Martin Luther King, Jr. estaba trabajando duramente para hacer que la gente fuera a Washington, D.C. Pero cuando le dijo a una audiencia: “Vamos a traer a las cansadas, pobres y apiñadas masas. Vamos a traer a aquellos que han conocido largos años de dolor y abandono… Vamos a pedir a Estados Unidos que cumpla el enorme pagaré que firmó hace años”, el año no era 1963 y el tema no era la segregación. Era 1968, cinco años después de su discurso “Yo tengo un sueño”, y ahora el tema era el desempleo y la privación económica. King estaba anunciando una nueva movilización masiva encabezada por la Conferencia Sureña de Liderazgo Cristiano, un movimiento conocido como la Campaña de la Gente Pobre.
En la visión de King de la campaña, miles de norteamericanos que habían sido abandonados por la economía crearían una ciudad de carpas en el Bulevar Nacional, exigirían medidas de parte del Congreso y realizarían una desobediencia civil no violenta hasta que su voz fuera escuchada. King argumentó en uno de sus últimos sermones, que “Si un hombre no tiene empleo o ingresos, no tiene vida ni libertad ni la posibilidad de búsqueda de la felicidad. Simplemente existe”.
La solución, creía él, era “enfrentarse de forma masiva a la estructura de poder”.
Cuatro décadas más tarde, mientras nuestro país lucha con empleos que desaparecen y desesperanza creciente, mucha de la crítica a la economía norteamericana que se ofrecía en la Campaña de la Gente Pobre es de nuevo válida. Mientras el país conmemora la vida y el legado del Dr. King, es el momento oportuno de preguntar: ¿Cómo se enfrentaba el Reverendo a temas como la pobreza, el desempleo y las dificultades económicas? Y además, debido a que hizo sus críticas en medio de los mayores períodos de expansión económica de nuestro país, ¿cómo hubiera respondido él hoy a las crisis de ejecución de hipotecas y recesión?
Empleos y libertad
Discípulo de las enséñanzas del movimiento del Evangelio Social Protestante en el Seminario Teológico Crozer, la visión teológica de King incluía una crítica económica. En un sermón de noviembre de 1956, King presentó una carta imaginaria del apóstol Pablo a los cristianos norteamericanos, la cual comenzaba: “Oh, Estados Unidos, cuán a menudo has tomado las necesidades de las masas para dar lujos a las clases… Dios nunca tuvo la intención de que un grupo de personas viviera en la exorbitante riqueza superflua, mientras otros viven en la pobreza abyecta”.
Desafortunadamente, desde entonces la desigualdad ha aumentado. El Instituto de Política Económica informa que en 1962 una unidad familiar perteneciente al uno por ciento más rico de EE.UU. tenía aproximadamente 125 veces la riqueza de un hogar promedio. Para 2004, había aumentado a 190 veces.
El Dr. King también vinculó la injusticia racial con la económica. En 1964, antes de que se aprobara la Ley de Derechos Electorales, señaló en su discurso de aceptación del Premio Nobel: “Al igual que la no violencia denunció la fealdad de la injusticia racial, también debe denunciarse y curarse la infección y la enfermedad de la pobreza–no solo sus síntomas, sino sus causas básicas”.
El historiador Maurice Isserman señala que muchos norteamericanos que escuchan anualmente fragmentos del discurso “Yo tengo un sueño”, no son conscientes de que “la ocasión para ese discurso se conoció oficialmente como la Marcha en Washington a Favor de Empleos y Libertad (el énfasis es mío). La marcha exigía ‘programa masivo de Obras Públicas Federales que ofreciera trabajo a todos los desempleados’ y hablaba de los ‘males gemelos de la discriminación y la privación económica’.”
La insistencia de King en la justicia económica se hizo aún mayor en los últimos días de su vida. Una parte importante de su crítica a la guerra de Viet Nam era la idea de que el intervencionismo agresivo en el exterior provocaba no solo un costo moral, sino también económico: el gasto de la guerra estaba socavando los programas de la Gran Sociedad del presidente Lyndon Johnson. En su famoso discurso de abril de 1967 en la Iglesia Riverside en la ciudad de Nueva York, King hizo una condenatoria acusación a un desbalance presupuestario que continúa hasta hoy: “Una nación que continúa gastando más dinero año tras año en la defensa militar que en programas de sostén económico”, dijo, “está acercándose a la muerte espiritual”.
¿Un ingreso garantizado?
Uno de los argumentos de reflexión económica más sostenido por King apareció en su libro ¿A dónde vamos a partir de aquí?, de 1967. La obra brinda un ejemplo importante del pensamiento de King hacia el final de su vida.
En el libro, King explicaba una crítica keynesiana, desde el punto de vista de la demanda, del mercado norteamericano. Decía él que “Hemos dominado de manera tan enérgica la producción, que debemos dedicarle atención ahora a la distribución”. A no ser que los trabajadores norteamericanos y los pobres fueran capaces de obtener buenos empleos y aumentar su poder de compra –su capacidad de inyectar dinero a la economía–perdería su dinamismo. “Tenemos que crear el nivel total de empleo o tenemos que crear ingresos”, escribió King. “Se debe convertir a la gente en consumidores, de una manera u otra”.
King criticó la Guerra a la Pobreza de Johnson por ser poco sistemática. Aunque los programas de vivienda, capacitación laboral y asesoramiento familiar no eran malos en sí, él opinaba que “todos tienen una desventaja fatal. Los programas nunca se han realizado de manera coordinada… En ningún momento se ha concebido un programa total, coordinado y completamente adecuado”.
En vez de continuar con “reformas fragmentarias y espasmódicas”, King proponía que el gobierno proporcionara empleo total. “Necesitamos preocuparnos porque el potencial del individuo no se derroche”, escribió. “Habrá que idear nuevas formas de trabajo que amplíen el bien social para aquellos que no están disponibles empleos tradicionales”.
Para los adultos que no podían encontrar empleo, King promovió el concepto de un ingreso anual garantizado. Al argumentar en contra de los que creían que el desempleo de una persona “indicaba una ausencia de hábitos de trabajo y fibra moral”, King escribió: “Nos damos cuenta de que las dislocaciones de la operación de mercado de nuestra economía y la prevalencia de la discriminación lleva a la gente a la desocupación y la atrapa en un constante o frecuente desempleo en contra de su voluntad”. Una justa respuesta, creía King, era un ingreso anual garantizado “vinculado al ingreso promedio de la sociedad, no a los niveles más bajos de ingreso”.
Los precedentes de tal propuesta pueden encontrarse en los escritos de fundamentales pensadores norteamericanos como Thomas Paine y Henry George. Y para fines de la década de 1960, versiones de la idea eran brindadas por economistas prominentes, incluyendo a James Tobin, Paul Samuelson y John Kenneth Galbraith. El “Presupuesto de la Libertad” del Instituto Philip Randolph, desarrollado por Bayard Rustin y el economista Leon Keyserling a mediados de la década de 1960, también incluía un ingreso garantizado como parte de un paquete de propuestas para erradicar la pobreza para 1975. En algunas versiones, garantizar un ingreso implicaba expandir y reestructurar las medidas existentes de seguridad social. En otras iteraciones adoptaba la forma de una suma anual que todo ciudadano recibiría incondicionalmente –comparable al programa en Alaska, por medio del cual todo residente recibe una cuota fija anual de los ingresos del estado por el petróleo.
Isserman cita un discurso de 1965 al Consejo Negro Norteamericano Obrero, en el cual el Dr. King dijo: “Llámenla democracia, o llámenlo socialismo democrático, pero debe haber una mejor distribución de la riqueza en este país para todos los hijos de Dios”.
A Washington en carreta de mulo
La Campaña de la Gente Pobre fue concebida para crear la presión política requerida para realizar los tipos de cambio económico que el Dr. King y sus asesores creían que eran necesarios. “A la nación no le costaba un centavo integrar los mostradores de almuerzo”, dijo King durante un viaje en febrero de 1968 a Mississippi, “pero ahora nos enfrentamos a problemas que no pueden solucionarse sin que la nación gaste miles de millones de dólares y sufra una radical redistribución del poder económico”. Ese mismo mes anunció a los reporteros sus exigencias de una inversión anual de $30 mil millones en medidas anti pobreza, un compromiso del gobierno con el empleo total, la promulgación de un ingreso garantizado, y la construcción de 500 000 de viviendas asequibles por año.
Sin embargo, la mayor parte del tiempo King se contentaba con enmarcar los objetivos de la Campaña de la Gente Pobre en términos amplios. Su propósito, pensaba él, era dramatizar la realidad del desempleo y la privación llevando a los excluidos de la economía al umbral de los líderes de la nación. El historiador Rick Perlstein cita una de las primeras expresiones de King acerca de su visión, en la cual el Reverendo declaraba: “Tenemos que venir en carretas de mulo, en viejos camiones, en cualquier clase de transporte que la gente pueda obtener. La gente debe venir a Washington, sentarse si es necesarios en medio de la calle y decir: ‘Estamos aquí somos pobres; no tenemos dinero; ustedes nos han hecho así… y hemos venido para quedarnos hasta que ustedes den alguna solución’.”
Otra propuesta temprana que resuena en nuestra crisis aún no resuelta de servicios de salud fue sugerida por el asesor Andrew Young, quien imaginaba a “mil personas necesitadas de servicios médicos y de salud sentadas dentro y alrededor del Hospital Naval de Bethesda, de manera que nadie pudiera entrar ni salir hasta que ellos fueran atendidos. Eso haría más dramático el hecho de que hay miles de personas en nuestra nación que necesitan servicios médicos”.
Lamentablemente, los planes del movimiento fueron desorganizados violentamente. El 3 de abril de 1968, poco antes de que comenzara la Campaña de la Gente Pobre, el Dr. King fue asesinado.
Nunca sabremos cuál hubiera podido ser el impacto de la movilización si el Dr. King no hubiera muerto. El 12 de mayo, en el medio de motines en más de 100 ciudades, el Rev. Ralph Abernathy encabezó a un grupo de varios miles a Washington, D.C. y levantó en el Bulevar una villa miseria llamada “Ciudad Resurrección”. En el momento álgido de la Campaña de la Gente Pobre, casi 7 000 residentes y seguidores del campamento cabildearon en el Congreso y organizaron eventos para llamar la atención de la nación hacia la pobreza.
Sin embargo, la campaña fue atacada por una lluvia persistente e intensa que convirtió a Ciudad Resurrección en un lodazal. Los conflictos por el liderazgo se enraizaron. Y el asesinato de Robert F. Kennedy, quien estaba convirtiéndose en una decidida voz a favor de la justicia económica, desalentó al campamento. El 8 de junio, poco antes de que los manifestantes se marcharan, la procesión fúnebre de Kennedy se detuvo frente al Memorial Lincoln. Miles de personas, incluyendo a muchos de Ciudad Resurrección, permanecieron bajo la fina llovizna y rindieron tributo cantando el “Himno de Batalla de la República”.
Discutiendo, movilizando, agitando
Casi cuarenta años después, el 21 de enero de 2008, los candidatos presidenciales demócratas John Edwards, Hillary Clinton y Barack Obama participaron en un debate realizado el Día de Martin Luther King, Jr., patrocinado por CNN y el Caucus Negro del Congreso. A cada candidato le preguntaron si el Dr. King apoyaría su campaña en caso de que estuviera vivo.
Barack Obama dio la respuesta adecuada. “No creo que el Dr. King hubiera apoyado a ninguno de nosotros”, dijo. “Creo que hubiera hecho un llamado al pueblo norteamericano a exigirnos responsabilidad… Yo creo que el cambio no sucede de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. El Dr. King comprendía eso. Fueron aquellas mujeres que prefirieron caminar en vez de tomar el autobús, trabajadores sindicalizados que están dispuestos a enfrentarse a la violencia y la intimidación para tener el derecho a organizarse… Ellos discutiendo, movilizando, agitando, y finalmente forzando a los funcionarios elegidos a responsabilizarse. Creo que esa es la clave”.
Al cumplir un año su administración, se ha convertido en un cliché decir que el Presidente Obama necesita ser presionado por un movimiento popular animado para que haya un cambio progresista en Washington. Pero sería un flaco servicio al Dr. King argumentar en contra. A los que creyeron que no era políticamente factible que la Campaña de la Gente Pobre obtuviera una victoria legislativa, King explicó: “Dos años antes de que fuéramos a Selma, la Comisión de Derechos Civiles recomendó que se hiciera algo de manera muy fuerte para erradicar (la discriminación)… Sin embargo, nada se hizo hasta que fuimos a Selma, montamos un movimiento y nos dedicamos realmente a la acción para desviar a la nación del curso que estaba siguiendo”.
Para King no había un camino para la política económica justa, a no ser que fuera para organizarse “con el fin de presionar al Congreso, y apelar a la conciencia y al interés propio de la nación”.
Sin que la gente realice acciones en el espíritu de la visión de Martin Luther King, puede que unos pocos norteamericanos continúen acumulando una riqueza exorbitante, mientras que muchos otros, llevados por la crisis actual al ocio, la inseguridad o la ejecución de su hipoteca en contra de su voluntad, no tendrán más remedio que esperar ser liberados de una caprichosa e incierta economía.