El escándalo conocido sencillamente en Washington, D.C. como “La filtración” no es una historia fácil de comprender. La mayor parte de la gente con la que he hablado, aún dentro de los círculos de activistas políticos, tiene sólo un vago sentido de los hechos básicos: que la administración Bush trató de vengarse de un diplomático que criticaba su esfuerzo de guerra revelando que su esposa era un agente encubierto de la CIA.
Pero este resumen deja preguntas clave sin responder. ¿Por qué la Casa Blanca iba a perjudicar a unos de los propios agentes de la CIA del gobierno? ¿Qué importancia tiene esta violación aparentemente oscura? ¿Y qué ha sucedido desde que el escándalo surgió a principios del otoño?
Llegar al fondo de esta cuestión es importante, porque “La filtración” sigue siendo uno de los vistazos más reveladores del lado más oscuro de la forma en que funciona la administración Bush –cómo ha propagado su fraudulento caso a favor de una guerra, cómo lanzó un ataque fieramente partidista a puntos de vista disidentes, y finalmente cómo minó la verdadera búsqueda de la seguridad nacional de Estados Unidos.
Así que si usted no comprendió antes el escándalo, vale la pena echar otra mirada.
Primero, los antecedentes. En febrero de 2002, a petición del Vicepresidente Dick Cheney, el ex embajador Joseph Wilson fue enviado por la CIA al África Central para que investigara acusaciones de que Saddam Hussein había tratado de comprar uranio en Níger a fines de los años 90. Wilson descubrió que las acusaciones eran falsas y entregó un detallado informe a sus superiores.
Este informe fue extraviado o ignorado. La idea de que Irak pudiera tener capacidades nucleares era simplemente demasiado conveniente desde el punto de vista político para ser desechada por una administración decidida a la guerra. Las acusaciones del uranio encontraron un lugar en el discurso del Estado de la Unión de Bush en 2003. Cuando se supo la verdad, se convirtieron en las famosas “dieciséis palabras” emblemáticas del uso por la Casa Blanca de inteligencia errónea para vender su invasión a Irak.
Joseph Wilson se mantuvo callado durante casi toda la controversia. Sin embargo, después de que altos funcionarios de la administración persistieron en negar que tuvieran conocimiento anterior de que la inteligencia acerca de Níger no servía, el 6 de julio Wilson publicó un artículo de opinión en The New York Times en el que discutía su viaje y su informe. “Les concedí meses para que corrigieran su error”, explicó Wilson al reportero de New Yorker Seymour Hersh, refiriéndose a la Casa Blanca, “pero siguieron mintiendo”.
La administración Bush estaba furiosa por las denuncias de Wilson. Sus operativos se dedicaron a presentar al embajador como un incompetente y motivado políticamente. Ed Gillespie, el jefe del Comité Nacional Republicano, atacó a Wilson por ser demócrata convencido debido a que contribuyó a la campaña de Al Gore en el año 2000. (Gillespie olvidó mencionar que Wilson también había hecho una donación a la campaña de George W. Bush, a la que había apoyado brevemente. Es más, Wilson había colaborado con George Bush padre como enviado especial a Irak antes de la Guerra del Golfo, lo que ganó grandes elogios tanto por parte de republicanos como de demócratas.)
Mucho peores que las distorsiones de Gillespie, dos “altos funcionarios de la administración” entregaron a una media docena de periodistas la información de que la esposa de Wilson, Valerie Plame, era una agente de la CIA que trabajaba en armas de destrucción masiva. Sólo uno de los reporteros, el columnista conservador Robert Novak, informó del hecho y señaló en su escrito del 14 de julio que las dos fuentes “me dijeron que la esposa de Wilson sugirió que se le enviara a él a investigar en Níger”.
Surgió el escándalo. Revelar la identidad de un operativo encubierto de inteligencia es un delito federal, específicamente prohibido por la Ley de Protección de Identidades de 1982. Dos altos funcionarios de la administración son culpables.
¿Por qué lo hicieron?
¿Por qué la Casa Banca incluyó la información acerca de la esposa de Wilson en su campaña de difamación? Una implicación es que al revelar la identidad de Plame estaban tratando de sugerir que Wilson realmente no estaba calificado para investigar el asunto de Níger, y que sólo fue escogido por su relación personal con alguien de la CIA. Otra explicación es que los altos funcionarios estaban motivados sólo por despecho, que estaban buscando herir a Wilson de alguna manera y que sabían lo que esto dañaría la carrera de su esposa.
Una tercera posibilidad es que los funcionarios creyeron que la persecución de una agente de la CIA enviaría una señal especialmente poderosa a un público importante: oficiales de inteligencia disgustados. Es sabido que muchos analistas de inteligencia están furiosos por la manera en que los informes no verificados acerca de las armas de Saddam fueron enviados a altos funcionarios de la administración violando los procedimientos aceptados, y luego presentados al público como hechos establecidos. Después del artículo de Wilson, es de suponer que los operativos de la Casa Blanca hayan creído que necesitaban enviar un mensaje a otros con información secreta acerca de inteligencia errónea.
Al apoyar esta opinión, George McGovern, analista retirado de la CIA, sostiene que “el objetivo (de los altos funcionarios) era crear una fuerte disuasión para aquellos que pudieran estar tentados a seguir el valiente ejemplo de Wilson al citar las palabras del propio presidente para demostrar que nuestro país fue a la guerra sobre una mentira”.
Cualquiera que haya sido la combinación de razones, revelar la condición de Valerie Plame como parte de un ataque personal a un crítico de la administración es un delito escandaloso. Y lo hace más atroz el hecho de que Plame, cuya fachada ha sido destrozada, era una figura importante en los esfuerzos de la CIA por evitar la diseminación de armas de destrucción masiva. Al defender su engañosa justificación para la guerra en Irak, la administración Bush saboteó un importante mecanismo de la verdadera persecución de peligrosos criminales.
Si los detalles de este caso han estado disponibles durante meses, lo general a menudo ha permanecido oscurecido en una cultura de noticias fuera de contexto. La controversia primero obtuvo la atención en los últimos días de septiembre, después de que The Washington Post publicara que se estaba realizando una investigación oficial. Sin embargo, este primer indicio de atención de los medios duró poco. Y durante los meses siguientes se esfumó de la atención pública un escándalo significativo y probatorio.
Esto no es casual. Después de que se desatara el escándalo, expertos comprensivos trataron de minimizar el hecho, los conservadores impidieron el nombramiento oportuno de un investigador independiente y la Casa Blanca trabajó para crear una investigación envuelta en el secreto. Como resultado, el delito inicial fue incrementado por una segunda tragedia: que los responsables pudrían salirse con la suya.
Dejar que las excavadoras avancen
En los días posteriores a la publicación del Post, varios conservadores se apresuraron a minimizar la significación de la noticia. Por su parte Robert Novak, el columnista que primero había reportado la dañina información que le filtraron dos “altos funcionarios de la administración”, trató de minimizar el asunto al publicar la aseveración incorrecta de que Plame era meramente una “analista” burocrática y no un operativo realmente importante.
En realidad Plame trabajaba encubiertamente con una red que monitoreaba la transferencia internacional de armas ilegales. Según Ray McGovern, la revelación acerca de Plame “quemaría toda su red de agentes que reportaban acerca de armas de destrucción masiva, pondría a esos agentes en grave peligro y destruiría la capacidad de Plame para atender este caso de alta prioridad en el mejor momento de su carrera”.
A pesar de los esfuerzos de los expertos, la atención sobre el escándalo se intensificó durante un breve período. Al enfrentarse a una creciente presión del público, el Presidente Bush expresó una gran preocupación por atrapar al criminal dentro de la Casa Blanca. Pero al mismo tiempo hizo comentarios indiferentes que pronosticaban el fracaso de la investigación. “No sé si vamos a encontrar al alto funcionario de la administración”, dijo. “Esta es una administración grande y hay muchos altos funcionarios, y no tengo la menor idea”.
Mientras algunos demócratas pedían que se nombrara un investigador independiente, los conservadores en Washington se encontraban en una difícil situación. Aunque muchos negaban la gravedad de la información, estos partidarios tuvieron que aceptar que la administración debía tomar muy en serio la investigación de su propia filtración y llegaron a la conclusión de que era necesaria una investigación externa. ¿Y quién en particular creían ellos que será la mejor persona para realizar una investigación honesta, completa e imparcial de los crímenes de la administración Bush? John Ashcroft.
El Presidente Bush dijo: “Estoy absolutamente convencido de que el Departamento de Justicia hará un buen trabajo”. Sin embargo, muchos otros observadores argumentaron que los estrechos lazos entre Ashcroft y personalidades de la Casa Blanca como Karl Rove significaban un claro conflicto de intereses.
Es más, el Senador Charles Schumer señaló que el Departamento de Justicia había cometido errores en la critica primera semana de la investigación –errores que tienen implicaciones duraderas. Los abogados esperaron cuatro días antes de iniciar su investigación y pedir a la Casa Blanca que preservara toda la evidencia pertinente, lo que creó una oportunidad para que fuera destruida evidencia significativa.
”Todo investigador experimentado sabe que lo primero que hay que hacer cuando comienza una investigación es preservar la evidencia y los documentos”, dijo Schumer. “No ha habido explicación del por qué de estas… demoras”.
Mientras que el interés de los medios principales estalló a principios del otoño, la cobertura de la noticia se desvaneció rápidamente, en parte, no cabe duda, debido a que la revelación de una agente de la CIA no cabe muy bien en un resumen de quince segundos. Una búsqueda Lexis-Nexis de los principales periódicos muestra que el nombre “Valerie Plame” fue mencionado en 266 artículos en octubre, la mayoría durante las primeras semanas después de que estalló el escándalo. Pero para noviembre, la historia casi se había desvanecido y sólo 10 artículos cubrieron el escándalo durante todo el mes. La administración Bush ayudó a perpetuar el silencio. The Financial Times publicó en diciembre que “Aunque permitió que avanzara la investigación oficial de la filtración, la Casa Blanca ha hecho un trabajo extraordinariamente eficaz por sofocar la historia” y se ha negado a entregar a la prensa el tipo de puesta al día que la administración Clinton regularmente puso a disposición de la prensa durante la investigación de Whitewater”. Hemos dejado que las excavadoras le pasen por encima a esto”, dijo a The Times un alto funcionario de la Casa Blanca.
Nuevos descubrimientos
En los días finales de 2003 nuevos descubrimientos en la investigación Plame atrajeron nuevamente la atención de los medios, pero también subrayaron la necesidad de una presión continuada del público. En un giro positivo, John Ashcroft cedió ante las críticas de congresistas demócratas y renunció a participar en la investigación. En su lugar, un delegado del Departamento de Justicia supervisará la actividad de un nuevo “investigador especial”, el fiscal federal Patrick J. Fitzgerald.
The New York Times aplaudió la medida en un editorial del 31 de diciembre titulado “Al Fin, la Decisión Correcta”. Sin embargo, otros son más escépticos- Howard Dean argumentó que la medida era “demasiado poco, demasiado tarde”. Ray McGovern agregó que la “maniobra no debe desviarnos del hecho de que al nombrar a Fitzgerald, quien sigue estando bajo la autoridad del delegado de Ashcroft, la administración Bush ha rechazado la única vía apropiada: nombrar a alguien totalmente ajeno como “investigador especial”. Hasta The Times señaló “una tardanza extraordinaria”, cuestionó si el Departamento de Justicia “daría al Sr. Fitzgerald una independencia verdaderamente operativa” y señaló que “puede que nunca sepamos el daño que se ha causado” debido a la inmovilidad de Ashcroft.
Falta por ver si el nuevo investigador especial será capaz o estará dispuesto a reconstruir una investigación eficaz del delito de los dos altos funcionarios de la administración Bush. Pero independientemente de que el investigador especial mantenga los niveles previos de secreto, el público merece una cobertura crítica de prensa que tenga la importancia política de una historia que la Casa Blanca desearía volver a enterrar. Una búsqueda fracasada o inconclusa del culpable sería un tema de campaña.
El Presidente tiene razón al decir que los responsables de la filtración quizás nunca se encuentran. Pero eso no quiere decir que no lo hagamos responsable.