El deseo de cambio no es un sentimiento exclusivo de los electores de Estados Unidos, y no es algo que nuestro país deba temer cuando sea buscado por nuestros vecinos del Sur. El Salvador, un país que celebrará elecciones presidenciales el 15 de marzo, es un buen ejemplo. Es un lugar donde un solo partido ha estado en el poder durante dos décadas. Durante mucho tiempo la nación ha estado agobiada por la pobreza, el crimen y la corrupción. Y los émulos de Cheney y Rumsfeld siguen en el poder. Una victoria por parte del progresista que va al frente en la contienda electoral –las primeras elecciones latinoamericanas desde la toma de posesión del Presidente Barack Obama– brindaría a la Casa Blanca una oportunidad de rechazar los temores acerca de la ascensión de un gobierno que se inclina a la izquierda en Latinoamérica y en su lugar debiera alabar la ola regional de transformación democrática.
En meses recientes Mauricio Funes, del progresista Partido FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) ha estado al frente en los resultados de las encuestas. Una encuesta del 20 de febrero demostró que Funes tiene una ventaja de 11 por ciento sobre Rodrigo Ávila, un magnate de la seguridad privada, ex director de la Policía Civil Nacional y nominado por el derechista Partido ARENA (Alianza Republicana Nacionalista). Funes es bien conocido en El Salvador como un periodista de TV que conducía uno de los pocos programas que criticaba abiertamente al gobierno. Él ha capitalizado el apoyo público por sus nuevos enfoques a una epidemia de crímenes y una economía que ha brindado muy pocas alternativas a la miseria o a la emigración hacia el Norte. ARENA ha estado en la presidencia en El Salvador durante los últimos 20 años, incluyendo los 17 transcurridos desde la firma en 1992 de los Acuerdos de Ponce que pusieron fin a la guerra civil del país.
Una táctica de la derecha salvadoreña ha sido la de presentar a Funes y su partido como títeres del presidente venezolano Hugo Chávez. Muchos comentaristas norteamericanos han reflejado esta posición al caricaturizar a la izquierda latinoamericana como ingenuamente obediente a Chávez y han alentado a Obama para que dé una respuesta más dura. En el contexto de El Salvador, la acusación contra Funes carece de base; en Estados Unidos, esta lectura simplista de la política latinoamericana invita a adoptar un enfoque contra productivo a la región.
La política de la administración Obama hacia Latinoamérica debiera basarse en una comprensión más sofisticada de la política regional, respeto por los procesos democráticos y reconocimiento del profundo fracaso de las intervenciones anteriores de EEUU. El Salvador es un claro ejemplo de un país en el que tanto la política militar como la económica promovidas por Washington bajo las administraciones anteriores han tenido resultados desastrosos –y ahora brinda una oportunidad para que Estados Unidos exprese una nueva comprensión del interés nacional salvadoreño.
La sombra de la guerra
La guerra civil de El Salvador aún ocupa un lugar preponderante en la política interna del país y en sus relaciones con Estados Unidos. Desafortunadamente, el historial de la involucración de EEUU fue distorsionado sistemáticamente por la administración Bush, creando una continua necesidad para los norteamericanos de enfrentar una historia difícil.
En la década de 1980, El Salvador fue escenario de una de las intervenciones de la Guerra Fría más de largas de EEUU. Trágicamente, Washington envió $6 mil millones en ayuda a un gobierno salvadoreño cuyo ejército y escuadrones paramilitares de la muerte fueron responsables de horrendos crímenes. Unas 75 000 personas murieron en la guerra civil durante esa década. En 1993, una Comisión de la Verdad apoyada por Naciones Unidas determinó que el gobierno había sido responsable del 85 por ciento de los abusos contra los derechos humanos y que las fuerzas rebeldes eran responsables del 5 por ciento, con un 10 por ciento indeterminado. Entre los actos más notorios de la contrainsurgencia derechista se incluía la masacre de al menos 1 000 personas en la aldea de El Mozote en 1981 –una atrocidad que la administración Reagan trató de negar y ocultar por todos los medios– y el asesinato del Arzobispo Oscar Romero en 1980.
El conservador partido ARENA fue creado en la década de 1980 por un tristemente célebre jefe de escuadrones de la muerte, el Mayor Roberto D’Aubuisson, una de las figures responsables del asesinato de Romero. No obstante, como partido conservador favorable a los hombres de negocios, ARENA ha tenido en sus manos el poder ejecutivo desde 1989 y ha ganado tres elecciones presidenciales consecutivas en el período posterior a la guerra.
Si ocho años de gobierno de la administración Bush fueron suficientes para los electores en Estados Unidos, es fácil comprender por qué los salvadoreños están también listos para un cambio. ARENA estaba ansioso por unirse a la “coalición de los dispuestos”, lo que hizo de El Salvador el único país latinoamericanos con tropas en Irak. La medida hizo que los neoconservadores de Washington alabaran a El Salvador. En 2004 el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld elogió “la lucha humana (de El Salvador) en pro de la libertad y la democracia”, y el Vicepresidente Dick Cheney puso la contrainsurgencia de El Salvador en la década de 1980 como un modelo de la “Guerra al Terror”. Ambos ignoraron el crítico informe de la Comisión de la Verdad que mencionaba a las fueras apoyadas por Estados Unidos como los principales responsables de aterrorizar a la población del país. En una deformación similar de la historia, al aceptar la nominación por su partido el actual candidato presidencial de ARENA, Ávila, expresó su admiración por la defensa de la libertad hecha por D’Aubuisson.
Romper con la tradición
El FMLN también surge de la guerra civil, conformado por ex guerrilleros que combatieron para arrancar el control de manos de la oligarquía tradicional del país. El FMLN se convirtió en un partido político de izquierda después de los Acuerdos de Paz. Desde entonces ha sido el principal partido de la oposición en El Salvador. Su membresía comprende desde los socialistas más tradicionales (representados por el candidato vicepresidencial Salvador Sánchez Cerén), hasta social demócratas moderados (representados por Funes). Durante años, el partido ha ido obteniendo victorias a nivel de alcaldías y de diputados a la Asamblea Nacional. En las elecciones municipales y legislativas que se realizaron en enero, el FMLN se convirtió en el partido predominante en la Asamblea. Sus representantes superan ahora a los de ARENA 35 a 32. El FMLN también incrementó en más de 50 por ciento el número de pueblos y ciudades que gobernará, hasta un total de 90 municipalidades.
El partido considera que estos resultados son señales de aliento. Sin embargo, también ha concurrido con esperanzas similares e impulso electoral a anteriores contiendas presidenciales, solo para ver cómo su candidato no triunfaba. Como demostración de que encabezar las encuestas no siempre se traduce en una victoria en las urnas, la alcaldesa de San Salvador Violeta Menjíbar, perteneciente al FMLN, perdió en enero a pesar de que las encuestas la daban como ganadora.
Dicho esto, hay varias razones de por qué los resultados de la próxima elección presidencial pudieran ser diferentes de las anteriores. Esas razones incluyen los méritos del propio Funes, la disminución del atractivo de las políticas de ARENA de “ley y orden”, una exigencia en toda la región de una nueva visión económica, y la esperanza de que la Casa Blanca de Obama no repita la interferencia de la administración Bush en el proceso electoral salvadoreño.
Funes, que ahora tiene 49 años, fue uno de los muchos ciudadanos que experimentaron una pérdida personal durante la guerra civil. Su hermano mayor, un líder estudiantil, fue secuestrado y asesinado por fuerzas de la policía en 1980. Funes también estudió en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) de los jesuitas, en San Salvador, donde seis sacerdotes, algunos de ellos mentores de Funes fueron asesinados en 1989. Sin embargo, en una ruptura con la tradición, Funes es el primer candidato presidencial del FMLN que no combatió en el conflicto. Esto y su popularidad como un comentarista bien conocido ha hecho que suenen falsas las acusaciones derechistas de que una victoria del FMLN “colocaría a nuestra nación en manos manchadas de sangre”.
ARENA también ha perdido la ventaja de una percepción pública positiva de sus políticas contra el crimen. Ante alarmantes y persistentes tasas de homicidio y robo, ambos candidatos presidenciales han prometido que el combate contra el delito será una prioridad de sus respectivas administraciones. Sin embargo, solo Funes ha prometido limpiar a la fuerza policiaca de elementos corruptos vinculados al crimen organizado. En encuestas publicadas el 20 de febrero, 43,9 por ciento de los salvadoreños entrevistados creían que Funes podría ser mejor para solucionar el problema de la falta de seguridad, en comparación con 26,3 que confiaban en Ávila. Cifras similares creían que el FMLN sería más eficaz en el enfrentamiento a la corrupción.
Antecedentes del ALCCA
Nos queda la economía. Por primera vez en los recientes ciclos electorales, la economía desplazó al delito como el tema identificado por los salvador4eños como su mayor preocupación para las elecciones. Pocos en el país parecen satisfechos con la situación. El manejo por ARENA de la economía ha fracasado en gran medida para acabar con la pobreza y ha mantenido dramáticos niveles de desigualdad en el país. Desde la guerra, el partido ha seguido un agresivo programa de políticas económicas del Consenso de Washington y ha trabajado para privatizar los servicios sociales y las empresas públicas como electricidad y agua. El gobierno saliente de Antonio Saca llevó a El Salvador al Acuerdo de Libre Comercio de Centroamérica (ALCCA), prometiendo empleos, inversiones e importaciones baratas.
Los resultados han sido poco impresionantes, en particular para el 37 por ciento de los salvadoreños que aún viven en la pobreza, según datos del Banco Mundial de septiembre de 2008. El crecimiento real del PIB languideció por debajo del 3 por ciento anual, durante la mayor parte de la pasada década. En los últimos dos años, la economía en su conjunto se ha beneficiado de altos precios de materias primas, y las tasas de crecimiento han sido saludables (nada característico). Pero los altos precios han demostrado ser una espada de doble filo para los pobres, los cuales han sido forzados a confrontar la triste realidad de la crisis alimentaria. El Programa Mundial de Alimentos reportó en febrero de 2008 que los “estimados iniciales son que como resultado del reciente súbito incremento de los precios del mercado, la verdadera ingestión de calorías de una comida promedio en El Salvador rural es hoy aproximadamente 60 por ciento menor de lo que era en mayo de 2006”.
En el área del comercio, el ALCCA no ha cumplido las promesas de sus promotores. Desde que se implementó el acuerdo, el déficit comercial de El Salvador con Estados Unidos ha subido en flecha, así como las tasas de desempleo rural. Esto ha alimentado problemas como el delito y ha convertido a la emigración hacia el Norte como la única opción económica viable para muchos salvadoreños. Como resultado, el país aumenta su dependencia del dinero enviado a casa por los emigrantes en Estados Unidos, Tales remesas significaron el 18 por ciento del PIB de El Salvador en 2007.
Esta dependencia, además de la subordinación de El Salvador a EEUU para consumir más de la mitad de sus importaciones y la decisión del gobierno en 2001 de adoptar el dólar de EEUU como moneda nacional, ha dejado al país expuesto a la crisis financiera internacional. Más que para cualquier otro país, la decadencia de la súper potencia económica del mundo tendrá serias consecuencias para el Salvador. La amenazante crisis pudiera ser crucial en estas elecciones, al igual que en otras partes del hemisferio las desgracias económicas han llevado al poder a gobiernos progresistas.
Un nuevo papel de EEUU
Una última razón clave para esperar el cambio es la esperanza de que la Casa Blanca de Obama se distancie de las intervenciones de administraciones anteriores a favor de ARENA. En El Salvador, la derecha ha clamado consistentemente de que una victoria del FMLN provocaría una represalia por parte de Washington. Anteriormente, funcionarios norteamericanos han colaborado para afirmar esta impresión, lo que ha extendido el temor entre los electores salvadoreños.
Antes de las elecciones de 2004, varios congresistas republicanos lanzaron amenazas de que el vital flujo de fondos enviados a su país por inmigrantes salvadoreños sería interrumpido si los resultados electorales no eran del agrado de Washington. El representante Tom Tancredo (republicano por Colorado) declaró abiertamente: “Si el FMLN controla el gobierno salvadoreño después de las elecciones presidenciales de marzo de 2004, podría significar un cambio radical de la política norteamericana en relación con el flujo libre de remesas hacia El Salvador de los salvadoreños que viven en EEUU”. Funcionarios de la administración Bush como el Secretario Asistente de Estado Roger Noriega y el Asistente Especial de la Casa Blanca Otto Reich sugirieron además que una elección del FMLN podría poner en peligro el status migratorio que Estados Unidos concede a los salvadoreños bajo el programa de Status de Protegido Temporal.
En diciembre de 2008, varias decenas de prominentes académicos norteamericanos especializados en Latinoamérica firmaron una carta en que expresaban preocupación de que pudiera repetirse tal injerencia en el proceso electoral salvadoreño. Citaron declaraciones en mayo de 2008 del entonces embajador de EEUU en El Salvador, Charles Glazer, quien trató de vincular al FMLN con la violenta organización guerrillera FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Sin presentar pruebas de esos vínculos, Glazer dijo de manera amenazante que “cualquier grupo que colabore o exprese amistad a las FARC no es amigo de Estados Unidos”. Es más, el director de Inteligencia de EEUU, J. Michael McConnell, aseguró en febrero de 2008, también sin prueba alguna, que el FMLN iba a recibir un “financiamiento generoso” de manos del venezolano Hugo Chávez para las elecciones. “Tales declaraciones”, aseguraban los académicos, “constituyen una injerencia extranjera inaceptable en el proceso electoral”.
Afortunadamente, a pesar de señales tempranas de aviso, las incidencias de funcionarios norteamericanos que hicieron tales amenazas durante el año pasado han estado limitadas y el cambio de gobierno en Washington augura que no habrá intervención. Hasta ahora, la nueva administración Obama parece resuelta a permanecer ajena. Es más, la decisión de los electores nicaragüenses a fines de 2006 de elegir a Daniel Ortega, un candidato que realizó una campaña populista que provocó su propia ronda de amenazas por parte de la administración Bush, dio esperanzas al FMLN de que el impacto que queda de las amenazas de Washington puede que esta vez no sea decisivo
Redefinir el interés nacional
Dada la desastrosa historia de intervenciones, una forma benigna de desatención por parte de la administración Obama representa una mejoría significativa en la política norteamericana. Los críticos demócratas criticaron al Presidente Bush por no desempeñar un papel más enérgico en los asuntos latinoamericanos. Sin embargo, los últimos ocho años han sido un período de robusto debate democrático en la región, el cual floreció en parte porque la atención de la Casa Blanca está enfocada en el Medio Oriente. Cuando la administración Bush se tomó un activo interés en Latinoamérica, como en El Salvador en 2004, los resultados fueron negativos.
Para que la administración Obama lo haga mejor, debe desarrollar una nueva comprensión del interés nacional de EE.UU. –interés que repudie no solo el intervencionismo militar que avivó muchas “guerras sucias” como la de El Salvador, sino también las políticas económicas del Consenso de Washington que fueron promovidas forzosamente, aún bajo administraciones demócratas como la de Bill Clinton. En septiembre, Obama criticó las doctrinas de desregulación y la prosperidad de desborde, al describir la crisis financiera como “el veredicto final de una filosofía económica que ha fracasado por completo”. Al reconocer que las políticas fundamentalistas de mercado han provocado la debacle en Norte y Sud América por igual, la Casa Blanca debiera aplaudir a los países que han seguido alternativas económicas
Es más, es el fracaso de las políticas económicas neoliberales en todo el hemisferio, y no las maquinaciones de Chávez, las que han provocado una oleada de gobiernos progresistas que ganaron elecciones en la década pasada. Si Funes triunfa en El Salvador, tendrá una legión de iguales de los cuales puede aprender –desde Evo Morales en Bolivia hasta la progresista jefa de estado Cristina Kirchner en Argentina, Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, y el más reciente jefe de estado progresista, Fernando Lugo, un ex-clérigo conocido como el “Obispo de los Pobres” y que recientemente tomó posesión como presidente de Paraguay en agosto pasado.
El deseo del propio Obama de distanciarse de la economía de los republicanos pudiera hacerlo simpatizar con la decisión de Funes de gastar más en servicios sociales y en dedicar dinero a estimular la economía interna. En relación con el comercio, las críticas de Funes al ALCCA han sido contenidas y en general vagas, quizás como parte de su esfuerzo por obtener apoyo de la comunidad de negocios. No obstante, como partido el FMLN ha condenado duramente el modelo de libre comercio. Esto también tiene un equivalente en la política norteamericana. Durante su campaña, la literatura de Obama lo presentaba como un “oponente constante al Área de Libre Comercia de América del Norte (ALCAN) y de otros malos acuerdos comerciales”, y criticaba su falta de protección a los derechos de los trabajadores y el medio ambiente. Como senador, Obama votó en contra del ALCCA y ridiculizó “la desatención de la Casa Blanca a las víctimas del libre comercio”.
Pero aunque el Partido Demócrata se opuso abrumadoramente al ALCCA, la Casa Blanca y los comentaristas de los medios presentaban de manera rutinaria como anti-norteamericanos a los otros países que se oponían a los injustos acuerdos de “libre comercio” con Estados Unidos. El Presidente Obama está capacitado como nadie para eliminar este patrón y eliminar la ridícula doble moral.
Al describir el interés nacional de Estados Unidos, los líderes electos han invocado regularmente un deseo de promover la democracia y aliviar la pobreza en Latinoamérica. Como demuestra de manera vívida la historia de El Salvador, estos nobles objetivos han sido desmentidos por el intervencionismo anterior –militar, económico y electoral. Pero son objetivos compartidos por los gobiernos progresistas que están ganando elecciones y llegando al poder con mandatos de encontrar alternativas económicas. Hay pocas razones mejores, en vísperas de las primeras elecciones presidenciales en el hemisferio desde que la toma de posesión de Obama, para que su administración acepte el cambio y adopte una nueva visión del papel de EEUU en las Américas.