Se está cocinando un escándalo en Washington acerca de la inteligencia cuestionable usada para justificar la invasión a Irak. Independientemente de si los investigadores demuestran que la Casa Blanca manipuló conscientemente los hechos, esta sería una buena oportunidad para que todos nosotros hagamos otras preguntas acerca de la dominación de la política exterior de EE.UU. por parte de halcones conservadores de derecha.
Nuestra reciente política exterior se ha distanciado tan completamente de la opinión mundial que es difícil imaginar cómo llegamos a ese punto. ¿Cómo llegó a depender tanto de la agresión militar nuestra respuesta al 11 de septiembre? ¿Y qué alternativa existe para defender nuestra seguridad nacional?
Desde el inicio la respuesta de la administración Bush a los ataques utilizó un lenguaje militar. En vez de una acción policial internacional – una cacería de terroristas que perpetran crímenes contra la humanidad – la Casa Blanca lanzó una “guerra”, sugiriendo que nuestra seguridad debía basarse en la potencia militar.
Esta Guerra al Terrorismo ha sido conformada cada vez más por funcionarios neoconservadores que argumentan que la “preeminencia militar indiscutible de EE.UU.” debiera ser la base del nuevo orden mundial. Consideradas no hace mucho voces de la periferia, ellos han convertido exitosamente varias de sus doctrinas claves – conceptos diplomáticamente desacreditados como “cambio de régimen” y “guerra preventiva” – en vocabulario de todos los días.
La guerra de Irak colocó a la vista de todos este tipo de extremismo. Desde que cayó Bagdad se ha hecho evidente que el verdadero objetivo de la guerra no fue el de eliminar una genuina amenaza a la seguridad de Estados Unidos. Es de todos conocido que la estrella neoconservadora y Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz admitió en una entrevista con al revista Vanity Fair que el enfoque en las armas iraquíes de destrucción masiva era simplemente un pretexto para la invasión, acordada “por razones burocráticas… porque era la única razón con la que todos podían estar de acuerdo”.
Lamentablemente, la neoconservadora Guerra al Terrorismo está haciendo del mundo un lugar más peligroso.
Un reciente artículo de portada en The New York Times Magazine llamó al primer sitio de nuestra invasión post 11/9 “Guerreristán”, subrayando las promesas rotas de la administración Bush de “seguridad, dinero y democracia”. En una reveladora omisión, funcionarios de la Casa Blanca no incluyeron en sus propuestas originales para el presupuesto de 2003 ningún dinero para la reconstrucción de Afganistán.
En el caso de Irak todos sabían que la potencia militar de EE.UU. aplastaría las debilitadas fuerzas de Saddam. Pero los expertos consistentemente indicaron que una paz estable sería mucho más difícil de lograr. La situación actual de Irak se parece mucho al “caos, pobreza, desesperanza (y) odio” que predijo en febrero el senador Robert Byrd (demócrata por Virginia Occidental) cuando dijo que se convertiría en “terreno abonado para terroristas”.
Dado esta historia de fracasos, los norteamericanos deben exigir nuevos enfoques de la política exterior basados en la cooperación y la inversión social.
En primer lugar, los funcionarios deben reconocer que cualquier estrategia eficaz de seguridad requiere de la buena voluntad y cooperación internacionales. La administración Bush ha hecho su mejor esfuerzo por alienar a los líderes de Francia y Alemania, aún cuando esos aliados han realizado contribuciones incalculables al trabajo policial internacional contra el terrorismo.
El Tribunal Criminal Internacional, creado a pesar de la oposición de EE.UU., es precisamente el tipo de institución que los neoconservadores desprecian porque limita el poder de EE.UU. Pero un fuerte marco cooperativo para la seguridad internacional requiere urgentemente de esta y otras medidas multilaterales que Washington rechaza.
Segundo, las soluciones a largo plazo para el terrorismo deben surgir de la justicia social y de la inversión humanitaria. Algunos de los más innovadores pensadores del Programa de Desarrollo Humano de Naciones Unidas han trabajado durante años para dar apoyo teórico y dirección de política a esta idea. Aquellos que están obsesionados con el “poder fuerte” como solución singular ignoran la importancia de los compromisos con el cuidado de salud, la educación y las instituciones de gobernabilidad democrática para disminuir las tensiones que el militarismo sólo exacerba.
Desafortunadamente, mientras que el Presidente Bush y nuestros aliados europeos hablan de dientes para afuera de la ayuda a los países en desarrollo, en verdad sus programas de reducción de la pobreza muy a menudo condicionan la ayuda a una situación de austeridad fiscal, lo cual por regla general obliga a los países pobres a recortar la salud pública y la educación a fin de obtener la imprescindible ayuda.
La ideología neoconservadora de la supremacía norteamericana y las actuales respuestas económicas a la pobreza no brindan un modelo justo o eficaz para el desarrollo humano. En su lugar producen amargura, desigualdad y violencia. Antes de que nos lleven a otra guerra los norteamericanos deben decir a la Casa Blanca que existen las alternativas, y que la seguridad real dependerá de que las pongamos en práctica.