Un hombre se arrastra por las ardientes arenas del desierto Sonoran de Arizona. Esta quemado por el sol y hambriento. Pero no es la clase de persona que aceptaría un vaso de agua. Quiere una Pepsi.
Conozcan al Charro Machorro, el héroe de Cómo triunfar en la globalización: un manual para el vendedor ambulante, historieta del capitalismo por el autor satírico mexicano Rafael Barajas, más conocido como El Fisgón. Al comenzar el libro el Charro se ha enfrentado a un peligroso cruce de la frontera. Pero no dejará que nadie lo confunda con un inmigrante indocumentado. Él es un empresario que paga sus impuestos, insiste, un capitalista convencido. Allá en su tierra trabaja como limpiador callejero de parabrisas que también vende refrigerios a los motoristas atrapados en el tráfico –o como él prefiere describirse–, un pequeño comerciante en el sector de mantenimiento automovilístico con una operación subsidiaria en la industria del maní”.
A pesar de haber leído los principales libros de autoayuda, desde Cómo triunfar, por Dale hasta Mejores escapatorias, Charro no parece triunfar en los negocios. Por lo tanto, se ha aventurado en el desierto en busca de consejos de la famosa Cassandra Carrera, una adivinadora y curandera que se especializa en la economía vudú. Después de que él encuentra la Clínica Carrera, Cassandra le muestra al Charro su bola de cristal, la cual le permite entrar directamente a la mente de Alan Greenspan. A partir de ahí comienza la aventura. Los dos parten en un tormentoso viaje a través de la historia económica, buscando los secretos de cómo los ciudadanos industriosos del mundo en desarrollo pueden hacerse ricos en la era de la globalización.
Pronto se le hace evidente al lector que la mente que estos personajes están estudiando es más la de Trotsky que la de Greenspan. Leal al marco de la economía política socialista, El Fisgón brinda una visión accesible y entretenida del fin del feudalismo, la revolución industrial, el surgimiento y caída del colonialismo, la Guerra Fría y la globalización actual. Es bastante imperioso, pero no se puede decir que el autor no lo haya alertado a uno. En el prólogo, escribe El Fisgón, “me he permitido el uso de ciertos términos que ya no están de moda, como capitalismo (e) imperialismo… porque moda o no moda, siguen siendo las mejores etiquetas existentes.
”Hay otras palabras”, agrega, “que describen de manera más adecuada… las corporaciones transnacionales de hoy. Pero su abuso les ha restado eficacia. Por tanto, raras veces este libro emplea términos tales como corporaciones estúpidas, avariciosos bastardos o plutócratas hijos de puta”.
Claro está, el Charro no se estará tranquilo en medio de este parloteo izquierdizante. “Vengo hasta acá en busca de un poco de consejo y todo lo que ustedes hacen es calumniar a la gente que tratan de ganarse unos pesos”, le dice a Cassandra. “Me parece que estás celoso”. Ella lo tranquiliza ofreciéndole más servicios de su balneario, un masaje sueco o un tratamiento de vibrador de alta tecnología para reducir el estrés. Luego prosigue con sus lecciones en explotación de mercado.
A lo largo de la narración, El Fisgón demuestra ser un ilustrador tremendamente versátil. Sus imagines van desde las caricaturas de funcionarios públicos a presentaciones fotográficas de indígenas mexicanos bien cargadas de tinta y bocetos a creyón de esqueletos armados. A veces recurre a convencionalismos: los jefes del Fisgón son invariablemente gruesos, mientras que los trabajadores tienden a lucir escuálidos. Pero la mayor parte de las veces crea una atrayente iconografía de agitprop.
Después de discutir la confianza de EE.UU. durante los años 70 en el dictador chileno Augusto Pinochet para que éste pusiera en práctica las teorías de libre mercado que, hasta entonces, sólo habían sido un brillo en los ojos de Milton Friedman, El Fisgón brinda una imagen de Pinochet arrodillado y rezando en su casa ante una cruz. Mientras tanto, a través de una puerta, el lector puede ver cientos de cruces que llenan en ordenadas filas el patio del general.
Al extender su historia hasta la guerra actual contra el terrorismo, el Fisgón muestra el logo de las Naciones Unidas, un globo rodeado de ramas de laurel. En el panel próximo, una bota de vaquero patea al globo y lo saca del cuadro. George W. Bush, vestido con una toga romana, se coloca luego las ramas de laurel en la cabeza.
Además de trabajar como caricaturista editorial del prominente diario de Ciudad México La Jornada, Rafael Barajas ha ilustrado libros infantiles de gran popularidad y ha publicado un libro acerca de la historieta mexicana en el siglo 19, una era en la que los radicales “dibujantes de combate” se rebelaron contra el colonialismo y la censura gubernamental. Barajas pone a trabajar su dominio de la historia del arte en Cómo triunfar en la globalización. Visualmente alude a estilos de distintas épocas en su viaje por siglos pasados e incluye macabras ilustraciones históricas por Alberto Durero, George Cruikshank y Gustavo Doré.
Barajas se identifica claramente con sus predecesores del siglo 19. “Yo tomo partido en todo, hasta si veo a dos perros peleando en la calle”, bromeó en una entrevista en el 2002 con The New York Times. “Si un perro grande ataca a uno pequeño, entonces me indigno. Si un perro pequeño ataca a uno grande, me imagino que se ha hecho justicia”.
Barajas está bien acompañado en Ciudad México. Allí el venerable Eduardo del Río (cuyo seudónimo es Rius) trabaja junto a una generación de caricaturistas que llegaron a la mayoría de edad política a la sombra de la masacre gubernamental de manifestantes estudiantiles de Tlatelolco en 1968. Junto con las ilustraciones de El Fisgón, en Cómo triunfar en la globalización aparecen dibujos de Rius, Antonio Helguera y José Hernández, lo que lo convierte en un pequeño tesoro de la caricatura activista mexicana.
Por supuesto, los admiradores del derechista Presidente Vicente Fox tienen a sus propios satíricos. Barajas se ha quejado públicamente de los caricaturistas pro-gubernamentales que parecen ganarse la vida mucho mejor que sus colegas de izquierda. Sin embargo, el hecho de que El Fisgón haya ganado una notoriedad considerable en uno de los periódicos más prominentes de su país demuestra que hay un espectro de opinión política aceptable en México, que es considerablemente mayor que en nuestros medios. Es como si Al Franken estuviera haciendo chistes para elogiar a los zapatistas en vez de a la pasada administración Clinton.
Ciertamente los dibujos de Cómo triunfar en la globalización no están hechos para la sensibilidad norteamericana. Las caricaturas de El Fisgón acerca del 11/9 y de Afganistán, aunque en última instancia subrayan el mensaje de que “el horror no justifica al horror” y que “un mundo de injusticia social es un mundo en el que florece el terrorismo” le hubieran ganado un lugar de desprecio, junto con Susan Sontag, a los ojos de la mayoría de los expertos norteamericanos. Al mismo tiempo, el artista muestra que uno puede salirse mucho más con la suya si usa caricaturas que si usa tratados de textos importantes –que llevar a los caricaturistas al combate sigue siendo un vibrante empeño de activistas.
Al finalizar su visita a la Clínica Carrera, el Charro se sorprende cuando recibe una factura por $20 000 dólares por todo el descanso relajante y las buenas comidas que consumió, sin darse cuenta, mientras escuchaba acerca de los males del libre comercio. “Esto es una estafa”, protesta.
“Todos los negocios son una estafa”, le responde Cassandra guiñando un ojo, “pero te tomó bastante tiempo darte cuenta, ¿no es así?”
(Cómo triunfar en la globalización: un manual para el vendedor ambulante
por El Fisgón
Metropolitan Books/Henry Holt, 2004, $15.00)