Con el inicio de la presidencia de George W. Bush llegaron los buenos años para el éxito izquierdista de librería. Una revisión de las listas recientes de The New York Times muestra un sorprendente número de libros de autores progresistas que han subido a los primeros lugares de ventas, y allí se han quedado. Las investigaciones de Barbara Ehrenreich de cómo los trabajadores de Estados Unidos “no salen adelante” demostraron ser muy tenaces; Nickel and Dimed (De a Cinco y de a Diez) siguió siendo un éxito, al menos en la edición de bolsillo, más de 100 semanas después de su aparición. Stupid White Men (Estúpidos Hombres Blancos), de Michael Moore, que los editores temían que pudiera parecer inoportuno después del 11/9, se convirtió en un fenómeno aún mayor. Se convirtió en el número uno en varias ocasiones durante el año siguiente a su retrasada aparición en febrero de 2002. En el otoño de 2003, los izquierdistas a menudo parecieron dominar la lista del New York Times, y es probable que la temporada de elecciones aumente el número de títulos en lucha por posicionarse.
Pero quizás el éxito más interesante de la no ficción progresista haya sido uno de los menos abiertamente radicales, y el más convencionalmente trabajado. Nación de Comida Rápida de Eric Schlosser, que reveló “El Lado Oscuro de la Comida Típicamente Norteamericana” no estaba basado en un truco reporteril, como investigar encubiertamente la economía de bajo salario. Ni tampoco es una comedia directa que hace de la actual admin istración un chiste recurrente. El libro de Schlosser acerca del alarmante impacto del establishment de hamburguesa y papas fritas adoptó un enfoque menos novedoso. Sus métodos fueron la investigación histórica, entrevistas y descripción, unido todo por un análisis fundamentalmente implícito. Podría decirse que Schlosser, un reportero investigativo reconocido y corresponsal de Atlantic Monthly , es un periodista de periodistas. Sin embargo, sus lectores forman una base demasaiado amplia como para seguir considerándolo un secreto profesional.
Con su libro más reciente, Reefer madness (Locura de mari huana), Schlosser ha lanzado un segundo asalto a las listas de éxitos de librería. El libro contiene tres ensayos, cada uno de la cuales examina un aspecto de la economía sumergida en Estados Unidos. Lo que llama la atención es el alcance de los temas del autor –la naturaleza de nuestro comercio, el papel del gobierno, el estado de nuestra cultura– y la consistencia de su método. Usando las herramientas más comunes de su profesión, Schlosser está haciendo más que crear un sutil vehículo para la diseminación de ideas progresistas. Está desarrollando una atrevida respuesta a una de las más viejas preguntas del periodismo: ¿Cómo puede el reportero conformar la política?
Aproximadamente desde 1970, la economía sumergida se ha expandido extraordinariamente y ha visto días mejores que incluso de los que gozó durante la era de la prohibición- Aunque los estimados acerca de la magnitud del “mercado negro” varían mucho, el comercio ilícito sin impuestos puede actualmente significar hasta el 20% de la economía de EEUU, o unos $1,5 billones de dólares al año. Las implicaciones son inmensas no sólo para la economía –que da mucha más razones para creer que los pronósticos normales acerca de la inflación, el crecimiento y el desempleo descansan en bases precarias–, sino también para la cultura. Como ha aprendido el temerario Bill Bennet, nuestros deseos reservados proveen un contrapunto contundente a nuestra virtud al aire libre.
Si los norteamericanos están construyendo una vida en las sombras, ¿qué estamos haciendo allí? De inicio, estamos consumiendo droga. Tal como revela Schlosser, la producción y control de la hierba ha creado dos vastas economías. La mari huana probablemente se haya convertido en el mayor cultivo rentable de Estados Unidos, rival del maíz y la soja. A pesar de un millón de advertencias “Sólo Di No”, la demanda del producto apenas ha sufrido. La estadística gubernamental muestra que más de 85 millones de norteamericanos han fumado mari huana, 21 millones en el pasado año.
Los consumidores pueden encontrarse en toda la escala social. Como residente de la Ciudad de Nueva York, puedo informar que uno de ellos es mi alcalde republicano. Sin dudas para evitar los equívocos que hicieron lucir como un tonto a Bill Clinton, Mike Bloomberg respondió a preguntas acerca de si había fumado mari huana anunciando: “Seguro que sí, y la disfruté” Nuestro actual Presidente ni siquiera niega haber usado cocaína, al decir sencillamente: “Cuando yo era joven e irresponsable, era joven e irresponsable”.
Sin embargo, a pesar de esta amplia aceptación, el gobierno apuesta $4 mil millones de dólares al año a la mari huana. Por supuesto, los ricos y bien relacionados son los que menos probabilidades tienen de enfrentar duras penalidades y “mínimos obligatorios”.
Leslie C. Ohta, una fiscal federal de Connecticut conocida como la “Reina del Decomiso”, insistió en embargar la casa de Paul y Ruth Derbacher, ambos de 80 años, a pesar del hecho de que el matrimonio declaró no tener idea de que su nieto de 22 años vendía mari huana allí.
No obstante, cuando el propio hijo de 18 años de Ohta fue arrestado por vender LSD, ella no perdió su auto ni su casa, aunque razones de relaciones públicas requirieron que fuera transferida de la unidad de decomiso.
En los otros dos ensayos de Locura de mari huana , Schlosser descubre hechos igualmente fascinantes acerca de la explotación de trabajadores inmigrantes de la fresa y la producción de pornografía. Además de la mari huana, las fresas pueden generar más ingresos por hectárea que casi cualquier otro cultivo en Estados Unidos. Sin embargo, como muchos han demostrado en los últimos 30 años, los cosechadores que se dedican a esa empresa de trabajo intensivo mantienen principalmente su margen de ganancias contratando a trabajadores “ilegales” y pagándoles salarios de hambre. No hay que decir que el gobierno no gasta $4 mil millones de dólares al año para defender los derechos de los trabajadores inmigrantes. Es más, la llamada a las autoridades de inmigración sirve de eterna amenaza para aquellos que quisieran organizar un sindicato en los fresales.
Si la pornografía creciera en árboles, también sería un cultivo de éxito. Al describir el paso de la industria de pornografía desde las sombras hasta los estantes de las tiendas, Locura de mari huana sigue la carrera de un sigiloso magnate, Reuben Sturman, quien no visitaba sus lugares de venta de porno porque le aburría el producto, pero que de todas maneras construyó “un imperio de la obscenidad”.
Decidido a seguir el dinero, Schlosser glosa la profunda misoginia implicada en el negocio. Al mismo tiempo, esto no se trata de El Pueblo vs. Larry Flint, un retrato desviado del mercader de suciedad como héroe popular. Sturman era un exitoso extorsionista y prodigioso evasor de impuestos. Había dominado un sombrío comercio que operaba en la frontera del puritanismo oficial y la glotonería sexual impulsada por el mercado, y por lo tanto califica como una indudable preocupación norteamericana.
Cada uno de los tres ensayos muestra el dominio brillante por parte de Schlosser del artículo largo de revista. Pero fallan como proyectos más largos. Al evitar un examen significativo de cómo la economía sumergida influye en la vida económica normal, o cómo el mercado negro norteamericano se compara con, digamos, Nigeria, la anunciada estructura para el libro se queda sin desarrollar. Y aunque el cultivo de la mari huana y el trabajo de explotación en las granjas pudieran considerarse fácilmente como fenómenos ilegales, lo más notable de la pornografía es su ascenso hacia la ubicuidad propagada por Internet.
Uno puede ver la verdadera ambición del autor solamente yendo más allá del propio libro. Mientras esta obra se unía a Nación de comida rápida en las listas de éxitos de venta, Schlosser ya estaba adelantando un tercer volumen acerca de la masiva expansión del complejo carcelario industrial de Estados Unidos – un enfoque concentrado que nuevamente promete ser una dramática denuncia. Locura de mari huana no sale bien parado porque descansa entre dos pilares.
Tomados en conjunto, los libros de esta trilogía tratan de los más grandes temas que están transformando nuestra cultura nacional. En contraste con la estrecha especialización de lo académico, donde los estudiosos encuentran un pequeño asunto y cuidan celosamente su terreno, Schlosser defiende al periodista como amplio crítico social. Después de todo, ¿que nos ha pasado a los norteamericanos en los últimos 30 años? Hemos engordado al depender de enormes conglomerados para que nos alimenten con papas fritas pre-procesadas como si fuera el pan nuestro de cada día. Nos hemos enfrentado a un diluvio de demandas del mercado mientras nuestros renacidos legisladores abandonan la idea de la regulación estatal. Y hemos encarcelado a dos millones de aquellos a quienes nuestra economía ni nuestra seguridad social pueden proveer.
Aunque Schlosser maneja sus recetas con mano ligera, ofrece un corolario para cada tendencia perniciosa. Contra los conglomerados corporativos, presenta las empresas pequeñas. Contra la guerra a la drogas, promueve la despenalización y un cuidado de salud decente. Contra la explotación del trabajo, los derechos de los trabajadores. Contra los intereses especiales de los constructores de prisiones, la inversión en verdaderas oportunidades económicas. Para los que quieren ser moralistas acerca de la ley y el orden, él propone fijarse en los ignorados crímenes económicos de los ricos. Y él recomienda que dejen de violar hipócritamente la privacidad de las personas, sus deseos o el control de sus propios cuerpos.
Que estas ideas puedan ganar atracción populista, que incluso puedan hacer que se vendan libros, las convierten en algo más que reflexiones desde una butaca. Es más, algo que se parece mucho a una agenda doméstica.