Seguir la pista a la “verdadera razón” para la invasión a Irak puede ser una dura tarea en estos días. La administración Bush mantiene tozudamente que su aseveración acerca de las armas de destrucción masiva (ADM) fue legítima. Pero ahora se ha destapado una letanía de apologistas con otras explicaciones. A medida que se ha hecho evidente que es improbable que el mortífero arsenal de Saddam se materialice, estos defensores argumentan que la invasión a Irak no se trataba del peligro de un inminente ataque por parte de Saddam.
Este control político de daños puede ser una fascinante lectura porque, al proponer sus razones alternativas, los halcones no solo están revelando mucho acerca de la torcida ideología del aventurerismo militar unilateral – están haciendo admisiones extraordinarias acerca de por qué debiera hacerse una investigación de las mentiras del presidente.
“Las ADM nunca fueron la razón básica para la guerra. Ni tampoco la horrible represión en Irak. Ni el peligro que Saddam representaba parta sus vecinos”, escribe Daniel Pipes, un columnista conservador de The New York Post. Todo esto debe ser una sorpresa para el pueblo norteamericano, a quién se hizo un llamado para que confiara en cada una de estas ideas. Pero al eliminar tales justificaciones, Pipes prosigue explicando que “La campaña en Irak es acerca del mantenimiento de las promesas hechas a Estados Unidos o atenerse a las consecuencias”.
Su idea es que, como Saddam Hussein había estado jugando al gato y al ratón con los inspectores de armas durante años, Estados Unidos tenía derecho a derrocarlo. ¿A quién le importa si realmente tenía un arsenal? El mero hecho del desafío es un precedente incompatible con el proyecto neoconservador de proyectar la dominación de EE.UU.
“Mantengan sus promesas o se van. Es un precedente poderoso que los líderes norteamericanos deben aprovechar al máximo”, dice Pipes.
Aunque esta posición puede ser una importante premisa para una política exterior imperial, no es diplomáticamente sostenible para la Casa Blanca el argumentarla abiertamente. Ni es seguro que el pueblo norteamericano estaría dispuesto a arriesgar la vida de sus soldados si la administración admite abiertamente que no existe peligro real en Irak, sólo un bravucón menor que amenaza nuestra posibilidad de lucir duros.
Thomas Friedman en The New York Times es más moderado que Pipes, pero no menos inflexible en su defensa de la guerra en Irak. Él también argumenta que la “verdadera razón” para la invasión fue la necesidad de Estados Unidos de enviar un mensaje al “mundo árabe-musulmán”.
“Destrozar a Arabia Saudí o a Siria hubiera estado muy bien”, escribe Friedman. “Pero atacamos a Saddam por una sencilla razón: porque podíamos, y porque se lo merecía y porque estaba justo en el corazón de ese mundo”.
Por supuesto, Friedman admite que esta argumentación contradice “la razón declarada” para el ataque: “Argumenté antes de la guerra”, dice, “que Saddam no significaba una amenaza (inmediata) para Estados Unidos, y que no tenía vínculos con Al Qaeda, que no podíamos llevar a la nación a la guerra sobre ‘la base de una mentira’”.
¿La base de una mentira? Con amigos como ese, ¿quién necesita enemigos políticos que pidan una investigación del Congreso?
Hasta los más favorables a los argumentos de la administración Bush se han visto forzados a hacer unas declaraciones sorprendentes. Kenneth Pollack, autor de La tormenta amenazante: las razones para invadir a Irak, no es ningún pacifista. Pero aún cuando dice que las tropas encontrarán las bombas de Saddam, el admite que tales armas nunca justificaron la acción rápida.
“¿Por qué fue necesario dejar de lado todas nuestras prioridades de política exterior para ir a la guerra contra Irak en la primavera del 2003? Desafortunadamente, parece que hay cierta verdad en las aseveraciones de que algunos miembros de la administración torcieron, exageraron e incluso distorsionaron inteligencia en bruto para forzar al pueblo norteamericano y a aliados renuentes a ir a la guerra contra Irak.”
“No hace falta decir”, escribe Pollack, “que si el pueblo hubiera pensado que a Irak le faltaban varios años para tener un arma nuclear, en vez de unos meses, probablemente hubiera habido mucho menos apoyo para la guerra”.
¿Serán esas las personas en que estaba pensando el Secretario de Prensa de la Casa Blanca Ari Fleischer cuando llamó “teorías de conspiración” y “tonterías” a las críticas hechas a la administración?
El Presidente Bush se debate entre asegurar que seguramente localizaremos las armas de destrucción masiva en el futuro, a decir que esas armas ya han sido encontradas. Cifras de encuestas de la Universidad de Maryland muestran que al menos un tercio de los norteamericanos creen esa última idea, lo cual la derechista National Review califica como un “error” cometido por un “presidente frustrado”. Y además 22 por ciento piensan que estas armas fueron desplegadas por Saddam Hussein durante el conflicto.
La administración Bush tiene un claro interés en perpetuar esta confusión. Pero eso no quiere decir que los periodistas debieran seguirle la corriente. Cuando hasta los apologistas están diciendo que el presidente llevó al país a la guerra bajo falso pretextos, los reporteros tienen amplia razón para estar buscando en las profundidades del escándalo de las ADM. Y todos tenemos razón para sentirnos indignados.