El Banco Mundial hace mucho que es confrontado con estudios que demuestran el dañino impacto de su política. Normalmente los funcionarios del Banco hacen caso omiso de entrada a estos informes y citan sus propias investigaciones para defender sus iniciativas. Sin embargo, refutar la validez de la Iniciativa de la Revisión Participatoria del Ajuste Estructural (SAPRI), una importante evaluación con conclusiones acusatorias acerca de los supuestos de política central que guían el trabajo del Banco, significa una tarea más difícil.
Conjuntamente con una amplia red de organizaciones de base (llamada SAPRIN), el propio Banco fue un socio en el diseño e implementación de la iniciativa. Aunque funcionarios trataron en muchos momentos de impedir la revisión, y aunque han intentado enterrar las conclusiones finales del SAPRI, el informe sigue siendo uno de los registros más completos e impresionantes de cómo el ajuste estructural incrementa la pobreza y desigualdad en el mundo en desarrollo.
A fines de los años 90 el Banco Mundial, bajo su nuevo presidente James Wolfensohn, llevó a cabo varias iniciativas para comprometer a los críticos de la sociedad civil. De empeños como la Comisión Mundial de Represas y la Revisión de Industrias Extractivas emergió un patrón familiar.
Alegres declaraciones de prensa publicitaban el lanzamiento de cada nueva “sociedad” y enfatizaban la disposición de la institución a trabajar cooperativamente con sus detractores. Posteriormente el entusiasmo oficial se enfrió marcadamente cuando las iniciativas comenzaron a sugerir que era inaceptable la política usual. SAPRI representa el más minucioso de estos compromisos y brinda una importante ilustración de la incapacidad del Banco para establecer un diálogo de buena fe.
SAPRI comenzó en 1996, cuando las organizaciones no gubernamentales que habían estado retando al Banco negociaron con su dirección el establecimiento de una metodología para examinar los resultados de los programas de ajuste estructural. Finalmente las partes acordaron realizar investigaciones conjuntas de varios años en Bangla Desh, Ecuador, El Salvador, Ghana, Hungría, Mali, Uganda y Zimbabwe. México y Filipinas estaban también en la lista, pero las organizaciones de SAPRIN en esos países fueron forzadas a lanzar procesos sin el Banco y sus gobiernos cuando éstos últimos se negaron a participar en el ejercicio.
El énfasis de la planificación de investigación era garantizar que el proceso solicitaría las perspectivas de aquellos afectados por la política del Banco, lo que les daría, según palabras de SAPRIN, “los recursos y el poder para desarrollar sus propios procesos de extensión y cooperación”. El resultado fue un mecanismo innovador para incorporar la participación pública a las discusiones de política. “Vimos que era una oportunidad para ayudar a movilizar y fortalecer la sociedad civil, independientemente de la respuesta del Banco y de hacer responsable al Banco de este tema”, dice Doug Hellinger de The Development GAP, coordinador global de la red de SAPRIN.
Publicado originalmente como borrador en 2002, los resultados de la iniciativa han sido puestos ahora en forma de libro, Ajuste estructural –el Informe SAPRI: las raíces políticas de la crisis económica, la pobreza y la desigualdad, que se co-publica internacionalmente por Zed Books y Third World Network.
El informe identifica “cuatro maneras básicas en las que las políticas de ajuste han contribuido a un mayor empobrecimiento y marginalización de las poblaciones locales, mientras aumenta la desigualdad económica”.
Debido a las reformas al comercio y al sector financiero, las empresas manufactureras locales en los países estudiados fueron destruidas, por lo que se eliminaron empleos. Las reformas a la agricultura, al comercio y a la minería empeoraron las condiciones para los pequeños agricultores, aumentaron la inseguridad de alimentos e impactaron negativamente en el entorno. La privatización hizo daño en los sindicatos, suprimió salarios y elevó los servicios públicos esenciales más allá del alcance de los pobres. De manera similar disminuyó el gasto del gobierno, por lo que decreció el acceso a la salud y a la educación.
Al inicio del proceso SAPRI emergieron dificultades a medida que participantes del gobierno y del Banco Mundial comprendieron que los resultados de la iniciativa no se reflejarían en las políticas que ellos habían implementado. SAPRIN escribe en su informe que los gobiernos “comenzaron a comprender el riesgo del involucramiento, atrapados entre las expectivas populares que se elevarían por tal valoración y la no posibilidad de que el Banco y el FMI les permitiera cambiar el curso económico en respuesta a la presión ciudadana”. El gobierno de El Salvador llegó hasta a retirarse de la revisión.
Al interactuar con funcionarios del Banco, miembros de SAPRIN encontraron demoras e intransigencia. En una instancia el Banco se negó, hasta que se vio retado, a entregar aproximadamente $200 000 dólares que habían sido donados por un gobierno europeo para la red de ONG. Cuando llegó el momento de la presentación final de las conclusiones de SAPRI, los líderes del Banco se alejaron del evento público a gran escala al que se habían comprometido originalmente. Wolfensohn no asistió a discusiones en mesas redondas mucho más pequeñas. Lidy Nacpil, uno de los líderes de la Coalición Libres de la Deuda en Filipinas y miembro del comité de dirección de SAPRIN, argumentó en aquel momento que “Está claro que el Banco es incapaz, por razones políticas y burocráticas, de escuchar, mucho menos responder, a las opiniones y prioridades de la gente afectada por sus políticas en todo el mundo”.
Después de casi un año de ignorar los resultados de SAPRI, la atención que los medios dieron a la publicación del informe final de la iniciativa en el 2002 obligó a Wolfensohn a regresar a la mesa de discusión. En reuniones ulteriores con las organizaciones de SAPRIN él reconoció que los resultados eran “importantes” y “legítimos”. Sin embargo, desde entonces él y su institución no han actuado según este reconocimiento.
”Yo no diría que teníamos esperanzas, pero SAPRIN estaba dispuesta a arriesgarse dada la crítica importancia del tema”, dice Hellinger. “Al final el Banco demostró una vez más, esta vez de manera bastante pública, que no va a cambiar su curso independientemente de la evidencia”. Funcionarios del Banco aseguran que sus nuevas Estrategias de Ayuda a Países y las Estrategias de Reducción de la Pobreza Nacional son informadas por la participación pública. Hellinger responde que estos procesos están seriamente errados porque los ciudadanos no pueden cuestionar eficazmente las propias políticas de ajuste que son condenadas en la revisión de SAPRI. En una carta reciente a la dirección del Banco, SAPRIN escribió que sus equipos en Bangla Desh, Ecuador, Ghana y Uganda reportaron unánimemente que “lo que ha sucedido hasta ahora es exactamente lo opuesto de lo que se había acordado” en las negociaciones.
En años anteriores, Wolfensohn y otros líderes del Banco habían denunciado como irresponsables y no dispuestos a escuchar a los manifestantes que se congregaban fuera de sus reuniones, mientras argumentaban que “en realidad hay muchas organizaciones serias con las que tenemos un constante intercambio”. Las organizaciones de SAPRIN, muchas de las cuales habían liderados las protestas, nunca aceptaron esta división. No obstante, su trabajo en la revisión muestra que los intentos “serios” en pro del compromiso constructivo no han convencido al Banco Mundial para que altere su comportamiento, y que la única opción que queda abierta para los que sufren por esas políticas es la denuncia pública.
“Miles de organizaciones y gente que trabaja duro invirtieron su tiempo, sus conocimientos y su confianza en este largo proceso”, escribe SAPRIN. “Tienen todo el derecho a esperar una respuesta significativa y una acción eficaz… Los participantes en SAPRI, por el contrario, fueron testigos en sus respectivos países de la continuación de los programas de ajuste promovidos por el Banco”.
“Ya no existen dudas de que estas políticas no funcionan”, dice Hellinger. “SAPRIN hizo un favor al Banco. Llevó a su gente hasta otro nivel, a otra realidad y les mostró una verdad perturbadora. SAPRI también demostró cómo pudieran ser creados los mecanismos por medio de los cuales pudieran surgir políticas más apropiadas a partir del conocimiento y las prioridades de las propias gentes. Incluso estábamos dispuestos a darles una segunda oportunidad cuando Wolfensohn regreso a la mesa de discusiones. Pero ellos sencillamente no están dispuestos a actuar, o no están capacitados para hacerlo”.