Al igual que muchos neoyorquinos, no nací aquí. Llegué de otra parte y he hecho mi hogar en la ciudad. Mi numerosa familia vive en el Medio Oeste. Ellos no comprenden a Nueva York. Tengo un tío que posee una ética de trabajo de hierro para la carpintería y los pisos. Cada mañana se levanta a las 5 a.m., y a menudo lo he visto trabajar, tratando de terminar un piso, hasta después de las 9:30 de la noche. Mi tío me dice que él no podría vivir en Nueva York. Todo el mundo está muy ocupado, dice. Yo río y me pregunto cómo es que él podría estar más ocupado que en su Wisconsin rural.
Tales sentimientos acerca de Nueva York frecuentemente son expresados por mis familiares. Su juicio no está basado en un verdadero conocimiento de la ciudad, su ritmo o sus vecindarios. En realidad mi familia utiliza a Nueva York como un símbolo. Para ellos es un lugar imaginario. La ciudad es algún lugar diferente a aquel en que ellos viven. Representa una forma distinta de vida. Cuando ellos expresan su desagrado por Nueva York no es su intención denigrar a los que viven allí. Sencillamente quieren expresar el aprecio por lo que tienen, por los lugares en que se han asentado.
Yo respeto eso. Sé que hay muchos en este país que sienten lo mismo que ellos y a mí no me molesta en lo absoluto. A diferencia de algunos de los más regionalistas promotores de nuestra ciudad sí, realmente existen, no considero que Nueva York es el mejor lugar del mundo para vivir. Pero si defenderé a Nueva York, como ciudad y como modo de vida, cuando se nos convoque a hacerlo. Esta es una semana en que se nos convoca. Los republicanos están tratando de usar a Nueva York para promover su programa social que va en contra de la diversidad y tolerancia del corazón de la ciudad, y para promover un programa fiscal que mata de hambre a los centros urbanos. Los neoyorquinos tienen razón en negarse a suministrar un ambiente festivo para la semana de autopromoción del Partido.
Para los miembros de la derecha cultural de este país, Nueva York ocupa un lugar en la imaginación muy diferente a la imaginada por mis familiares. Según los conservadores sociales, la ciudad es un lugar corrompido. Es un lugar inmoral. Ven a nuestra ciudad como un hervidero de feminismo, homosexualidad e inmigración ilegal. Es Gomorra.
Después de los ataques del 11/9, el tele-evangelista Jerry Falwell dijo: Realmente creo que los paganos, los abortistas, los feministas, los gays y las lesbianas que están tratando activamente de hacer de eso un estilo alternativa de vida, la ACLU, la Pueblo en Pro de la Forma Norteamericana, todos los que han tratado de secularizar a Estados Unidos, yo los señalo con el dedo y les digo en su cara: ustedes ayudaron a que esto sucediera.
Para los neoyorquinos, esto se equipara con la abierta difamación de la ciudad que hizo el jugador de béisbol John Rocker. Lo que menos me gusta de Nueva York son los extranjeros, explicó Rocker en una famosa entrevista en Sports Illustrated. Se puede caminar toda una cuadra por Times Square y no escuchar hablar inglés. Los asiáticos y los coreanos y vietnamitas, indios, rusos y españoles y todos esos allí. ¿Cómo diablos entraron a este país?
Imagínense que tiene que tomar el tren No. 7 para ir al estadio, continuó Rocker, como si uno fuera por Beirut junto a un muchacho con el pelo púrpura junto a un homosexual con SIDA junto a un tipo que acaba de salir de la cárcel por cuarta vez junto a una madre de 20 años con cuatro hijos.
Estas declaraciones fueron demasiado, por supuesto, incluso para los firmes conservadores. Falwell se vio obligado a excusarse. Rocker ha sido vilipendiado universalmente. Sin embargo, me temo que sus opiniones apelan a sentimientos que a menudo se tienen, pero no se manifiestan abiertamente. La visión de la ciudad que ellos invocan permanece, y versiones más suaves de esas opiniones aparecen con regularidad. Brad Sitne, un popular comediante fundamentalista que actúa a menudo en las convenciones de los Mantenedores de Promesas y otros eventos derechistas, cuenta un chiste: Gracias a Dios que tenemos a un tejano en la Casa Blanca Ustedes se habrán dado cuenta que los terroristas no atacaron a Texas.
El público se ríe, pero yo me pongo a pensar en lo que esto quiere decir. ¿Qué sucedería si tuviéramos a un neoyorquino en la Casa Blanca? Los terroristas atacaron a Nueva York. Fuimos atacados.
Recientemente fui atacado de paso por una estación radial conservadora la cual, a fin de desacreditar una columna que yo había escrito, sencillamente me calificó como otro izquierdista de ese bastión de la verdad, la ciudad de Nueva York. Eso era todo lo que había que decir. El contenido de mis opiniones no había que discutirlo. La ciudad, aparentemente, había mutado irreparablemente mi ADN de Iowa.
La página editorial de The New York Times reportó el 10 de Julio de 2001 que se ha oído decir en privado al Sr. Bush que él no soporta a Nueva York. La política del partido del Presidente durante mucho tiempo ha reflejado este rechazo. Los centros urbanos, con muchas personas de color y muy pocos electores republicanos confiables, reciben por regla general menos apoyo federal que los impuestos que pagan $11,4 mil millones menos en 2002, según la oficina del Alcalde con rebajas en servicios sociales que afectan desproporcionadamente a los residentes de la ciudad. Incluso después del 11/9 Nueva York, un blanco evidente para ataques futuros, está en el lugar 49 entre las ciudades por el gasto per cápita de Washington contra el terrorismo, y recibe $5,87 por persona, comparado con $35,80 para el Pittsburg de Tom Ridge o $52,82 para el Miami de Jeb Bush.
Esta semana los republicanos quieren utilizar a Nueva York para promover su militarismo y su moralismo. Si los directores de escena de su Convención Nacional lo logran, Jerry Falwell, quien ofreció una oración en la convención del 2000, no estará ante las cámaras, ni tampoco estará el Senador Rick Santorum. Sin embargo, estas figures siguen siendo muy bienvenidas en el Partido Republicano. Cuando se le preguntó a Roberta Combs, presidenta de la Coalición Cristiana, si le preocupaba que evangélicos prominentes fueran a ser despachados prontamente en la convención, ella respondió a la Prensa Asociada que no estaba preocupada. Tendremos una enorme presencia aquí, dijo. Tenemos al presidente.
Los que estarán en el escenario son exactamente el tipo de republicanos que la extrema derecha prácticamente ha sacado del partido. El ex alcalde Rudolph Giuliani que está a favor del aborto, de los derechos gays, a favor del control de armas de fuego, sin mencionar que es un conocido adúltero sería atacado con fiereza y marginalizado en primarias del partido en todo el país. En la escena nacional, la visión de Nueva York del republicanismo de Rockefeller casi está muerta.
Puedo aceptar la realidad de un financiamiento insuficiente por parte de Washington. Puedo soportar el rechazo de los conservadores culturales. Los de la derecha pueden decir lo que deseen de Nueva York. Pero no pueden denigrar a nuestra ciudad y al mismo tiempo reclamarla como plataforma de lanzamiento de su ambición político. No pueden hacer ambas cosas. No se lo permitiremos.
A principios de agosto, la filial noticiosa de ABC reportó que una firma de relaciones públicas de Manhattan descubrió que 83 por ciento de los encuestados no desean que se celebre la convención republicana en la ciudad. Es probable que los manifestantes en las calles de Maniatan, indignados por el extremismo del partido, superen en una proporción de 50 a 1 a los delegados.
Por tanto, la pregunta es si es sensato que los neoyorquinos protesten. Algunos críticos liberales, principalmente entre ellos el ex activista de los años 60 Todd Gitlin, han argumentado en las últimas semanas que las protestas frente a la Convención probablemente le hagan el juego a Bush. Citan como comparación ominosa a la convención de Chicago en 1968. Algunos incluso han sugerido que los republicanos seleccionaron a Nueva York para su convención como una provocación deliberada, ya que los líderes del partido creen que las manifestaciones indisciplinadas los beneficiarían. Aunque los comentaristas lo niegan, uno pudiera juzgar por su argumento que ellos preferirían que no hubiera protestas. Independientemente de su intención, sus acciones pueden desalentar la participación.
En cierta medida yo temo salir a las calles. No tengo temor de los pocos activistas, que indudablemente existen, que tienen un exagerado sentido de lo que el vandalismo puede lograr. Tengo temor porque las autoridades han subrayado el riesgo del terrorismo y han anunciado las nuevas armas que usarán para controlar las manifestaciones. Tengo temor porque los tabloides y la policía han exagerado el peligro de los anarquistas violentos una imagen que ha sido usada repetidamente para justificar la militarización de las respuestas policíacas ante grupos pacíficos y que tiene poca relación verdadera con cualquier acto marginal de destrucción de la propiedad. Tengo temor porque he visto arrestos preventivos y asaltos no provocados. No me complacen los choques en las calles.
No obstante, asistiré. Iré con la creencia de que una gran protesta es mejor que una pequeña. No me cabe duda de que los republicanos tratarán de aprovechar las protestas. Y no me cabe duda de que las protestas no saldrán bien paradas en las encuestas. Nunca salen bien. Hasta las más pacíficas procesiones del movimiento por los Derechos Civiles provocaron críticas de ir demasiado rápido y de estar fuera de los canales burocráticos a favor del cambio. Pero esto no significa que las manifestaciones no pueden ser eficaces.
El propósito de la Convención Republicana es el de ser un espectáculo cuidadosamente coreografiado. Tiene la intención de ser un anuncio optimista de una semana de duración para el Partido. Los republicanos no seleccionaron a Nueva York para provocar una batalla en las calles. La seleccionaron para envolver su convención con imágenes del 11/9. La seleccionaron para tomar la aflicción de nuestra ciudad y utilizarla para promover su programa. Ellos han querido tomar el recuerdo de aquellos días en que lloramos juntos, honramos a nuestros trabajadores públicos y garantizamos que nuestra diversidad era una fuente de fortaleza, y usarlo todo como escenario de su espectáculo. Ellos seleccionaron a Nueva York porque pensaron que podrían salirse con la suya.
Ya hay indicios de que, como anteriormente en sus planes, los de la administración Bush han calculado mal. Su partido no está recibiendo un recibimiento triunfal de bienvenida, ni tampoco parece que muchos en la ciudad van a cooperar para que se produzcan escenas de nostalgia maleable. Siempre es preferible, como saben los directores de convenciones, mantenerse en el mensaje, mantener la atención en el espectáculo del escenario. Los manifestantes están dificultando esto. Están proponiendo un mensaje diferente. Están contando otra historia, una que no está cuidadosamente diseñada para garantizar la reelección.
La gran mayoría de los que protestarán esta semana han pensado mucho para diseñar expresiones creativas y dignas de sus creencias. Y la gran mayoría de los que protestarán serán neoyorquinos. Lo que no ha dicho la policía ni los comentaristas liberales es que mientras más residentes enarbolen carteles durante esta semana y se nieguen a ser extras en el anuncio de los republicanos, más rica será nuestra disensión. Mientras más neoyorquinos ejerzan sus libertades, mejor será para nuestra democracia.
Después de todos sus regaños, rechazo y agresiones fiscales, los republicanos quieren reclamar a la Ciudad de Nueva York como propia. Esta semana, los neoyorquinos les están diciendo que no puede ser.