A la espadaña le gusta el azúcar casi tanto como a las personas. La planta de largo tallo que crece en los pantanos se agrupa en densos haces en las áreas sin cultivar alrededor de las granjas cañeras del Sur de la Florida. Y los haces se están expandiendo rumbo al sur hacia los humedales. Técnicamente no son las dulces plantas las que le gustan, sino los fertilizantes llenos de fósforo que se escurren de los campos. Aprovechando el fertilizante para su crecimiento, la espadaña chupa el oxígeno del pantano e invade el terreno de otras plantas nativas, con lo que destruye el orden biológico establecido.
En la Florida, el pantano que está destruyendo es conocido como los Everglades.
Es imposible comprender el destino de este famoso ecosistema sin conocer la historia de compañías como U.S. Sugar y Florida Crystals. Los cañeros de la Florida se hicieron líderes de la producción nacional de azúcar por medio de una combinación de subsidios públicos y malos manejos privados. Abusaron por partida doble de los trabajadores agrícolas migratorios y de los humedales de los Everglades. Han dependido de regalos y proteccionismo al comercio durante décadas de manos de políticos que por otro lado están habituados a cantar las alabanzas del “mercado libre”. Y han convertido tan eficazmente una fracción de su riqueza en contribuciones políticas que en Washington, D.C. abundan menos los proponentes de reformas que los recuentos imparciales de votos en el condado de Palm Beach.
Actualmente una gran campaña medioambiental lucha por salvar a los amenazados Everglades. Pero las recientes derrotas suministradas este verano por el gobernador de la Florida Jeb Bush demuestran que el adversario de la campaña, Gran Azúcar, está tan fuerte como siempre.
La explotación de trabajadores
Durante décadas, el corte a mano de la caña de azúcar en la Florida permaneció entre la grandes vergüenzas nacionales de Estados Unidos. Hasta que la U.S. Sugar Corporation no fue procesada en 1942 por violar las prohibiciones constitucionales en contra de la esclavitud, la entonces naciente industria atraía a trabajadores afro-americanos en los estados sureños con promesas de transporte gratuito y salarios de seis dólares diarios. Un típico recluta dijo a un periodista que cuando él llegó supo que debía ocho dólares por el viaje, además de noventa centavos por su machete para cortar caña y una lima para afilarlo, y adicionalmente su alojamiento y comida. También supo que recibiría $1,80 por día de trabajo. Muchos que trataron de escapar fueron atrapados por capataces armados, que casualmente habían sido nombrados ayudantes del sheriff del condado.
Como muy pocos ciudadanos norteamericanos estaban dispuestos a soportar tal tratamiento, en los años 40 se iniciaron programas para traer trabajadores temporales de lugares como Jamaica, Barbados y Haití, los que se expandieron grandemente como consecuencia de la Revolución cubana, cuando el embargo a un competidor extranjero permitió que la producción azucarera de la Florida se multiplicara por diez. Los patronos pagaban a los trabajadores migratorios una tasa brutal y exigían que se cortara una tonelada de caña por hora. Los que se quejaban de palabra u organizaban una huelga – como hicieron 300 de ellos en 1982 en Atlantic Sugar Growers – pronto se encontraron en el aeropuerto internacional de Miami en espera de la deportación.
En su libro de 1989 Big Sugar (Gran Azúcar), el autor Alec Wilkinson escribe acerca de un filme de relaciones públicas exhibido en los años 80 por la Liga de la Caña de Azúcar de la Florida. Al hablar de los cortadores de caña, el narrador del filme describe el sufrimiento de los trabajadores como una antigua vocación. “Observar a un antillano usar su machete”, dice la voz, “es ver un arte de siglos”. Es más, Wilkinson explica, esa declaración – algo parecido a celebrar el amor histórico de los afro-americanos por recoger algodón – era totalmente incierta. “Muy pocos antillanos… habían tenido un machete en sus manos antes de llagar a la Florida”.
“Te destruyes la espalda con el constante inclinarse y torcerse”, dijo un trabajador migratorio a Wilkinson. “La mano se te convierte en la pieza de una máquina; mire mi mano; el machete descansa aquí; ha hecho un canal para su forma. Cuando uno regresa a casa, la mano con que ha estado cortando no se puede usar. No sirve para nada; tiene que usar la otra hasta que ésta se cure”. Concluyó: “La vida dura un día menos por cada día que cortamos caña”.
A mediados de los años 90, los trabajadores que durante años habían recibido menos del salario mínimo legal presentaron de conjunto reclamaciones judiciales para exigir a los propietarios, a veces con éxito, millones de dólares en sueldos atrasados. Sin embargo, la victoria provocó más maniobras industriales que justicia duradera. Para la cosecha de 1997, la U.S. Sugar Corporation cambió 100% para el corte mecanizado.
Para entonces el campo de batalla para los críticos había cambiado: ahora era el medio ambiente. Aunque el explotador programa de “trabajadores invitados” se convirtió en algo del pasado del azúcar, la industria se enfrentó a una gran marea de preocupación pública acerca de su papel en el daño permanente a los otrora prístinos Everglades.
Un río de hierba
Antes de que los urbanizadores se dedicaran a dragar, canalizar y controlar los famosos humedales, la bio-región consistía de un solo “río de hierba” de seis mil años de edad que se extendía por 160 kilómetros desde el Lago Okeechobee hasta la Bahía de la Florida. Esos Everglades casi se han perdido debido a las demandas de una población creciente y una emergente industria azucarera. En 1920 intereses privados y estatales trazaron cuatro enormes canales para desviar agua directamente al Océano Atlántico, y de esa manera crear tierras secas para la agricultura. Después de que el Cuerpo de Ingenieros del Ejército asumió la “reclamación” en los años 40, construyó un complicado sistema de diques y estableció un sistema hidráulico que poco se parecía a los húmedos veranos inundados e inviernos goteantes que definieron antiguamente a los Everglades.
El área ahora preservada como Parque Nacional de los Everglades es en realidad un remanente moribundo del completo ecosistema. Al norte hay una gran faja de tierra dividida en Áreas de Conservación de Agua que suministra agua potable a Miami, Fort Lauderdale y West Palm Beach y las protege de inundaciones naturales. (La estrecha faja costera del Sur de la Florida tiene ahora 5 millones de residentes.)
Más al norte, la tierra junto al Lago Okeechobee es conocida ahora como Área Agrícola de los Everglades. Es una enorme granja que tiene más de 28 000 hectáreas que se utilizan para el cultivo de la caña de azúcar. Este es un cultivo de tierra seca que debe ser regado constantemente y nunca puede ser inundado. Los caprichosos requerimientos de agua de las granjas han dictado las condiciones hidráulicas del resto de los Everglades – y a menudo han dejado seco al Parque Nacional.
El otro impacto principal de la industria al medio ambiente proviene de la aplicación de fertilizantes fosforados y nitrogenados. Aunque los urbanizadores imaginaron que el suelo fangoso rescatado de los pantanos sería fantásticamente fértil, en realidad los cosecheros de caña de azúcar han tenido necesidad de aplicar toneladas de productos químicos a sus cultivos. El escurrimiento de los campos ha alterado dramáticamente el balance químico de los Everglades de pocos nutrientes. Los científicos indican que el ecosistema debe contener fósforo de manera natural a un nivel de 5 a 7 partes por mil millones (ppb). El cambio de unos pocos ppb puede ser una diferencia significativa y costar millones de dólares si se eliminan por medio de filtración. En décadas pasadas los humedales que reciben el escurrimiento de las granjas cañeras contenían niveles de fósforo que medían entre 200 y 500 ppb.
En un artículo en la revista Harper’s de noviembre de 1999, el escritor Paul Roberts explica que “a medida que las concentraciones aumentan aunque sea ligeramente, plantas nativas, como la juncia, reaccionan – primero creciendo hasta un tamaño gigantesco, luego muriendo y dejando el terreno a las especies que adoran el fósforo, como la espadaña”. Los densos macizos de espadaña impiden acuatizar a las aves zancudas y matan a las algas que sirven de alimento a los peces de los Everglades.
No se sabe si el daño provocado por los productos químicos de la industria y por el régimen de administración favorable a los intereses azucareros será irreparable. Pero está claro que estos dos factores deben revertirse para que los Everglades se recuperen. Si esto sucede o cuando suceda es cuestión de política.
La llamada telefónica
El reporte del fiscal Ken Starr detallando las desventuras sexuales del Presidente Bill Clinton provee algunos interesantes datos de cómo funciona el poder político en Estados Unidos. Durante un encuentro de Clinton con Monica Lewinsky, explica el reporte, la pareja fue interrumpida por una llamada telefónica de un airado donante a la campaña. A Lewinsky el nombre le sonó como “Fanuli”. En realidad era Alfonso Fanjul, un magnate del azúcar del Sur de la Florida. Clinton devolvió la llamada rápidamente.
Durante años la familia Fanjul se ha ido acostumbrando a tales niveles de servicio político. Como propietarios de la Florida Crystal Corporation, Alfonso “Alfie” Fanjul, Jr. y su hermano José, o “Pepe”, nacidos en Cuba, han sido los mayores consecheros de caña del país. Su fortuna personal se estima conservadoramente en $500 millones. Entre 1990 y 2003, la industria azucarera, liderada por los hermanos Fanjul, envió $19,3 millones a Washington en contribuciones políticas, según el Centro para Política Responsable. Para los Fanjul, el sistema norteamericano de dos partidos implica una simple división del trabajo. Los cosecheros se gastaron decenas de millones más en elecciones locales, especialmente en la Florida. Alfie es demócrata, Pepe republicano. Líderes de ambos partidos buscan ansiosamente la ayuda de los Fanjul como donantes de alta clase y como presidentes de comités de campaña.
Históricamente, el poder político de Gran Azúcar ha sido necesario para mantener intacto un enorme subsidio federal para la industria, con un valor aproximado de $560 millones al año por los cultivadores de caña de la Florida. En años recientes el apoyo del gobierno y las protecciones al comercio han mantenido un precio de 18 centavos la libra de azúcar nacional, el doble del precio del mercado mundial. “Alguna gente se gana la lotería; otros son cosecheros de caña”, escribe el libertario James Bovard.
Durante la pasada década, los cosecheros también han usado su acceso político para hacer fracasar la restauración de los Everglades. En 1998, al mismo tiempo que los cortadores de caña preparaban la reclamación judicial que provocaría la mecanización de la caña de azúcar, los medioambientalistas también realizaban acciones judiciales. Ese año, el fiscal federal en Miami acusó a la Florida de no hacer cumplir las regulaciones de agua limpia. Gran Azúcar mantuvo el caso en los tribunales durante años. Es más, los cosecheros comenzaron a cabildear agresivamente para controlar el arreglo legislativo que posteriormente surgiría de la batalla.
Ellos ganaron. Bajo la Ley Por Siempre los Everglades de 1994, el gobierno federal y los contribuyentes de la Florida llegarán a pagar $8 mil millones de dólares para limpiar los humedales, mientras que los contaminadores pagarán una minucia. La ley impone un límite de $320 millones a los pagos de la industria azucarera para sistemas de filtración de agua. Como reportó la Red de Noticias del Medio Ambiente, la anciana conservacionista Marjory Stoneman Douglas, entonces con 103 años de edad, exigió que su nombre fuera eliminado del título de la legislación, la cual ella consideró una traición.
Subsiguientemente, los cultivadores lograron derrotar una variedad de propuestas que hacían pagar más a los contaminadores. La llamada de Alfie en 1996 al Presidente Clinton sucedió sólo horas después de que Al Gore había promovido públicamente un “impuesto de un centavo” al azúcar para financiar los esfuerzos de recuperación. Debido a la importancia de la Florida en la política presidencial de EEUU, no es sorprendente que el impuesto haya tenido una rápida y tranquila muerte.
En el más reciente capitulo de la disputa, el gobernador de la Florida Jeb Bush firmó en mayo una ley del estado que retrasa la fecha límite hasta el 2016 para reducir los niveles de contaminación. Bajo la nueva ley, el estado esperará 13 años antes de exigir una norma de 10 ppb de fósforo que fue establecida a fines de la década del 90. The Palm Beach Post describió la ley como “de, por y para los cosecheros de caña de azúcar”.
Aunque funcionarios federales advirtieron que la Florida podría perder el financiamiento nacional debido a su reticencia para cumplir las normas medioambientales, Gran Azúcar no ha disminuido su bravuconería política. Este verano, Florida Crystals y U.S. Sugar establecieron demandas judiciales exigiendo la destitución del Juez del Tribunal Distrital William Hoeveler, quien originalmente falló a favor del mandato de las fuertes normas de fósforo y además criticó al gobernador de la florida por firmar la nueva ley. Muchos derechistas norteamericanos esperan el día en que el hermano menor de George W. pueda convertirse en el tercer miembro de la dinastía Bush en mudarse a la Casa Blanca. No hay duda de que si Jeb asciende, Gran Azúcar estará cerca de él.
Influencia política
Su influencia política ha dado a los cosecheros floridanos un lugar de infamia en la cultura popular norteamericana. The Washington Post señala que en Los Simpson “Marge dirigió una campaña contra la malvada Corporación Azucarera Maternal”. Personal de una Casa Blanca de ficción en el Ala Occidental exigían que el dinero de los Everglades saliera “del mismo lugar que sale la contaminación, ¡de la industria azucarera!” Y no es difícil imaginar en quiénes pueden estar inspirados los malvados magnates azucareros Joaquín y Wilberto Rojo del filme Strip Tease.
En este contexto, la industria se queja de que es un chivo expiatorio. Los cosecheros señalan que su contaminación por fósforo ha disminuido en 56 por ciento en la pasada década. Y argumentan que otros factores – como el crecimiento incesante de la población y su consiguiente desarrollo – provocan un impacto mayor en el medio ambiente del Sur de la florida.
Es cierto que el apetito de Estados Unidos por las galerías de tiendas, campos de golf y supercarreteras hayan sido en definitiva tan destructivo como su gusto por el azúcar. Sin embargo, las mejoras que han tenido lugar en la industria azucarera no son producto de la benevolencia de los cosecheros, sino de la presión pública. En la actualidad los ejecutivos de las corporaciones muestran su fuerza de trabajo “bien pagada” como razón para que se mantengan los subsidios gubernamentales, y nunca mencionan cómo lucharon con determinación hasta este nuevo siglo para evitar que los trabajadores migratorios de la caña obtuvieran en los tribunales sus sueldos atrasados. De manera similar, las notas de prensa ahora verdes de la industria no mencionan su firme oposición a las fuertes medidas restaurativas.
La real protección al medio ambiente surgirá sólo con un mayor escrutinio público sobre Gran Azúcar, ni más ni menos. Hasta que esta presión llegue, las contribuciones políticas seguirán fluyendo hacia el norte desde la Florida. Y en los Everglades, la espadaña seguirá extendiéndose hacia el sur.