La memoria puede ser algo embarazoso. En política a menudo es más conveniente olvidar. La ilustración clásica de esta idea es el distópico Ministerio de la Verdad de Orwell, en el que funcionarios echaban cualquier información inconveniente por el hueco de la memoria, “momento en el cual era llevado por una corriente de aire cálido”.
Para no ser menos que la ficción, el Washington republicano ha construido su propio prodigioso Reino del Olvido. Desde las nominaciones judiciales hasta la política del Medio Oriente, pasando por las rebajas de impuestos, los argumentos esgrimidos en el Capitolio aparentemente han sido creados por verdaderos creyentes republicanos o gente de muy poca memoria.
A principios de mayo los republicanos mostraron su ira por el exitoso filibusterismo(*) de los demócratas ante dos nominaciones de Bush al Tribunal de Apelaciones: Miguel Estrada y Priscilla Owen. Ellos declararon que la táctica mostraba una parcialidad sin precedentes. Los jueces, dijo el vocero de la Casa Blanca Ari Fleischer, “estaban siendo bloqueados por una minoría liberal, partidista y obstruccionista”. El senador Orin Hatch, presidente del Comité Judicial, agregó que “el partidismo estaba fuera de control”.
Es una posición risible, o lo sería si los verdaderos partidistas no fueran tan exitosos en salirse con la suya en contra de una oposición de tan poca fuerza de voluntad. Bajo la administración anterior los republicanos fueron maestros de la obstrucción atrasando tantas nominaciones de Clinton en 1997 y 1998 que la Oficina Administrativa de los Tribunales declaró una “emergencia judicial”. Mientras las plazas no ocupadas dificultaban el funcionamiento de los tribunales de distrito y de apelaciones, los nominados languidecían, debido a las tácticas dilatorias de Hatch. La nominación de Richard Páez, un nominado de Clinton, tardó casi cuatro años. El senador Bill Frist, quien está tratando ahora de cambiar las reglas de filibusterismo en el Senado, fue uno de los 14 senadores que promovieron su uso para bloquear aún más a Páez.
En contraste con esa crisis, las tasas de desocupación de cargos es baja en la actualidad y el Senado ha aprobado 124 de las 126 nominaciones judiciales de Bush.
Un segundo ejemplo impresionante de los republicanos es haber olvidado que en otras épocas estuvieron firmemente en contra de los déficits presupuestarios. No hay que ser profesor de historia para recordar que un presupuesto balanceado fue uno de los ocho mandamientos enumerados por los republicanos en su “Contrato con Estados Unidos” de 1994. Su “Ley de Responsabilidad Fiscal” buscaba requerir que el “Congreso viva bajo las mismas limitaciones presupuestarias que las familias y los negocios”. El equipo de Bush se sometió a esta posición hasta 2001, es decir, hasta que la observación de este principio lógicamente eliminaría las rebajas de impuestos. Entonces el pasado se esfumó rápidamente.
Paul Krugman señaló en The New York Times que Glenn Hubbard, antes de renunciar al Consejo de Asesores Económicos de Bush en febrero, “negó que los déficits aumenten las tasas de interés y depriman la inversión privada. Sin embargo, Hubbard es también el autor de un libro de texto de economía (…) cuya edición de 2002 explica cómo los déficits sí aumenten las tasas de interés y depriman la inversión privada”.
Aunque muchos economistas, especialmente los progresistas, piensan que el gasto deficitario no es dañino en sí, nos maravillamos ante la hipocresía de la actual administración y su capacidad para derrochar grandes sumas. Al promover las rebajas de impuestos en el Senado sobre la base de un voto partidista, la Casa Blanca aumentó un déficit presupuestario que ya llegaba a más de $300 mil millones de dólares en el año.
La perspectiva a largo plazo es aún peor. Las predicciones para 2001 sugerían un superávit de $5,6 billones durante la próxima década. Esos estimados ya no existen. Ahora, con el déficit en aumento para un futuro predecible, nos enfrentamos a la posibilidad de perder $6 billones más de lo esperado hace sólo dos años. Aunque la mitad de esa cantidad se ha perdido a causa de la recesión, la administración Bush carga con la responsabilidad del resto. Solamente la primera ronda de rebajas de impuesto significa la enorme cantidad de $1,6 billones, cifra que pudiera aumentar si las resbalosas cláusulas de ocaso son eliminadas y las rebajas se hacen permanentes.
Aún más egregia que estos asaltos a la historia es la política estadounidense en el Medio Oriente, la cual parece requerir de la amnesia total. ¿Es Saddam la representación de la maldad? Los bushistas no siempre han pensado así. El grupo promotor Acción de Paz está publicando actualmente anuncios en periódicos y medios de transporte que muestran la foto de 1983 del Secretario Rumsfeld dándose la mano con el Sr. Hussein, a quien la administración Reagan consideraba entonces “vital para los esfuerzos de EE.UU. para detener el avance del fundamentalismo islámico”.
A pesar de nuestro apoyo al dictador en el pasado, había poca razón para creer que representara una amenaza para sus vecinos en los últimos años cuando su ambición militar ya había sido eficazmente contenida. Como comentó una connotada analista en 2000 en la Revista Foreign Affairs: “Si llegan a adquirir armas de destrucción masiva, sus armas no serían apropiadas, ya que cualquier intento por usarlas significaría su destrucción nacional” en una región donde Israel es la única potencia nuclear. ¿La analista? Condoleezza Rice.
“¿No utilizables en el 2000”, pregunta Tariq Alí, un escritor que vive en Londres y descubrió la cita, “pero tres años después Saddam tiene que ser eliminado por medio del envío de una fuerza expedicionaria anglo-estadounidense (…) antes de que las obtenga?”
La torcida lógica de esta marcha atrás lo lleva a uno a cuestionar la experiencia militar de los líderes que han planeado la invasión — un cuestionamiento que algunos prominentes funcionarios han realizado en el pasado. “Me enfurece”, escribió en su autobiografía un general muy admirado llamado Colin Powell, “que tantos hijos de los poderosos y bien situados (…) lograran conseguir plazas en unidades de la Reserva y de la Guardia Nacional. De las muchas tragedias de Viet Nam, considero esta descarada discriminación clasista como la más dañina al ideal de que todos los estadounidenses son creados iguales y deben igual lealtad a su país”.
Qué triste que Powell, a quien muchos liberales le han otorgado un grado de respeto que no conceden al resto de la camarilla del presidente, haya tenido que echar ese sentimiento profundo en el hueco de la memoria cuando aceptó un cargo en el gabinete de Bush. Pero al igual que todo lo demás en el Washington de hoy que entra en conflicto con la ganancia política a corto plazo, una convicción verdadera es demasiado comprometedora para ser recordada.
(*) En EE.UU., el uso de tácticas irregulares u obstruccionistas por un miembro de una asamblea legislativa para evitar la adopción de una medida. (N. del T.)