Con Kyoto un desastre y las leyes ambientales bajo asalto, el Día de la Tierra 2003 escasamente posee el aire benévolo que rondaba las celebraciones en los 1990s. Mas que nunca, honrar el mundo natural nos impulsa a rechazar aquellos en el poder. Con las festividades llevándose a cabo a la sombra de la guerra, este Día de la Tierra debe también ser un llamado a la paz.
El medio ambiente hace mucho ha sido una víctima silenciosa de la guerra, sufriendo antes, durante y luego del combate. Y, desde los asaltos al ecosistema en el Golfo Pérsico hasta las exenciones reguladoras para actividades militares de los EEUU aquí en casa, la actual guerra proporciona nuevas lecciones sobre como el militarismo va de la mano con la destrucción ecológica.
Históricamente, el impacto ambiental de las acciones militares ha llamado poca la atención. A los auto proclamados pragmatistas les gusta descartar las quejas de los ambientalistas como irrelevantes al lado de graves asuntos de estado. Pero mientras su razonamiento pueda acarrear algún peso en un caso de obvio genocidio, es deshonesto no sopesar el frecuentemente demoledor daño ambiental a la misma escala con los intereses internacionales y el número de víctimas humanas de la guerra.
Aun cuando los disparos amainan en Baghdad, guerras pasadas y futuras continúan reclamando víctimas en el frente ambiental a nivel mundial. Por ejemplo, el desarrollo de la industria militar y el ensayo de armamento produce un sin fin de desperdicios tóxicos. Tal actividad ha contaminado mas de 11,000 “sitios calientes” en 1,855 bases militares en los EEUU, de acuerdo a documentos del propio Departamento de Defensa.
Nuevos datos sobre herbicidas venenosos usados para matar las junglas y cosechas de Vietnam pintan un horrendo retrato de como la guerra asola los ecosistemas y coloca persistentes amenazas a la salud humana. Tan solo este mes, surgió un dato indicando como Agente Naranja fue aplicado de una manera mucho mas irresponsable de lo que originalmente se estimó ˆ significando que tanto ciudadanos como soldados sufrieron exposiciones mucho mas graves a dioxin.
Aun después de que terminan los conflictos activos, el desperdicio militar sostiene una dilatada guerra fría con el mundo natural. Un informe del Departamento de Estado de 1993 identifica a las minas terrestres y otra artillería sin explotar como “la mas tóxica y difusa polución de cara a la humanidad.”
Operación Tormenta del Desierto perpetuó esta triste historia. La Guerra del Golfo de 1991 resultó en el derramamiento de unos 65 millones de barriles de petróleo, que causaron la muerte a decenas de miles de aves marinas en el Golfo Pérsico y se filtró a través del desierto a sensibles fuentes de agua. Mientras tanto, en las ciudades de Irak, el bombardeo devastó las instalaciones de acueducto y alcantarillado.
Mas significativamente, los 600 incendios de petróleo iniciados por el ejercito Iraquí ardieron hasta por nueve meses, soltando millones de toneladas de dióxido de carbono y dióxido de sulfuro en la atmósfera. Esta polución causó que oscuras y grasientas lluvias se precipitaran hasta 1,500 millas de distancia.
“La Guerra del Golfo fue el mayor desastre ambiental en la historia reciente,” declaró al Washington Post el anterior editor del Earth Island Journal, Gar Smith.
A falto de los masivos incendios petrolíferos y el extremo daño de infraestructura que marcó la primera Guerra del Golfo, el actual choque pueda no probar ser tan ambientalmente desastroso como es temido. Sin embargo, con el uso del controvertido armamento de uranio-agotado y con los ecosistemas aun sufriendo los efectos del ultimo conflicto, pueden emerger revelaciones de daño ambiental, como se ha sucedido en pasadas guerras, por muchos años a venir.
Hace dos años la Organización Mundial de la Salud (World Health Organization) comenzó a explorar si el uranio agotado de las municiones usadas en Tormenta del Desierto estaba causando entre los Iraquíes aumentos en el índice de cáncer, enfermedades renales, y otros desordenes congénitos. El Pentágono dice que las armas son seguras ˆ pero apenas este mes la Royal Society emitió una mordaz denuncia contra estos reclamos y llamó a los Estados Unidos y Gran Bretaña a retirar cientos de toneladas de sustancias para proteger a los ciudadanos de Irak. Si estas sospechas resultan ciertas, estos civiles deben ser considerados víctimas de la guerra y contabilizados junto con aquellos que murieron en los ataques aéreos. Esto significaría, por su puesto, que el verdadero numero de víctimas de la actual guerra se demoraría años en tasar.
Aun interrupciones menores del medio ambiente en Irak tienen amplios impactos, especialmente en la biodiversidad. El Golfo Pérsico abriga mas de la mitad de las especies de tortugas marinas en el mundo, todos las cuales están listadas como “en riesgo” ó “amenazadas.” Sesenta especies de aves acuáticas y nueve diferentes especies de aves de rapiña inviernan en los delicados humedales de Irak. “Desde un punto de vista de biodiversidad,” el notable ornitólogo Phil Hockey dijo a la revista Grist, “este es la peor época del año para tener una guerra ahí.”
La sola ocupación de Irak por los EEU podría invitar as despojo. Compañías petrolíferas globales están ansiosas de desarrollar campos vírgenes de petróleo en Irak, apuntando a doblar la producción del pais a unos seis millones de barriles al día para el 2010.
Es improbable que la conservación y la energía renovable ocupen una alta posición en su agenda a medida que efectúen esta nueva extracción masiva. Y los progresivos, mientras que impulsan la auto determinación Irakí y apoyan su control de sus propios recursos útiles, deberían sentir ambivalencia hacia la estabilidad económica de Irak proviniendo de precios reducidos del petróleo y continuada dependencia de los EEUU sobre combustibles fósiles.
Haciendo a un lado sus impactos en el extranjero, la guerra en Irak puede asestar un cruel golpe a las protecciones ambientales en los Estados Unidos. Nunca uno para perderse un momento de oportunismo político, la administración Bush argumenta que requerir al Departamento de Defensa a acatar las leyes ambientales estropearía la “disposición de entrenamiento” de las tropas. “Para esto, la Casa Blanca ha pedido al Congreso eximir a las fuerzas armadas de una amplia franja de regulaciones — una meta los generales han perseguido por años.
Dada la facilidad con que los Infantes de Marina rodaron a través del desierto Irakí, es difícil ver como nuestras leyes ambientales han impedido la habilidad de nuestros militares en enfrentar las actuales amenazas. Sin embargo, la legislación perjudica el Acta de Aire Puro (Clean Air Act), El Acta de Especies en Riesgo (Endangered Species Act), el Acta de Protección de Mamíferos Marinos (Marine Mammal Protection Act) y el Superfondo (Superfund), para nombrar algunos. De hecho, es “un retroceso de casi todas las principales leyes ambientales en los libros,” dice Michael Jasney, analista decano de política del Concejo para la Defensa de Recursos Naturales (Natural Resources Defense Council).
Claro está, muchos ambientalistas ya se oponen a la aventura foránea del presidente. Para ellos, el inevitable costo humano parece tan injustificable como el costo del conflicto sobre el mundo natural. Sin embargo, al final, traer una perspectiva ecológica al debate militar puede probar necesario. Solo retando el enorme apetito de los EEUU por el petróleo, junto con sus ambiciones imperiales, podemos prevenir una guerra sin fin — tanto humana como ecológica.