“Nuestra historia es la historia de nuestro lugar”, dice Hannah Coulter, la protagonista y homónima de la más reciente novela de Wendell Berry. Cuenta de “cómo nos casamos y vinimos aquí, nos mudamos a esta vieja casa y la hicimos habitable otra vez…cómo criamos a nuestros hijos aquí, y trabajamos y tuvimos esperanza y pagamos la hipoteca, e hicimos una buena granja de un lugar que había sido maltratado y luego casi olvidado; cómo continuamos, haciendo nuestra vida aquí día tras día, después de que los hijos se marcharon; cómo mantuvimos vivo y rico este lugar, viéndolo siempre como un lugar más allá de la guerra”.
El lugar en cuestión es una pequeña granja en la ficticia comunidad agrícola de Port William Kentucky. “Nosotros” se refiere a Hannah y su segundo esposo, Nathan, con quien se casa después de que pierde a su primer cónyuge en la 2da. Guerra Mundial. Sin embargo, en un sentido más amplio, “nosotros” se refiere a toda la comunidad que los rodea –un grupo que Berry y sus personajes llaman la “membresía” de Port William–, la cual comparte las labores, los dolores y alegrías de la vida rural.
Wendell Berry ha construido toda su narrativa sobre esta membresía. Con Hannah Coulter y con Esa tierra lejana, un volumen recién publicado que reúne veintitrés cuentos acerca de los habitantes de Port William, él ha apostado a que comprender los detalles ordinarios de sus modestas vidas pudiera ser pertinente, e incluso urgente, para vivir la nuestra.
La mayoría de los que conocemos y admiramos la obra de Wendell Berry lo consideramos ante todo un ensayista. Con su prosa de no ficción él se ha situado como el supremo defensor de las pequeñas granjas, cuestionador de la tecnología y oponente de la guerra y de la explotación al medio ambiente. Sus admiradores lo llaman la “conciencia de Kentucky”. También es muy conocido como poeta, y segmentos de sus muchos volúmenes de poesía han aparecido en lugares tan insólitos como un episodio de Sala de Urgencias.
Pero Berry, que cumplió 70 el año pasado, también ha escrito siete novelas. Estas, además de los cuentos ahora reunidos, reúnen cinco generaciones de la membresía de Port William. En conjunto hacen del pueblo una de las comunidades más retratadas en la literatura norteamericana, junto con lugares como el condado de Yoknapatawpha, Missouri, de Willian Faulkner.
En una prosa simple y directa, Hannah Coulter avanza a través del crecimiento empobrecido de su protagonista, sus matrimonios, sus tempranas luchas para criar a sus hijos y las pruebas por las que pasa cuidando un nido vacío y llorando a los que han muerto. Mientras tanto, Ese lugar distante narra los sucesos de la comunidad mayor. En ambos casos el autor presenta historias libres de artificio. (“Las personas que traten de encontrar un ‘texto’ en este libro”, advierte Berry en el prólogo de una novela anterior acerca de Port William, “serán procesados”.) Ya sea que cuente de la matanza de un cerdo a principios de siglo, de una cuadrilla que cosecha tabaco en la época de la Depresión o acerca de una conversación en 1990 entre Hannah ya viuda y un urbanizador hambriento de tierras, la fuerza de la ficción de Berry proviene de su lealtad directa a sus personajes –en su lenguaje, sus convicciones y sus estilos de vida.
”Estoy pensando en seguir viviendo, aquí mismo”, dice una decidida Hannah envejecida al urbanizador. La “ansiedad… casi pánico” del individuo se dispara cuando ella agrega cautelosamente que ha “pensado un poco en donarla (la granja) como reserva de fauna”.
“Vaya”, es todo lo que él puede decir como respuesta.
El estilo de vida de Port William puede parecer anticuado. En particular, las antiguas aventuras amorosas de los residentes ancianos parecen extremadamente inocentes, y van desde miradas furtivas a propuestas de matrimonio, con muy pocas paradas entre sí. Sin embargo, Berry llena de nostalgia las miradas de sus personajes, de manera que hasta un lector románticamente hastiado está dispuesto a aplaudir a los avergonzados granjeros cuando finalmente confiesan sus intenciones.
Un ejemplo es cuando Tol Proudfoot, un soltero no muy acomodado, empapado en sudor frío, hace la mayor oferta por la torta de la maestra de escuela en la venta de beneficencia de la comunidad.
”Eso fue más que galante”, dice la Srta. Minnie.
Berry escribe: “Tol estaba de pie allí, a la vista de todos, en el medio de una historia que Port William nunca olvidaría, y por lo que le concernía en aquel momento, no había un alma presente, con excepción de la Srta. Minnie y él mismo.
“‘Sí, señorita, eh, bueno, sí, estimada señorita’, dijo, ‘Perdone, señorita, pero creo que bien vale hasta el último centavo, si no se ofende. Y no estoy tratando de lucirme ni nada de eso, y si lo parece, perdóneme, pero ¿la puedo acompañar hasta su casa?’
“‘¡Oh, Sr. Proudfoot!’, dijo la Srta. Minnie. ‘¡Por supuesto que sí!’”
Las historias de Berry carecen de las oscuridades subyacentes en gran parte de la literatura de la sociedad rural, incluyendo a Faulkner. La guerra toca a Port William; trunca el primer matrimonio de Hannah y deja cicatrices en su segundo esposo, Nathan, un veterano cuyo sueño es perturbado por los “destruidos y quemados, sangrientos y enlodados y hediondos campos de batalla de Okinawa”. Pero en general hay un déficit de maldad y de vicio en la comunidad. Los mayores problemas provienen de las caídas temporales en la locura, a veces inducidas por el alcohol. Un grupo de pueblerinos se enorgullecen de forma un tanto exagerada por el whisky clandestino de Kentucky y termina por formar un escándalo en el desfile de toma de posesión del Gobernador; un anciano algo senil de Port William lleva a un hombre más joven en un viaje atemorizante aunque sin consecuencias por la vía contraria de la carretera interestatal. Más que hacer daño, estos episodios tienden a crear historias para que los nietos las recuerden con agrado.
Berry parece compartir la actitud de su abogado pueblerino, Wheeler Coulter. Aunque Wheeler ha visto a los que acuden a él revelar su “avaricia, arrogancia, cobardía… y a veces estupidez indestructible”, él de todas maneras ha “creído en su generosidad, bondad, coraje e inteligencia”.
El autor guarda su condena para los extraños que desprecian a la gente de campo desde la altura de su modernidad urbana. La membresía de Berry duda de que esos citadinos, a pesar de todos sus aparatos, hayan descubierto algo que valga la pena saber. Uno de los hijos de Hannah abandona la granja para obtener un título en tecnología de la información y las comunicaciones, un tema mucho más allá del marco de referencia de sus padres.
“¿Comunicación de qué?”, pregunta Nathan.
“¡Sabe Dios de qué!”, responde Hannah
La sensibilidad política que emerge de las narraciones de Port William atrae tanto a los ambientalistas como a los progresistas que tratan de reafirmar su propia clase de actitud moral. Está firmemente afianzada en el lugar y es profundamente antagónica a los valores del mercado. Es más, en manos de Wheeler Coulter, la diferencia entre “lugar” y “precio” se convierte en una distinción ética fundamental. Al comentar la venta de una granja dice. “Su precio se mantiene por un minuto o dos, mientras es comprada y vendida… pero el lugar ha estado aquí desde que la tarde y la mañana fueron el tercer día… Todo acerca de un lugar que es diferente de su precio es un don. Todo acerca de un hombre o de una mujer que es diferente de su precio es un don”.
Sin embargo, a pesar de sus virtudes, Port William está muriendo. A fines del milenio los Feltner, los Rowanberry, Los Penn y los Coulter ya no existen, y las granjas familiares que fueron parte fundamental de sus vidas están desapareciendo. Como explica Hannah, cuyos hijos se han mudado a la ciudad: “La antigua condición de vecindario ya casi ha desaparecido. Las viejas cuadrillas de cosecheros y su conversación y su risa que en otra época nos mantenían vivos han sido reemplazadas por la extravagancia y el derroche. La gente vive como si pensara que está en una película. Todos miran en una sola dirección, hacia ‘un lugar mejor’”.
No necesitamos soñar con vivir en la antigua comunidad de Berry para aceptar esto como un reto. Al despreciar el ideal de ‘un lugar mejor’, sus personajes nos empujan a cuestionar si en nuestra búsqueda perpetua por algo más, finalmente quedaremos satisfechos con cualquier lugar, no importa cuán sofisticado.
Y es al enfrentarnos a esta cuestión que apreciamos la decisión de Berry de plantar sus raíces de cincuenta años de ficción en un único escenario, uno que parece muy modesto y ordinario., Con estos dos volúmenes nos dice que la obra de hacer una casa y cuidar de la tierra, de encontrar el amor y criar a los hijos, de sembrar la paz y honrar a los muertos no son sólo los detalles cotidianos de la vida. Son la vida. Exigir un escenario más glamoroso para la ficción es abandonar las responsabilidades de la literatura seria. También para el novelista no hay un mejor lugar.