacional, la Administración Bush anunció que hay un “único modelo sostenible de éxito nacional”. Pero en vez de un “único modelo” necesitamos democracia y autodeterminación genuinas – economías en el mundo en desarrollo que rindan cuenta a su propio pueblo, y no a instituciones financieras en el extranjero. Mark Malloch Brown, administrador del PNUD, dijo en términos claros: necesitamos “un asalto guerrillero” al Consenso de Washington.
Un nuevo sistema de economía internacional dependería de un sistema diferente de globalización.
Cualesquiera que hayan sido los fracasos de la década, algo extraordinario también sucedió durante los años 1990. En todo el mundo los activistas se unieron para denunciar políticas como el ajuste estructural. En este país, la gente comenzó a relacionar las condiciones en el extranjero con la desigualdad en casa. Sindicalistas cuyos puestos disminuyeron en las fábricas se reunieron con trabajadores en México que han sufrido peligrosas condiciones de trabajo y reciben salarios de hambre. Los votantes de California que vieron que su prohibición del venenoso aditivo MTBE a la gasolina era considerada una barrera injusta al comercio comprendieron con nueva claridad lo que las coaliciones internacionales han identificado como una “carrera cuesta abajo” ambientalista. A fines de la década el FMI no podía celebrar una reunión sin tener lista a una fuerza masiva de policía para mantener alejada a los miles de manifestantes que exigían poder dirigirse a la reunión.
En la actualidad cada vez más expertos en desarrollo se unen a esos manifestantes. Su motivación es clara: en 1980 un Director General promedio en Estados Unidos ganaba tanto como 42 trabajadores. Para 2001, los Directores Generales ganaban 411 veces más. En todo el mundo la brecha se hizo tan grande que el 1% más rico de la población mundial gana tanto como el 57% más pobre.
La desigualdad global creció bajo Clinton y está aumentando bajo Bush. Para que la próxima década sea diferente debe prevalecer el llamado para una nueva globalización.