Desde David Horowitz a Christopher Hitchens, los progresistas cambia-casacas no parecen tener mucho problema para encontrar una cálida bienvenida en la derecha. Siguiendo el ejemplo de los conservadores, parece prudente no rechazar a los perros de ataque republicanos y guerreros de los grandes negocios cuya conciencia despertada les hace desear expiar sus fechorías.
Esta actitud puede que explique el reciente abrazo ofrecido a John Perkins, un ex consultante corporativo y autor de Confesiones de un asesino económico a sueldo. Sorprendentemente este libro, que usa la perspectiva de un enterado para construir una abierta crítica a la globalización neoliberal y a la política exterior de EEUU, ha llegado tan alto como hasta el número nueve de la lista de libros más vendidos de The New York Times. En meses recientes Perkins concedió a Amy Goodman una larga entrevista por radio y dictó conferencias a audiencias atentas en el Foro Social Mundial de Porto Alegre.
Lamentablemente, Confesiones no es un buen libro y los lectores tienen razón en creer que Perkins aún tiene que ganarse el lugar de honor que le han concedido algunos globalistas preocupados.
Es cierto que Perkins ha escrito un atractivo recuento de los “profesionales muy bien pagados que estafan billones de dólares a países en todo el mundo. Ellos trasladan dinero del Banco Mundial y de otras organizaciones de ‘ayuda’ extranjera hacia los cofres de las enormes corporaciones y hacia los bolsillos de unas pocas familias ricas que controlan los recursos naturales del planeta”. Estos profesionales son los asesinos económicos a sueldo titulares. Y Perkins nos dice que, durante la década del 70, él era uno de ellos, que llegó hasta el cargo de “Economista en Jefe” en la poderosa y secreta firma contratista de Chas T. Main.
El autor asegura que, después de ser reclutado por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), fue enviado al sector privado. Allí trabajó a sabiendas para convencer a países pobres de aceptar préstamos que nunca podrían pagar, con el fin de que firmas como Main, Halliburton y Bechtel pudieran disfrutar de lucrativos contratos de construcción y el gobierno de EEUU pudiera ejercer su poder sobre las naciones endeudadas. “Mi editor preguntó si realmente nos autotitulábamos asesinos económicos a sueldo”, escribe Perkins. “Le aseguré que sí, aunque utilizábamos solamente las iniciales” (AES). El hecho de que muchos norteamericanos se estén enterando por medio del libro de Perkins de los malvados actos de los AES indudablemente es una buena cosa.
El problema es que el contenido real de la admisión de Perkins demuestra ser angustiosamente débil. Resulta que, desde que él se retiró hace veinticinco años, los AES han dejado de existir como tales. Al final de su carrera, la “corporatocracia” ya “había mejorado o era más perniciosa”. Al hablar de las personas que él reclutó para su firma, Perkins escribe que “en sus vidas no había habido pruebas de polígrafo. Nadie les había detallado lo que se esperaba que hicieran para cumplir su misión de imperio global”. Los agentes corporativos de hoy, como sospechábamos mucho antes de que nos lo dijera Perkins, simplemente operaban en busca de ganancias y poder, con la convicción de que el crecimiento económico logrará la salvación. El ejercicio explícito de política exterior de mala fe representada por los AES ya no es necesario.
En Porto Alegre, Walden Bello situó a Confesiones en el mismo rango que los Documentos del Pentágono y las memorias anti-CIA del ex agente Philip Agee. De manera similar, en su nota de solapa, David Korten escribe que Perkins “nombra nombres y conecta los puntos”. Pero eso es precisamente lo que Perkins no hace. A diferencia de la larga lista de Agee de operativos de la CIA, Perkins no menciona a nadie. En vez de poner su propia evidencia de ofensas específicas, él utiliza lo ya publicado para probar sus revelaciones. Usa un artículo de Vanity Fair para discutir la relación de los Bush con la familia real saudí, y se refiere a su propio contacto saudí como el “Príncipe W.”
Y también están sus inclinaciones New Age. Hacia el final del libro Perkins relata su actual trabajo no lucrativo con pueblos indígenas en lugares como Ecuador. En un giro grotesco, profundiza en un tipo de esencialismo que, afortunadamente, hace mucho tiempo que ha sido desterrado de las facultades de Antropología de las universidades. Perkins retoma “La Profecía del Cóndor y el águila”, y predice una era en la cual “el pueblo amazónico del Cóndor”, con su sensibilidad “intuitiva y mística”, aprenderá a vivir en paz con el águila “racional y material”.
Destino del “Tercer Milenio” aparte, parece que la penitencia de John Perkins es incompleta–que debiéramos exigir algo más que sus Confesiones. Si otros AES dan el paso al frente como resultado de este libro y confiesan los negocios y negociantes específicos que han modelado la era moderna de la globalización, sería un resultado inspirador. Pero por el momento sólo tenemos a Perkins. él ha escrito la versión de aventuras de espionaje de su vida pasada, diseñada para ser accesible, aunque no ofrezca mucha grasa en el hueso. Ahora que ya ha capturado nuestra atención, que nos dé la carne.
Confesiones de un Asesino Económico a Sueldo
Por John Perkins
(Berrett-Koehler Editores, 250 páginas, $24.95)