Desde que terminó la invasión a Irak en el estado de ánimo nacional se ha introducido un tono de venganza y bravuconería. Los conductores de noticieros de televisión y el Departamento de Defensa coinciden: Estados Unidos está encantado. Los soldados saludan con la mano en alto. Los que nos opusimos al Presidente y a sus generales debiéramos sentirnos avergonzados ante una guerra tan brillantemente exitosa.
Existe una cuestión, por encima de todas, que esta autocomplacencia que prevalece está silenciando. En plena atmósfera de recriminación pocos se arriesgarán a preguntar: ¿Cuál fue el costo?
En la televisión en el extranjero la guerra relámpago marina y las bombas de la fuerza aérea llevaban un precio humano. Mientras la cabeza parlante de Donald Rumsfeld se convirtió en el icono singular de la guerra en Estados Unidos, el resto del mundo mostró fotos de Alí Ismael Abbas, el niño de 12 años que perdió a sus padres y otros ocho familiares, junto con sus dos brazos, en el bombardeo de Bagdad.
Sin duda algunos han explotado imágenes como esa con fines propagandísticos. Sin duda la persecución de la carnicería por momentos se convirtió en sensacionalismo de mal gusto. Pero, ¿cuál fue el impacto para los estadounidenses al ver a tan pocos, si acaso vieron a alguno, de los que murieron?
Hay estimados disponibles del número de civiles que murieron en la guerra. Un grupo de 19 voluntarios en Inglaterra, los creadores de un sitio Web llamado IraqBodyCount.org (Conteo de cadáveres en Irak) da un mínimo de 2 050 muertes. Este total refleja las cifras más bajas brindadas en informes de prensa acerca de incidentes fatales. Un conteo más completo tendría que agregar los cientos, quizás miles, cuyas muertes nunca fueron reportadas por ninguna fuente — los enterrados calladamente en las ruinas, o los que fueron heridos y murieron más tarde en los repletos y más tarde saqueados hospitales de Irak.
Ningún país, coalición, ni nadie se ha dedicado a esta búsqueda. Una iniciativa del gobierno suizo lanzada en plena guerra, dice John Sloboda de IraqBodyCount, fue abandonada debido a la presión política.
El dilema que esto presenta es viejo y también peligroso: ¿Cuál es el peso de una vida? ¿Cuántas antes de que importen? Hay pocas buenas respuestas. Los que miran solamente a los momentos más sangrientos de la guerra descuentan otras vidas. Cientos de miles de ciudadanos iraquíes murieron a causa de una década de sanciones, de lo cual Saddam Hussein tiene gran parte de culpa, pero que Estados Unidos tenía el poder para eliminar. Muchos más hubieran muerto si las sanciones prosiguieran. Y no tenemos manera de saber cuántos más morirán en futuras invasiones inspiradas por la conquista de Irak o en los actos resultantes de venganza.
Washington, por supuesto, llevó cuidadosamente la cuenta de los 166 soldados estadounidenses y británicos que murieron en acción. Sin embargo, se opuso a la idea de un conteo de civiles. Muchos periodistas, en especial en televisión, adoptaron esta posición oficial como una orden.
Hasta en nuestros periódicos más responsables una idea se convirtió en mantra: Un número preciso (de civiles muertos) no está y probablemente nunca estará disponible, dijo The New York Times. La cuenta final puede que nunca se determine, dijo The Washington Post. Una y otra vez los reporteros comprendieron la dificultad para hacer un conteo exacto.
Fue, a primera vista, una declaración de humildad, un reconocimiento honesto del caos inherente al conflicto militar. Sin embargo, en algún momento esta negativa a contar — o al menos a intentarlo — pasó a ser otra cosa.
Se convirtió en una forma de negativa política.
Los pocos despachos que arañaron la superficie de la posición del gobierno en cuanto a las muertes civiles revelaron un lado humano de la guerra — en el cual los jóvenes soldados temían por sus vidas y dependían de rápidas y difíciles decisiones –, pero también una sorprendente insensibilidad a la vida humana. En un reporte citado a menudo por The New York Times, un Sargento Schrump recordaba un incidente en que infantes de Marina dispararon a un soldado iraquí que se encontraba parado entre varios civiles. Una mujer murió. Lo siento, dijo el sargento, pero la jeva estaba en el medio.
Otro reportero del Times escribió acerca de una situación en la que infantes de Marina atacaron una caravana de vehículos que se encontraban a distancia, al no saber si podían estar llenos de enemigos o, como resultó ser, de inocentes:
Uno por uno los civiles fueron muertos. A varios cientos de yardas de las posiciones de avanzada de los infantes de Marina, un minivan azul recibió los disparos; tres personas murieron. Un viejo que iba caminando con un bastón por un lado del camino también fue muerto. No se sabe qué hacía allí; quizás estaba confundido y asustado y sólo estaba tratando de huir de la ciudad. Varios otros vehículos recibieron disparos Cuando se detuvo el fuego, había casi una docena de cadáveres, de los cuales todos menos dos no tenían ropa aparentemente militar o armas.
Dos periodistas que estaban delante de mí en el camino dijeron que un jefe de compañía dijo a sus hombres que no dispararan hasta que los francotiradores hicieran unos cuantos disparos, para tratar de detener los vehículos sin matar a los pasajeros. Dejen que los francotiradores se encarguen de los vehículos civiles había dicho el comandante. Pero en cuanto el francotirador más cercano hizo sus primeros disparos de advertencia, otros infantes de Marina aparentemente abrieron fuego con sus M-16 o ametralladoras.
…(Un ) jefe de escuadra, después del alto al fuego, gritó: Mis hombres no tuvieron piedad. Extraordinario.
El número de civiles muertos en los combate importa, aunque sólo sea para recordarnos que la invasión no es un juego de video. Importa, porque demuestra que a pesar de sus herramientas sofisticadas, la guerra siempre provocará su daño colateral, sus testigos inocentes.
Una indiferencia insensible a tales vidas no está limitada a los sargentos y jefes de escuadra en la línea del Frente. Es la posición promovida por un gobierno que no cuenta sus víctimas, incluso mientras prepara sus próximas conquistas: primero Siria, luego hacia Irán.
Es una actitud que sobrevive a los tiempos de guerra, que guía nuestros prejuicios contra aquellos que viven en países cuyos nombres nunca aprendimos a pronunciar, países que nuestros humoristas de choque llaman naciones del Peor Mundo.
A fin de romper el ciclo de guerra y privación, odio y terrorismo, Estados Unidos algún día debe comenzar a contar no sólo los muertos de este conflicto, sino todos aquellos que hemos pasado por alto regularmente. Y debe comenzar por hacerse responsable de ellos. Porque a medida que lo haga comprenderemos que no es un asunto de dos mil, ni siquiera de doscientos mil.
La mayoría de este mundo resurgirá para ser contada.