Hay buenas noticias para las personas preocupadas por los derechos de los trabajadores y por el estado del medio ambiente en el hemisferio: cuando los ministros de Comercio se reúnan en Miami este mes para negociar el area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), es muy probable que sus conversaciones fracasen. Posiblemente la conferencia producirá, en el mejor de los casos, una declaración simbólica de intención y no habrá un progreso real. Para los que nos estaremos manifestando en contra de estas conversaciones, será causa de una celebración. Sin embargo, significará también un reto importante para el movimiento de justicia global.
El tipo de resistencia que ha ganado amplia atención del público, desde las protestas de 1999 en Seattle, ha avanzado en la deslegitimización de las políticas económicas neoliberales impuestas al mundo en desarrollo y en publicitar los impactos dañinos de los acuerdos comerciales como el ALCAN (Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte). Pero el ALCA fracasará en Miami no tanto por las protestas externas como por la resistencia por parte de la Casa Blanca. En los últimos dos años, la administración Bush ha demostrado estar dispuesta a abandonar los enfoques multilaterales al comercio y el desarrollo, a cambio de un nuevo enfoque nacionalista para ejercer el poder norteamericano en el exterior. Este enfoque exige una nueva respuesta de los movimientos sociales que resisten al imperio y a la globalización corporativa.
El ascenso del nacionalismo económico
Globalización siempre ha sido un término impreciso, utilizado para describir una amplia gama de cambios económicos, tecnológicos y culturales. En muchas instancias ha servido como sinónimo de imperialismo los países ricos usando su poder en su propio beneficio por sobre las economías en desarrollo. Pocos observadores progresistas de la política de comercio y desarrollo dudarían de que Washington haya continuado su camino de enriquecer a las corporaciones norteamericanas, generalmente a expensas de los pobres. Sin embargo, está claro que la actitud de la administración Bush hacia la “globalización” se diferencia sustancialmente de la del Presidente Clinton.
El Presidente Bush no es un multilateralista, sino un nacionalista. Esta idea no debe sorprender a nadie después de la guerra “preventiva” en Irak. Sin embargo, nuestro movimiento de justicia global no ha reconocido totalmente que el ferviente unilateralismo de la administración se extiende incluso hasta el campo de las relaciones económicas.
Las elites de todo el mundo han observado con inquietud las agresiones militares de Bush, temiendo que su irresponsable búsqueda de la dominación norteamericana llegue a poner en peligro el sistema económico global que ellas han construido durante décadas.
Esta desconfianza se puso de total manifiesto en el Foro Económico Mundial (FEM) de febrero de 2003, donde líderes de negocios y jefes de estado especularon si no estarían mejor con Bill Clinton en la Casa Blanca. Un franco correo electrónico de Laurie Garret, de Newsday (que circuló mucho más ampliamente de lo que la reportera tuvo la intención) explicaba que El año pasado el FEM fue un ágape para Estados Unidos. Este año el ambiente era tan desagradable que me recordaba cómo nos sentíamos los norteamericanos en el extranjero durante la época de Reagan… Cuando Colin Powell hizo el discurso de su vida, tratando de ganarse a los delegados no norteamericanos (a favor de la guerra contra Irak), los ataques más duros a sus comentarios no provino de Amnistía Internacional o de algún representante islámico, sino del jefe del mayor banco de Holanda… Esta gente del FEM está desesperada. Vislumbran para el futuro una muy mala economía, guerra y más terrorismo.
En un brusco alejamiento de la era de Clinton, el nacionalismo económico de Bush ha puesto en peligro a las principales instituciones de la globalización. El FMI y el Banco Mundial, que han servido como los mecanismos dominantes para ejercer el poder norteamericano desde los años 90, han sido dejados de lado en el nuevo siglo. Ya desde la elección presidencial del 2000 el analista Waldon Bello, director de Enfoque en el Sur Gobal, de Bangkok, previó que estos dos principales promotores del “Consenso de Washington” se enfrentarían a cuatros años poco hospitalarios bajo Bush.
Las instituciones de Bretton Woods, escribió Bello, perderán a sus protectores internacionalistas liberales como el Secretrvic del Tesoro Larry Summers, el cual cree en el uso del Fondo y del Banco como instrumentos centrales para lograr los objetivos de la política económica extranjera de EEUU.
Bello esperaba que la administración entrante acudiera a otros mecanismos en busca de los objetivos de política exterior. Eso demostró ser una sabia predicción. La Casa Blanca ha mantenido una tibia relación con el FMI y el Banco Mundial. En un artículo en el Financial Times del 15 de octubre, el conocedor del desarrollo Jeffrey Sachs describió cómo la dirección del FMI… se queja en privado acerca de las actitudes avariciosas de EEUU que impiden sus planes de desarrollo. Mientras que los seguidores de Clinton habían canalizado alegremente la ayuda extranjera a través de estas instituciones en apoyo a sus políticas económicas, la Casa Blanca de Bush ha preferido utilizar la ayuda bilateral directa para promover sus fines políticos. Cuando la administración trató de obtener una coalición de los dispuestos para la guerra de Irak, echó a un lado en gran medida los organismos multilaterales y en su lugar vinculó los paquetes de ayuda bilateral al apoyo a la política militar norteamericana. (En un ejemplo digno de mención, Estados Unidos ofreció a l gobierno turco un paquete de donaciones y préstamos `por decenas de miles de millones de dólares a cambio de que Turquía permitiera que se usara el país como punto de lanzamiento de la invasión. Sorprendentemente Turquía votó en contra del acuerdo.) El fracaso de las políticas impuestas por el FMI en países como Argentina y Bolivia, junto con un aumento de las protestas públicas y la arrogancia de la Casa Blanca, ha derribado al FMI del alto pedestal que ocupaba no hace mucho.
Colapso en Cancún
En comparación con el FMI y el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio (OMC), mucho más pequeña y relativamente más democrática, nunca tuvo la menor posibilidad. La estructura de la OMC de un voto por país deja a EEUU con mucho menos influencia que en el Banco y en el FMI, donde dominan los países ricos y EEUU tiene 17% de los votos. Incapaz de forzar con eficacia concesiones en el entorno de la OMC, la administración Bush se ha retirado. Cualquiera que haya presenciado los actuales debates comerciales sabía de antemano que las conversaciones de la OMC en Cancún estaban destinadas al fracaso: EEUU sencillamente no estaba dispuesto a hacer el tipo de compromiso particularmente en el caso de los subsidios a la agricultura que se necesitaba para mantener a flote a la institución. Si este hecho no fue lo suficientemente divulgado entre los activistas pro justicia global, ello refleja nuestro propio fracaso de reflexión y discusión.
Posteriormente al colapso de la OMC en Cancún, el Representante de Comercio Robert Zoellick declaró que EEUU promovería tratados regionales y bilaterales más pequeños, similares a los que recientemente había acordado con Chile y Singapur. Al expresar su frustración con las naciones que no cooperaron y que hicieron fracasar las conversaciones de comercio en los organismos internacionales. Zoellick ha jurado que trabajará con las naciones cooperantes para lograr acuerdos individuales de comercio, una formulación comercial nada alejada de la coalición de los dispuestos de Bush en lo militar.
Convenientemente para los intereses de EEUU, estos países “cooperantes” por lo general son pequeñas naciones con poca capacidad para enfrentarse a las exigencias de una superpotencia mundial. Un enfoque bilateral del comercio abandona el sueño globalista de un orden económico uniforme, basado en reglas, en el que la corporaciones multinacionales pueden funcionar libremente. En su lugar representa un enfoque de puños desnudos para promover el poder de EEUU, incluso a expensas de los aliados europeos.
¿Cómo queda entonces el ALCA? Unos pocos analistas han agrupado al ALCA junto con el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica y el area de Libre Comercio del Medio Oriente como el tipo de acuerdo que EEUU buscará con nuevo vigor en la medida en que se estanque la OMC. Es muy probable que el ALCA se convierta en la nueva baja del nacionalismo económico de Bush. Junto con EEUU, Brasil es el otro copresidente de las conversaciones del ALCA. Pero Brasil es uno de los países que provocó el punto muerto de Cancún. Como explicó recientemente The Economist, No sólo (Brasil y EEUU) están cada vez más separados en el alcance y ambición del acuerdo (del ALCA), sino que han dedicado las últimas semanas a hablar mal uno del otro en público. Aunque las tácticas intimidatorias de Washington han llevado a muchas pequeñas naciones a alinearse con Brasil para disminuir su propia retórica, parece improbable que ellas acepten el ALCA sin concesiones sustanciales por parte de EEUU. Como éstas no se producirán, Miami parece ser otra oportunidad para el fracaso.
¿Cómo responder?
¿Cómo deben responder entonces los activistas de la justicia global ante esta nueva situación?
Algunos progresistas, como el periodista británico George Monbiot, dicen ahora que estaban equivocados al oponerse a las organizaciones internacionales de comercio. Al considerar al nuevo nacionalismo económico de Bush como más coercitivo y peligroso que las instituciones multilaterales, Monbiot argumenta que debiéramos tratar de aferrarnos a la OMC y reformarla como una Organización de Comercio Justo cuyo propósito sea restringir a los ricos mientras emancipa a los pobres. Sin embargo, los defensores de la justicia global no tienen que aceptar necesariamente que el enemigo de nuestro enemigo es nuestro amigo. Los activistas tienen varias razones para mantener una posición de principios en contra de acuerdos como la OMC y el ALCA.
Ante todo, es probable que EEUU retorne a un enfoque clintoniano de la globalización en un futuro cercano. Muchos de los que hemos batallado en contra de las políticas del FMI, del Banco Mundial y de la OMC estaremos también haciendo campaña de todo corazón para elegir a un demócrata en las próximas elecciones presidenciales.
Pero nuestro candidato sea Wesley Clark, John Kerry, John Edwards, o incluso Howard Dean- promete revivir un programa multilateralista de globalización corporativa. Estos juramentos de los demócratas de incluir los intereses de los trabajadores y las normas del medio ambiente en los acuerdos de comercio se parecen mucho a las promesas de Bill Clinton y de Al Gore, todas las cuales no significaron mucho en la práctica. La OMC y el ALCA estuvieron diseñados desde su inicio para promover los intereses de las corporaciones multinacionales y de la elite económica. Esto hace que la reforma de los acuerdos sea de una perspectiva difícil y a largo plazo. Los defensores de la justicia global puede que prefieran, sabiamente, tratar de eliminar las debilitadas estructuras multilaterales, en vez de arriesgarse a que al resucitar se conviertan en poderosos instrumentos de la expansión corporativa.
Además, no tenemos que asumir que Cancún vino muy bien a los planes de la administración Bush. El aspecto interesante de la cumbre no fue el esperado colapso de las negociaciones de la OMC, sino la manera en que este fracaso ocurrió. Cuando EEUU y los países europeos evadieron los temas de la agricultura, países del mundo en desarrollo, liderados por Brasil, China, India y Sudáfrica, formaron el Grupo de 20 y Más (G20+), un bloque negociador que se alió para defender los intereses nacionales de sus miembros. Ciertamente el G20+ es un aliado ambiguo para los movimientos sociales; muchos de los ministros de Comercio del G20+ representan a elites en sus propios países y sus objetivos no coinciden necesariamente con las demandas de las organizaciones de campesinos o de los miembros de sindicatos. (Incluso el presidente socialista de Brasil, Lula da Silva, ha apoyado la estrategia de “acceso a mercados” para tratar de abrir los mercados de EEUU a las exportaciones agrícolas del Sur. Sin embargo, muchos factores sugieren que los agricultores del mundo en desarrollo se beneficiarían más de las estrategias de seguridad de alimentos para proteger sus mercados internos.)
No obstante, como argumenta Walden Bello, el G20+ es un nuevo aspecto significativo que pudiera contribuir a alterar el balance global de fuerzas… El potencial de este grupo fue señalado por Celso Amorim, el Ministro de Comercio de Brasil, quien se ha convertido en el vocero del Grupo, cuando dijo que el G20+ representaba a más de la mitad de la población mundial y a más de dos tercios de sus agricultores. Los negociadores de EEUU tenían razón al discernir que el G20+ representaba un resurgir del empuje del Sur en los 70 a favor de un nuevo orden económico internacional. Al resultar un fuerte reto a la hegemonía de EEUU, Cancún puede llegar a ser dañino no sólo para la OMC, sino también para el nacionalismo económico de Bush.
Más allá de Miami
Mientras el movimiento de justicia global se prepara para las protestas de Miami, una apreciación del nuevo enfoque de política exterior de Washington no tiene que alterar nuestra actitud hacia acuerdos multilaterales como el ALCA, tanto como nuestras prioridades y nuestras estrategias en nuestro reto a la carrera global cuesta abajo. Como los tratados internacionales a gran escala probablemente se estanquen con o sin incremento de presión de los activistas, debiéramos usar nuestra presencia en las reuniones internacionales para promover un conjunto más amplio de objetivos. La cancelación de la deuda es un tema que debiera pasar al primer plano de nuestra atención. El éxito obtenido en la pasada década en subrayar el devastador impacto de las obligaciones de la deuda de los países en desarrollo ha creado un clima promisorio para forzar el cambio real. Si la administración Bush está promoviendo la condonación de la deuda de Irak, Estados Unidos no está en posición de luchar contra tales demandas. Un análisis ulterior de los acontecimientos de la economía global que han influido en el nacionalismo económico de Bush nos permitirá situar la crisis de la deuda internacional en el contexto de un cambio mayor e identificar otros temas prioritarios.
Más allá de Miami, necesitamos evitar que la administración Bush enmarque su viraje nacionalista como un programa para beneficiar a los trabajadores norteamericanos. Hoy día la globalización lleva cada vez más no sólo a la pérdida del trabajo de manufactura, sino también de puestos de trabajo de cuello blanco en EEUU (conocido como salir al extranjero). Puede que el Presidente Bush traté de asimilar este tema en la próxima elección convertir el resentimiento en contra de las corporaciones en el tipo de nacionalismo que presenciamos en la era de Reagan, cuando los insultos contra Japón sustituyeron las protestas por la disminución del trabajo en las fábricas. Los progresistas deben demostrar que la formación de un imperio favorecida por la Casa Blanca va tan en detrimento de los derechos de los trabajadores y de los salarios en todo el mundo, como la política interna de la administración de debilitar a los sindicatos y conceder rebajas de impuestos a los ricos va en detrimento de la gran mayoría de los ciudadanos norteamericanos. Dedicar energía al tema de los puestos de trabajo será una manera importante para los activistas norteamericanos de enraizar nuestro movimiento en las realidades económicas que enfrentan los trabajadores de ee.uu.
Parte de nuestro reto al rechazar la etiqueta de ‘antiglobalización’ es promover nuestro propio multilateralismo una especie de globalización basada en la solidaridad internacional e intercambio justo. Este internacionalismo debiera afectar no sólo las soluciones que promovemos para la creación de puestos de trabajo, sino también nuestra visión de la política comercial. Aunque nos opongamos a los acuerdos coercitivos que maximizan la capacidad de los países ricos para forzar concesiones por parte del Sur, debemos subrayar los esfuerzos de los países más pobres por promover el comercio interregional y para desarrollar cooperativamente sus mercados internos.
Un énfasis excesivo en los grandes acuerdos multilaterales al estilo de la OMC y el ALCA como mecanismos principales de una ‘globalización’ unitaria, limita nuestra flexibilidad para responder a las cambiantes condiciones políticas y económicas. Con o sin el ALCA, EEUU intentará expandir su poderío en el exterior. Con o sin el ALCA, necesitamos enfrentarnos a los acuerdos que sitúan la búsqueda de la ganancia corporativa por encima de las protecciones locales a los trabajadores y al medio ambiente. Necesitamos exigir un fin a la privatización forzosa y a los recortes a los servicios sociales impuestos por el FMI. Y necesitamos vincular la difícil situación de los trabajadores de los países ricos con las luchas de los pobres del mundo. Si el nacionalismo económico de la administración Bush nos sigue sorprendiendo, perderemos importantes oportunidades para hacer avanzar esta agenda.