Desde la caída de Bagdad los halcones del Departamento de Defensa se han dedicado a regocijarse perversamente de la nunca cuestionada supremacía de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Sin embargo, la atención del resto del mundo se ha enfocado a examinar la razón principal para la invasión de Bush: el peligro representado por las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. La aparición del 22 de abril ante el Consejo de Seguridad Nacional de Hans Blix, el jefe de inspección de armamentos de la ONU, ha fortalecido los llamados en favor de una verificación independiente de las acusaciones de EE.UU.
Los activistas contra la guerra no discuten si Saddam era un dictador aborrecible. El tirano puede haber tenido ocultos algunos agentes químicos y biológicos que los investigadores puedan encontrar, y no hay duda de que él deseaba tener más en el futuro.
Pero los argumentos claves contra la guerra siguen siendo válidos. Al contrario de los pronunciamientos del Presidente Bush y de las fotos por satélite de Colin Powell, el mundo no tiene razón para creer que el régimen del Partido Ba’ath significaba un verdadero peligro para sus vecinos, mucho menos para Estados Unidos. Las fuerzas militares de Saddam fueron diezmadas en la primera Guerra del Golfo. Inspecciones subsiguientes de la ONU realizaron progresos significativos en la eliminación de las armas que quedaron, y cualquier almacén oculto de agentes químicos se hubiera degradado sustancialmente durante una década de duras sanciones. En resumen, Irak había sido eficazmente eliminado como amenaza.
Más allá de eso, la nueva ola de inspecciones estaba funcionando. La actual ambición de Saddam de producir armamentos prohibidos merecían la atención internacional, pero ni con mucho una blitzkrieg de $20 mil millones de dólares, una ocupación posterior por parte de la Infantería de Marina, y la pérdida de incontables miles de vidas. Dada la hostilidad con la cual la Administración Bush trató la idea de que el equipo de Blix regresara para hacer su trabajo, siempre fue difícil considerar las armas de destrucción masiva como una preocupación real, sino más bien un pretexto para la guerra.
Los que vigilan a los medios en Justicia y Certeza en los Reportes se dieron perfecta cuenta de la ironía de la situación al recordar el artículo del 4 de marzo en The New York Times: “Más Misiles Destruidos; Washington se Preocupa por las Complicaciones de los Esfuerzos por Desarmar a Irak”. La corresponsal de NBC Nightly News Andrea Mitchell agregó, “Para EE.UU. es una situación de pesadilla. Si Irak destruye los misiles, será mucho más difícil obtener apoyo para su acción militar”.
Ahora que George Bush y Tony Blair se encuentran nuevamente bajo presión política para presentar evidencia incriminatoria acerca de las armas prohibidas, estamos seguros de que habrá nuevas acusaciones. Informes del 21 de abril acerca de un anónimo científico iraquí que asegura que supo de agentes químicos destruidos resultan la mejor pista de los militares hasta ahora en una búsqueda que hasta el momento ha resultado infructuosa.
Sin embargo, el mundo aún tiene razones para estar escéptico de las declaraciones de los militares. Y los estadounidenses preocupados con la genuina seguridad global tienen razón para apoyar la exigencia global de una investigación independiente.
En el pasado el gobierno de EE.UU. ha demostrado estar muy dispuesto a fabricar la evidencia que necesita para justificar la guerra. Y a menudo la prensa le ha seguido la corriente. Quizás el precedente histórico más famoso sea el hundimiento del acorazado Maine en 1898 frente a las costas de Cuba. Gracias a la campaña por parte de los periódicos Hearst, el Presidente McKinley pudo culpar a España del misterioso incidente y así satisfacer los intereses imperiales con la Guerra hispanoamericana.
El fraudulento incidente del Golfo de Tonkín de 1964, en el cual el Presidente Johnson anunció un ataque no provocado por lanchas patrulleras norvietnamitas contra destructores estadounidenses, brindaron una excusa a EE.UU. para comenzar los ataques aéreos contra Viet Nam del Norte. La prensa lo aceptó incondicionalmente. (Sin embargo, en 1965 Johnson admitió: “Hasta donde yo sé, nuestra Marina estaba disparando a ballenas por allí”.)
Como avance de la Guerra del Golfo en 1991, la primera Administración Bush perpetuó las historias de que soldados iraquíes arrancaban a los bebés de las incubadoras en los hospitales de Kuwait. Por qué hay necesidad de inventar cuentos acerca de un régimen que ya poseía una larga historia de hechos crueles es algo que no se entiende. Sin embargo, esto resultó ser una falsedad, divulgado con la ayuda de la firma de relaciones públicas Hill & Knowlton.
El historial de honestidad de Washington durante el presente conflicto también ha sido malo. Fuentes de inteligencia de EE.UU. divulgaron documentos falsos en un intento por fortalecer el apoyo para una invasión. En una reciente entrevista, Hans Blix señaló las acusaciones de que Irak intentó comprar materiales nucleares a la nación centroafricana de Níger. “Esto fue una mentira vulgar”, explicó Blix. “Toda una falsedad”. La información fue suministrada a la Agencia Internacional de Energía Atómica por los servicios de inteligencia de EE.UU. En cuanto a los laboratorios móviles, al intentar verificar los datos entregados por los estadounidenses, solo encontramos unos camiones dedicados a procesar y controlar semillas para la agricultura”.
A pesar de tales hechos tan inquietantes, medios como Noticias Fox siempre trataron las sospechas de armas ilegales como verdad comprobada. Para ellos, cosas como el titular del 16 de abril en The New York Times que decía “Inspectores de EE.UU. No Encuentran Armas Prohibidas en Fábrica Iraquí de Armamentos” son sólo evidencia de la extraordinaria flojedad y constantes simpatías comunistas de ese periódico.
No obstante, titulares anteriores de Fox como “Irak Distribuye Armas Químicas a sus Tropas” parecen ahora exagerados, en el mejor de los casos justificaciones para la guerra. Hacen parecer al adversario “singularmente malvado” de Bush como singularmente contenido al no desplegar los armamentos prohibidos durante la guerra cuando se enfrentaba a una fuerza decidida a eliminarlo.
El engaño por parte del gobierno y los reportajes sospechosos han engendrado el escepticismo hasta dentro de la comunidad de inteligencia. El servicio de noticias Agence France Press publicó recientemente una entrevista con Ray McGovern, analista de inteligencia retirado de la CIA, quién dice: “Algunos de mis colegas están casi seguros que se encontrarán algunas armas de destrucción masiva, aunque puede que hayan sido plantadas”.
“Yo estoy igualmente seguro que se encontrarán algunas”, dijo, “pero no en la cantidad que de alguna manera justifique la acusación de una amenaza contra EE.UU. o contra cualquiera”.
El rechazo de la Administración Bush a investigaciones independientes representa un paso adicional en el camino del unilateralismo peligroso. La promoción de la cooperación internacional y de la buena voluntad es vital para cualquier intento de seguridad global, pero estas son precisamente las cosas minadas por la beligerancia de Washington.
Hasta desde la visión estrecha de los intereses de la política exterior estadounidense, el gobierno de EE.UU. debiera desear tener una verificación independiente que demuestre sus acusaciones y que disipen cualquier duda.
Claro, a no ser que se pueda aplicar la vieja máxima, y la verdad nuevamente se haya convertido en una baja de la guerra.