Seamos francos. Hay ciertas cosas en política que no se pueden decir, especialmente si uno quiere ser elegido Presidente de Estados Unidos. Puede que estemos aburridos de los políticos que adoptan posiciones equidistantes en asuntos controvertidos. ¿Pero realmente queremos que no sea así?
Tomemos a John Kerry. Desde una perspectiva progresista él no es ningún Paul Wellstone. Pero por otra parte, el candidato que más cerca está políticamente del gran senador fallecido de Minnesota es Dennis Kucinich –y Kucinich nunca ha sido un contendiente. Ya que ha emergido de una reñida primaria demócrata, Kerry necesita derrotar a Bush dedicándose a temas realmente medulares, como el cuidado de salud, la seguridad y la economía, sin permitir que lo arrastren a debates acerca de temas divisionistas.
Pero sólo porque Kerry no pueda adoptar posiciones firmes sobre temas peligrosos, no quiere decir que sus posiciones sean incorrectas. Como yo no soy candidato a la Presidencia, permítanme aprovechar esta oportunidad para ofrecer la nota de mi suicidio político. Ya sea acerca del matrimonio gay, el debido proceso para los acusados de terrorismo o la medicina socializada, yo puedo decir lo que Kerry no puede.
Como muchos políticos Kerry adopta lo que la Associated Press describe caritativamente como una posición “cuidadosamente construida” en el tema del matrimonio gay. La agencia de prensa explica que el Senador “personalmente se opone al matrimonio gay, prefiere las uniones civiles y rechaza cualquier legislación estatal o federal que pudiera usarse para eliminar las protecciones iguales para homosexuales u otras formas de reconocimiento, como las uniones civiles”.
Es bueno que Kerry reconozca la importancia de los derechos de asociación para parejas del mismo sexo, como acceso a pensiones, seguro de salud y privilegios de visitas hospitalarias. Pero cuando Kerry luego su cubre políticamente al decir, “Creo que el matrimonio es entre un hombre una mujer” y argumenta que “el tema del matrimonio debe dejarse a los estados”, es bastante débil.
Como yo no necesito cuidarme políticamente, me complace decir que defiendo el matrimonio gay. Si la institución del matrimonio puede soportar la tasa de divorcio entre los participantes homosexuales, que está aproximadamente en 50%, además de las farsas anuladas como la extravagancia nupcial borracha de 55 horas de Britney Spears en Las Vegas, sin duda puede manejar que algunas decididas parejas gay y lesbianas se enganchen.
En una cultura aún llena de homofobia, el matrimonio para las parejas gay y lesbianas debiera estar apoyado por las protecciones federales que garanticen beneficios de inmigración de reunificación familiar y que impida que en las regiones más conservadoras del país las parejas sufran discriminación. A no ser que el gobierno abandone por complete el negocio del matrimonio y comience a conceder uniones civiles a todas las parejas que lo deseen, sean heterosexuales o no, estas uniones mantendrán a las parejas gay y lesbianas en una categoría especial no igual. El propio John Kerry ha señalado los “ecos de la discusión del matrimonio interracial de hace una generación” en los actuales debates.
Sin embargo, aunque defender el matrimonio gay es lo correcto, John Kerry no es la persona para hacerlo. El Senador ha señalado correctamente que el Presidente Bush ha propuesto una enmienda constitucional acerca del matrimonio precisamente por su carácter confrontacional. “Este Presidente no puede hablar acerca de los empleos. No puede hablar acerca del cuidado de salud”, dice Kerry. “No puede hablar de una política exterior, la cual ha ahuyentado a aliados y ha debilitado s Estados Unidos, así que está buscando un tema conflictivo para dividir al pueblo de Estados Unidos”.
A fin de ganar, Kerry necesita escoger sus batallas. El matrimonio gay no es una de ellas. Esto no es cinismo. Es una realidad.
Para mencionar otro ejemplo, parecer débil antes los terroristas raras veces es algo que lo ayuda a uno en su carrera política. Por la época en que Howard Dean iba al frente de la nominación demócrata, recibió muchas críticas por haber dicho que no debíamos presuponer la culpa de Osama bin Laden por el 11/9 –ese juicio debiera dejarse al sistema judicial.
“¿En qué estaba pensando?”, preguntó John Kerry en un debate posterior. Y el Senador por Massachussets tenía razón. No era el momento y lugar para que Dean adoptara esa posición.
En cuanto a mí, alguien que no está en el fragor de la campaña política, no titubeo en declarar que los terroristas acusados merecen un trato justo bajo la ley. Esto es especialmente cierto a la luz de las escandalosas acusaciones acerca del abuso a los detenidos bajo los militares norteamericanos en la Base de Guantánamo.
En marzo, el ciudadano británico Jamal al-Harith fue liberado después de sufrir dos años de cautiverio en Guantánamo sin haber sido acusado jamás de crimen alguno. En entrevistas a The Mirror de Londres y a la BBC, el ex detenido contó de haber estado esposado más de 15 horas y de ser golpeados por guardias vestidos con equipo antimotines. Aseguró que “creyentes religiosos detenidos” fueron obligados a mirar mientras prostitutas “se tocaban sus propios cuerpos desnudos”.
Ese tipo de tratamiento moralmente repugnante viola claramente las mejores tradiciones del debido proceso norteamericano. Como progresistas, necesitamos llamar la atención a las acusaciones de abuso de los derechos humanos en la Base de Guantánamo. Sin embargo, no debiéramos esperara que Kerry lo hiciera por nosotros. Tenemos razón para esperar que después que sea elegido, Kerry demuestre ser más susceptible que Bush a la presión acerca del tema. Para eso, primero tiene que ser elegido.
La lista continúa. Estoy a favor de la “medicina socializada” –un sistema de cuidado de salud de un solo pagador– no solamente porque el cuidado de salud es un derecho humano, sino también porque los costos ascendentes del sistema privado de cuidado de salud están haciendo al negocio norteamericano cada vez menos competitivo. Pero aprecio el hecho de que el plan de cuidado de salud de $90 mil millones patrocinado por Kerry haya sido una de las mejores propuestas que emergieron del grupo demócrata. Le costará mucho trabajo que el Congreso apruebe siquiera este limitado plan pro-ganancias.
Reconocer las realidades de la política norteamericana no significa abandonar los principios de cada cual. Significa actuar de manera más eficiente y estratégica. Aunque existen temas conflictivos en los que Kerry debiera actuar pragmáticamente en vez de sobre la base de un principio, hay otros temas en que está justificado que los activistas presionen a favor de una posición más progresista.
Uno de esos temas es la guerra de Irak. La timidez de Kerry en cuanto a enfrentarse a la invasión electiva de Bush y la desastrosa ocupación representa una oportunidad perdida en su campaña. En vez de señalar al Presidente de cómo la guerra de Irak dejó incólume a al Qaeda y extendió el resentimiento antiamericano, Kerry se mantiene en los márgenes más seguros del tema. Él asegura que Bush no “agotó los remedios de las inspecciones”, y propone enviar 40 000 soldados más a Irak. Eso no es precisamente una receta para liderar un envalentonado Partido Demócrata y apoyar las acusaciones de enterados como Richard Clarke y denunciar la fracasada guerra contra el terror de la Casa Blanca. Kerry debiera estar destrozando a Bush por aceptar el consejo de los ideólogos neoconservadores, en vez el de los expertos en contraterrorismo, y por convertir al mundo en un lugar más peligroso.
Irak aparte, después de dejar en claro la defensa del matrimonio gay, los derechos de los terroristas acusados y la medicina socializada, creo que –al igual que Kucinich–, estoy bastante muerto políticamente hablando, al menos mientras dure la temporada de elecciones. Me alegro de que no sea el caso de Kerry.
Uno se siente bien cuando tiene razón. Pero también me gustaría que ganáramos.